Precious Blood Apostolate II, SAN GASPAR
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Don Raffaele Carmine Bernardo
Nació en Colledanchise (Cb) el 24 de Abril de 1909. Se convirtió en un sacerdote de los Misioneros de la Preciosa Sangre, el día 19 de septiembre de 1931. Después de una breve experiencia pastoral en Patrica (Fr) fue llamado a Roma, a la “Pía Unión”, por su interés en la Espiritualidad de la Preciosa Sangre especialmente a través de la prensa.
Inmediatamente se reveló su talento en este campo, no tanto por lo puramente literario, sino por la capacidad de hacer contacto con la gente. Posteriormente promovió el Santuario de “Nuestra Señora de la Misericordia” en la ciudad de Rimini, Los orfanatos de Cesena y Ancona. El factor decisivo fue su encuentro editorial con la figura de Gaspar del Búfalo, del cual escribió una vida muy sencilla, pero obviamente incendiaria. Lo había visto hasta entonces solo como el fundador del Instituto; se convirtió en el santo patrón de su vida, un protagonista taumatúrgico.
En Enero de 1953 fundó el nuevo periódico: lo llamó “Primavera Misionera”. Fue su obra maestra. Centrándose en la figura de San Gaspar y dedicado a las vocaciones, a pesar de la pobreza de la investidura y los medios, ha jugado y sigue jugando un papel importante para el conocimiento de la Espiritualidad de la Preciosa Sangre, para la atención pastoral de los hijos de San Gaspar, para el apoyo a la labor en el Tercer Mundo, y consuelo para muchos lectores mediante la correspondencia que cuidaba personalmente.
Murió el 7 de Marzo de 1993 en la India, a él está dedicada la leprosería “Sumana Halli”.
San Gaspar del Búfalo
(Retrato considerado el más autentico del Santo. Museo de Albano Laziale, Roma - Italia)
Raffaele Bernardo
Las Florecillas
De San Gaspar
Concesión: Tullio Veglianti cpps, Director de “Unio Sanguis Christi”.
Traducción: Danilo Sacchetti Coletta cpps.
Revisión: Prof. María Teresa Concha Ortúzar.
Ilustraciones: Sr. Otello Scarpelli.
Santiago de Chile - 2012
Premisa
En 2003 se agotó la segunda edición de “Las Florecillas de Gaspar”, texto escrito por el honorable fundador de “Primavera Misionera” P. Raffaele Bernardo, a quién corresponde nuestro agradecido recuerdo. El vertió en su libro muchas páginas que había publicado en capítulos ,en un boletín y las fusionó con intervenciones de redacción, sin una cuidadosa preocupación unitaria.
En el momento en que se tenía que proceder a la tercera edición, surgió el problema si el trabajo debía reproducirse como tal, o si se debía intervenir sobre el texto y hasta que punto. Resulta siempre desagradable intervenir en el trabajo de otros: parece violar los derechos de la persona, especialmente cuando el otro no puede dar consentimiento, o incluso negarlo y luego expresar su opinión sobre el trabajo acabado. Por estas razones hemos decidido reducir al mínimo la revisión del texto, con la intención de hacerlo más fluido. En algunos raros casos trasladamos los episodios, para respetar tanto como fuera posible la cronología de los relatos.
El trabajo, por lo tanto, se ha transformado en comparación del texto original, lo màs posible, excepto en los casos de repetición y de imprecisiones, que han sido removidas.
Esto no quiere decir que “Las Florecillas” se han convertido en un libro científico. Don Bernardo mismo señala con gran franqueza, la naturaleza predominantemente popular de sus fuentes y declara su intención de tener una mirada acrítica, convencido de que no emerge de sus páginas la historia, sino el personaje y su alma. Todo esto es muy honesto y ha permitido proceder sin que el revisor debiera tomar distancia, o disociarse, porque todo lo que aquí se dice es la verdad que el Espíritu Santo despertó en las almas.
Si Gaspar apareció como un ángel volando en los cielos de las primeras décadas del siglo XIX, mientras luchaba en los caminos ásperos, mientras se servía de medios ruinosos; si se destacó por su magna estatura espiritual, a pesar de la baja estatura física; si resultó una fuerza de la naturaleza, a pesar de la salud inestable: No hay evidencia indudable que tuvo
una gran alma y verdad que anunciar mayor de la que estamos acostumbrados. Por primera vez era evocada – y entonces vertida – una Sangre que gritaba paz, justicia, perdón, fraternidad.
Michele Colagiovanni cpps.
Querido amigo de San Gaspar
“Florecillas” se llaman episodios, milagros, dichos y sentencias de los cuales es impregnada la vida de un santo. Las más famosas son, sin duda, “Las Florecillas de San Francisco de Asís”, hermosos por contenido y el valor intrínseco que ofrece la límpida prosa de la literatura del siglo XIV. Las páginas de aquella obra se aceptan, así como al mérito artístico, para la validez de las enseñanzas del Santo de Asís, sin despreocuparse de la precisión histórica y la autenticidad literal. Esas historias son verdaderas, porque es verdadero el protagonista que sale a la luz y, verdaderas en su sustancia y las acciones que cumple.
También San Gaspar del Búfalo tiene sus “Florecillas”. Encarnan el mismo espíritu, aunque no pueden gozar del mismo valor literario. Sus primeros discípulos, entre los cuales se destaca el venerable Don Giovanni Merlini, premurosamente atestiguaron lo que presenciaron en persona u oído contar. A ellos se unieron muchos de sus contemporáneos, la mayoría de diverso carácter, nivel cultural y ubicación geográfica, para que nada de lo que el Santo había sido o les habían dicho, se pierda. Si el Merlini nos parece el más riguroso al considerar los alegatos, el testigo que está más cerca del espíritu de “Las Florecillas” fue el Siervo de Dios Don Biagio Valentini, dirigido por su carácter y naturaleza de fe, a una lectura completa de los hechos llena de transparencias trascendentes. En la misma longitud de onda de los dos personajes citados, se pueden agregar los recuerdos de otros contemporáneos. Cada uno comprometido a entregar su propia verdad.
Encontrarás en este libro una abundante selección del heterogéneo coro, que sin embargo fue unísono, en la admiración del gran Apóstol de la Preciosísima Sangre. La colección completa se puede encontrar en las miles de páginas de los Procesos de beatificación y Canonización. Cuentan las hazañas que santos sacerdotes, dirigidos por él, hicieron en la Italia de su tiempo, atormentada por bandidos, masones y traficantes de toda clase. Este volumen hace accesible la memoria colectiva conservada en los archivos que de otra forma quedaría aprovechada por unos pocos. Es natural que Gaspar del Búfalo - sacerdote incansable, capaz de participar en luchas sin fronteras, doquier y con inusitado valor; capaz de enfrentar a cabeza levantada a Masones y Sectarios, lográndolos callar, y que
logró domesticar a los bandidos, atreviéndose llegar a sus cuevas con la única arma del Crucifijo - suscitó gran fascinación en las mentes de las personas. También es lógico que, habiéndose atrevido a escribir abiertamente al Papa Pío VII y sus sucesores, para poner de relieve el enfoque equivocado y contraproducente para la erradicación de males sociales, bandidaje y otras con la ferocidad y la violencia de las leyes, sublevara las muchedumbres haciéndolas propensas en formas taumatúrgicas las acciones y los efectos.
Aunque la palabra “Florecillas”, pues, en sí misma nos lleva a pensar mitos y realidades fantasiosas, los episodios que podrás leer en este libro no pueden llamarse ni leyendas, ni hechos del imaginario inventados artificialmente. Todos ellos tienen una base histórica única. Como sucede en los libros de este género, que a veces el autor parece dejar pasar algunos particulares, sin averiguar si en la realidad ocurrieron de tal manera, eso no significa que hayan sido inventados. Los relata cómo fueron vividos y contados en su momento; y también esta es historia. También rigurosamente cierto, es entonces, el dato de fondo: los hábitos y costumbres de los pueblos que el relato representa, no fueron objeto de interpretación y no lo serán tampoco ahora.
E1 protagonista casi absoluto de “Las Florecillas” es San Gaspar. Los episodios lo acompañan desde el nacimiento hasta la apoteosis del Cielo. En él se combinan las hazañas de los primeros compañeros y discípulos que le seguían y han cooperado con él, imitándole las virtudes.
Si tomemos en cuentas estas advertencias, se podrá decir que el Santo que se presenta no es ficción o leyenda. Es de hecho, el más autentico de aquel que surge a partir de estudios rigurosos en torno a su persona y su obra. Es más verdadero, ya que vuelve a sorprendernos, al igual que asombró a los hombres de su tiempo.
El porte de un hombre poderoso y un taumaturgo, de su sufrimiento físico y espiritual, el carácter explosivo, no excluyen ciertos defectos, que por otra parte, fue capaz de dominar con la ayuda de Dios y el poder que deriva de la práctica constante de las virtudes heroicas. Este aspecto está presente en estas páginas.
No esperes, buen lector, el relato cronológico de los hechos. Exigencias de orden práctico y de la brevedad, nos han aconsejado de reunir algunos episodios en un solo
capítulo de forma homogénea, aunque cuando este se hayan producidos tiempos y lugares diferentes.
También nos preocupamos, en la medida de lo posible, para mantener el estilo de los cronistas de la época, insertando entre comillas sus palabras y a menudo citaciones enteras, para que todos puedan disfrutar del sabor típico de lo antiguo y poner en mayor evidencia de la autenticidad y la genuinidad, al menos subjetiva, de los hechos narrados.
Por muchos episodios y muchos testimonios, brinque a nuestros ojos la excelsa figura de San Gaspar, cuya vida fue siempre conforme con la de Cristo Crucificado, en quien solo, como el Apóstol Pablo, quiso presumir. Nos empuje a la devoción de la Sangre de Cristo; él fue de ella el más grande Apóstol, y suscite en nosotros tanta confianza en su válida intercesión.
01. Cuando Dios envía a sus santos …
Dios quiere que todos los hombres se salven y que colaboren en la salvación del mundo. Pocos, sin embargo, confiando totalmente en la gracia de Dios, logran hacer de su vida un verdadero camino de salvación para sí mismos y para los demás: son los santos. Ellos nos parecen extraordinarios; en realidad, se comportaron como nosotros también deberíamos y podríamos hacerlo. Si no nos resulta, no es porque es imposible, sino porque no tenemos las ganas de probar. Los Santos son, en el plan de la Providencia, instrumentos para recordar a los distraídos, a los perezosos, que la única cosa necesaria en la vida es trabajar para el bien: tarea difícil, pero posible para todos, con la gracia que Dios no hace faltar a nadie. El Señor siempre ha enriquecido a su Iglesia de figuras radiantes de mártires y confesores de la fe, los cuales, configurados con Cristo, han atraído, por elejemplo y la palabra, las almas a la salvación. A través de los siglos, y de acuerdo a las necesidades de la Iglesia, a veces surgen figuras particulares, gigantes, cuya actividad corresponde perfectamente a las multíplices necesidades y urgencias de una determinada época. Iluminados y guiados por el Espíritu, dotados de intuición y virtudes excepcionales, indomables y valientes, luchan contra el mal y devuelven el mundo a la fe, a la justicia, a la caridad. Gracias a su labor la Iglesia se fortalece, precisamente cuando parece estar a punto de derrumbarse. Basta recordar aquí las figuras de Benito de Nurcia, Francisco de Asís, Santo Domingo, San Ignacio de Loyola, Vicente de Paoli, Camilo De Lellis, Juan Bosco. En el grupo de estos gigantes de la santidad entra, con derecho pleno, en nombre del santo romano Gaspar del Búfalo. El tiempo de San Gaspar (1786-1837) vio el fervor de las primeras luchas por la independencia y la constitución del Reino de Italia. A lado de las nobles figuras patriotas, también daban vuelta personajes interesados a abatir la Iglesia Católica o el mismo Cristianismo, camuflado de patriotismo el visceral odio anti-religioso. Napoleón, que había proclamado al mundo los ideales de la libertad, la igualdad y el compromiso de construir el Reino de Italia, se reveló de hecho, un déspota asesino, sólo interesado en el poder. Encarceló al Papa, a los cardenales, a los obispos y sacerdotes que no estaban dispuestos a aceptar su voluntad. Saqueó las iglesias y promulgó un nuevo catecismo. Este es el contexto en el que relució la actividad de nuestro pequeño gran hombre. Después de haber negado el juramento de fidelidad al tirano, pagó con el exilio y cárceles su coraje. De regreso a Roma después de un largo encarcelamiento, se dedicó completamente a sanar las heridas morales y los desastres sociales, secuelas de la dictadura napoleónica. Así exclama Gaspar: “En otros tiempos la Iglesia ha sido agredida o contra de un dogma, o contra otro, en nuestros tiempos, sin embargo, la guerra es a la Religión en su totalidad, es al Señor Crucificado. ¡Ahora es necesario que los pueblos sepan cual fue el precio por el cual fueron compradas las almas! ¡La Sangre de Cristo es el arma de los tiempos!” San Gaspar izó la bandera de la Sangre de Cristo, y en su signo, comenzó un apostolado incansable y heroico, que nos deja sin palabras. Después de luchas sin precedentes, movidas por las mismas personas que deberían seguirle, promovió una nueva Congregación Religiosa, que fue llamadaCongregación de los Misioneros de la Preciosísima Sangre. Fue el protagonista de un proyecto valiente y audaz de reforma de la Iglesia y del Estado y, con una tropa de santos sacerdotes, que abrazaron su ideal, recurrió por todo el Estado Pontificio, Abruzzo y gran parte del Reino de Nápoles, donde mandaban los más feroces bandidos de aquel entonces, y en todas partes se extendía la inmoralidad, la violencia, la opresión, la injusticia, la ignorancia, la miseria. Su voz tronó inexorablemente contra el mal, dulce y rica en misericordia hacia los pecadores. Se subía las montañas más altas en la búsqueda la guarida de los bandidos; domando la ferocidad de ellos, los conmovía hasta lágrimas y los convertía. Arrastraba a las multitudes: siendo insuficientes las iglesias, para predicartenía que salir en las plazas completas gentes. Dondequiera que fuere extinguía el odio, la paz volvía; se devolvía el mal provocado, restableciendo la justicia y la verdadera hermandad. Poblaciones enteras embrutecidas por el vicio, cambiaban estilo de vida. Durante sus sermones fueron quemadas en las plazas montones de armas, grabados perversos, emblemas sectarios. Gaspar fue aclamado doquier como Santo, Trompeta de la Sangre Divina, Martillo de los Herejes. Niatentados, ni injurias o calumnias, ni atrayentes, ni espejismos de purpurado, sirvieron para detenerlo: "Soy un misionero" – afirmaba decididamente – "Y deseomorir sobre el escenario, como un misionero". Se le comparó con San Bernardino de Siena y llamado "el nuevo San Vicente Ferrer". Como un hombre por naturaleza delicado y socavado en la salud física por el sufrimiento padecido en las cárceles, pudo enfrentar fatigas, privaciones y asídificultades inmensas para las condiciones de aquel tiempo, es algo increíble para nosotros, sin admitir la evidente ayuda divina. Cuando parecía irremediablemente debilitado por el dolor, ¡por arte de magia surgían nuevas energías! delante de él los asesinos arrojaban el puñal, se convertían o huían atemorizados; las balas caían al suelo frío sin que se resultara herido; su bendición hacía inofensivos los venenos puestos en los alimentos y bebidas convidados. Sin embargo, la mayor victoria es aquella sobre sí mismo; la práctica de todas las virtudes cristianas en grado heroico; la incidencia en la transformación la sociedad de su tiempo. En pocos años, unos 22 de su intenso apostolado, dejó una marca indeleble, que todavía hace sentir su influencia benéfica en la sociedad. ¿El secreto? Así lo expresa el famoso cardenal Carlo Salotti: “Él pasó a través de tribulaciones y espinas. No rechazó esas espinas, mas las beso y se las puso en la frente, manteniendo sus ojos fijos en el Calvario. ¿Acaso no surgió de esa cumbre sangrienta el rescate de la humanidad? Las llagas del Cristo muriente hablaron a su alma sacerdotal y las gotas de aquella sangre purísima le estimulaban mayormente el celo apostólico. Y, cuando los nuevos fariseos se sentían ofendidos, porque la Sangre del Salvador permanecía constantemente en sus labios y formaba el primer objeto y propósito de sus sermones, se sumergía cada vez más en la Sangre, que era su alimento, su fuerza espiritual, su inspiración, el secreto maravilloso de su gran corazón”.
02. El Nacimiento
Č 03. La Cama Sangrienta
04. La huida
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5. Tienen más hambre que yo El amor de Dios estaba siempre calentando el corazón del pequeño Gaspar y lo hacía más activo. Habiendo recibido la prohibición para lastimarse la carne con el cilicio, encontró otras maneras de mortificarse. Así fue que comenzó a ayunar el viernes, lo que limita la comida a una sopa y un trozo de pan. Así lo hizo también durante la cuaresma, las vigilias, el mes de María como “manda” a la Virgen. Annunziata se vio obligada a observarlo con máxima atención y, a veces, también levantar la voz: "¡A tu edad no estás obligado a ayunar!". "Si tengo la edad suficiente para pecar, también la tengo para ayunar?" - Respondía. Pero cuando leía la preocupación en el rostro de la madre, la acariciaba diciéndole: “Vamos, mamá, no se agite, se feliz, comeré…”. Sabemos que la familia del Búfalo vivía en el “patio antiguo” del Palacio Altieri y que las ventanas de las dos habitaciones pequeñas, defendidas por fuertes barandillas, asomaban sobre la calle de la Gatta y la callejuela de Santo Stefano del Cacco. A través de estas rejillas el niño podía ver el vaivén de la gran miseria humana de Roma. Mendigos asquerosos y repugnantes, lisiados y discapacitados de todo tipo, que daban disgusto. A ellos se sumaban reales desocupados y ociosos de profesión dedicados a la mendicidad; no faltaban ladrones y estafadores. Las barbas y el pelo revuelto y lleno de insectos y los cuerpos, apenas cubiertos con trapos, dejaban ver impresionantes llagas purulentas. Algunos, sobre todo en verano, pasaban la noche tirado en las calles sucias e inseguras. El ojo de Gaspar los escudriñaba, el corazón se apretaba y algunas lágrimas mojaban las pestañas. “¡Pobrecitos! lo tengo todo: amor, limpieza, comida. Ellos nada!” Desde las profundidades de su alma surgió de forma natural un impulso generoso para hacer algo de inmediato. Con una mano fuera de la rejilla hizo ademán hizo una tímida invitación. Un pobre hombre que pasaba se acercó y vio entregándole con la otra mano un pancito partido en dos con algo dentro. Se pasó la noticia y se multiplicaron los pobres. "¡En el Palacio Altieri hay un príncipe tan bueno!". Ahora aquel ayuda se volvió un derecho. Si los vídriales de aquella ventana a cierta hora no se abrían, multiplicaban los golpes de palos: ¡Una autentica protesta sindical! Entonces Gaspar, corriendo, sacaba lo más que podía, como podía agarrar y se lo llevaba. No distinguía cosas de cosas y a menudo daba lo que tenía para el almuerzo o la cena de la pequeña familia. Fue realmente conmovedor verlo privarse de un caramelo: ¡Un verdadero heroísmo para un chico de su edad! No es infrecuente que se convirtió en un mendigo con el fin de dar a los demás. A María y a los pequeños amigos decía: “Vamos, ustedes también consigan alimentos para los que mueren de hambre…”. Los pobres ya había estudiado todo hábito de su pequeño benefactor y al aproximarse la hora de escuela, se decían entre ellos: "Vamos, el Santito está por salir”. "Para mí, a mí..." – Gritaban en coro, y Gaspar sacaba la colación que se había deslizado en secreto en la carpeta, haciendo creen a la mamá de habérsela comido. El mismo final hacía aquel centavo de baiocco que le regalaban en las festividades. Una mañana Annunziata, descubriendo el truco, le reprendió con severidad. Si continuaría de esa manera se convertiría en tísico. Gaspar con su genuina sinceridad respondió: “¡Mamá, esa pobre gente tiene más hambre que yo!”. 06. Entre los vendedores campesinos
07. Niños y ancianos
08. Fortaleza romana
09. Su Misa
10. El atroz alejamiento
11. El ratón.
12. La profecia
14. Como los primeros cristianos.
15. El envío.
16. La cuna
17. No tenían más vino.
18. Verá el dinero multiplicarse.
19. Una corona de cálices.
20. Habla con la Virgen.
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28. Una cándida paloma.
Inmediatamente después de abrir la primera Casa de los Misioneros en San Felice, Pío El Delegado Apostólico - la más alta autoridad de gobierno del lugar – había descrito el miserable estado moral de esa ciudad, que pertenecía al Estado Pontificio a pesar de estar rodeado por todo el Reino de Nápoles, como una isla en el mar. La predicación de los Misioneros cambió su cara, de modo que el mismo Delegado, antes alarmado, sintió la necesidad de escribir al Santo Padre: "¡No hay más odio, ni asesinados; muchos son los sectarios convertidos, la ciudad ha cambiado la cara!". Diecisiete estudiantes, empapados en las escuelas públicas de doctrinas ateas, habían puesto panfletos en versos ridiculizando a Dios y la Misión. Quisieron, o por curiosidad, o por pifiar, o contestar, escuchar un sermón del Santo y se quedaron tan fascinados que se arrepintieron públicamente. Esa misión ha permanecido famosa hasta nuestros días, también porque en la terrible Segunda Guerra Mundial, mientras que el bombardeo de los Aliados Estadunidenses arrasaba por todas partes la ciudad y el antiguo Domo, dejaron del todo intacta la cruz de recuerdo erigida en aquella ocasión, propio en la plaza de la catedral reducida en escombros. Desde Frosinone, en Ciociaria, donde llegó el eco resonante de la Misión de Benevento, a su vez, exigían la presencia de don Gaspar. La presencia el Santo se consideró "indispensable". La audacia de los bandidos en esa zona creció más atrevida: ¡Los crímenes no se podía contar, las luchas internas, negligencia y corrupción eran desenfrenadas! E1 Viaje desde Benevento hasta Frosinone, ¡en pleno invierno fue desastroso! Por la noche, sobre las montañas, bajo la lluvia y la nieve, el madero se vino abajo. Así informó la crónica del tiempo: "¡Gaspar y sus compañeros llegaron con tres días de retraso y en ruinas! Era de noche; en un momento se aprecian todas las calles y ventanas alumbradas y se escucha un grito general de conmoción: ¡Ya están aquí. Ya están aquí!". Las iglesias resultaron inadecuadas para contener a las multitudes, y aunque la temporada fuera pésima, en la plaza había una larga cola de gente, que no alcanzaron a entrar. Leemos en una crónica de la época: "Durante la Misión la cantidad de armas llevadas a los pies de la Virgen es infinita. A las confesiones concurren multitudes. Frosinone parece una ciudad santa. Es agradable ver a los fieles disciplinarse con los Misioneros”. Es fácil entender por qué la población, en varias ocasiones, impidió que don Gaspar se fuera y porque en la plaza principal estaba colgado un pendón que decía con amorosa delicadeza: “Don Gaspar, nos has robado el corazón”. El celo del Santo, no tiene tregua y, después de la Misión de Frosinone, por deseo unánime del pueblo, se abre una casa de Misión, y después de algunas predicaciones en Roma, se va a Civitavecchia. E1 22 de mayo de 1816 se encuentra en Rieti, deseado durante mucho tiempo por el santo obispo, su querido amigo. Desde las primeras predicas la concurrencia del pueblo fue extraordinaria. Llegó gente del campo y de los pueblos cercanos. Gaspar y sus compañeros multiplicaban las propias energías: funciones, confesiones, visitas a los enfermos y encarcelados, sermones en la iglesia, predicas en las plazas. Y en la misma Plaza del Domo, en la presencia de una gran multitud, de todo el clero y el obispo, el pueblo de repente se agita, se conmueve, llora… ¿Qué pasaría? Una cándida paloma aparece de repente, como proveniente de la nada, y vuela alrededor de la cabeza del hombre de Dios, que está hablando con fervor. No es una paloma común, es algo realmente extraordinario. Esa paloma mana un vivísimo resplandor, no se turba por las aclamaciones de la multitud, permanece suspendida a unos cuantos centímetros de la cabeza del Santo, como símbolo del Espíritu Celestial que inspira sus palabras y lo inflama de ardor divino para que toque los corazones, y las almas regresen convertidas a Dios. Por supuesto, ese día no se habló de otras cosas en Rieti, y las palabras de Misionero recibieron una potencia suplementar. Los sermones siguientes fueron aún más frecuentados. Pronto la noticia se difundió hasta los pueblos cercanos. El nombre de Gaspar pasaba de boca en boca y la gente cada vez más acudía en masa para verlo, oírlo, tocar el borde de su manto, y confesarse. Parecía un pasaje del Evangelio: la que describe Jesús rodeado por una gran multitud, ansiosa por escuchar la palabra de salvación, y Él conmovido que desearía hacerse todo en todos. |
29. El relampago.
La Misión en Rieti había terminado, pero Gaspar no pudo partir de allí. E1 Obispo le pidió permanecer por algunos días más; no podía defraudar el deseo de muchas personas. ¡Cuánto bien se podría hacer todavía; cuántos pecadores tocado por la Gracia, por medio de sus cálidas palabras, habrían vuelto a Dios! No, el deseo de la multitud no se debía a curiosidad morbosa de los hechos prodigiosos, tal vez hubo también; , pero no era tal vez el anzuelo arrojado por Dios para atraer a una fe más viva y una mayor coherencia en la vida cristiana? ¡Los frutos fueron realmente sensacionales! Los campesinos salían temprano de sus casas, dispersas en el vasto territorio del reatino, con el fin de asistir y escuchar los sermones. También fueron frecuentadas las interesantes funciones de la primera hora de la mañana. Despreocupado del largo recorrido, la gente volvía rápidamente y satisfecha al duro trabajo del campo. Por la noche grandes grupos llegaban de los vecinos pueblos y era un espectáculo conmovedor ver desde arriba de la ciudad llamas de antorchas, esparcidas en la llanura de los que regresaban a sus hogares. Los confesionarios siempre estaban llenos. La prensa local así comentaba el evento: "No se puede suficientemente describir el fruto que aquí produce la predicación del Canónigo del Búfalo y de su compañeros en todo estado social de personas: devolución de grandes sumas de dinero (una hasta 74.000 escudos romanos), reconciliaciones deseadas durante varios años, entrega abundante de armas prohibidas, libros y manuscritos malos, cese de escándalos públicos, abandono de prácticas deshonestas. Estos frutos consuelan a los incansables misioneros, el santo Obispo y los sacerdotes de la ciudad y de los pueblos vecinos". Algún misionero, por su parte, estaba empezando a sentir las consecuencias de la gran cantidad de trabajo. Alguien murmura, unos se retiran. Gaspar en cambio no conoce cansancio, está siempre en la brecha y alienta a sus compañeros. ¡Su palabra es remedio que sana! ¡Pero no todas fueron flores! los malignos y los que no le gustaba el buen quehacer de los Misioneros, andaban propagando el mensaje que la aparición de una paloma blanca había sido un truco: se trataría un animal entrenado. Pero pronto llegó la respuesta de Dios, con otro signo aún más extraordinario que el anterior. Esto es lo que cuenta un testigo ocular, don Antonio Muccioli, sobrino de Monseñor Belisario Cristaldi: "Durante el discurso sobre el Juicio Universal, tenido por el canónigo del Búfalo, aunque el cielo estaba de un esplendor extraordinario, un rayo luminoso entra en la iglesia a través de una ventana y, zigzagueando sin ningún tipo de ruido y daño, sale por otra, ¡desapareciendo en el aire! El pueblo deslumbrado por la luz y conmocionado por el signo inusual, primero irrumpe en altos gritos, luego se recoge desconcertado en tumbal silencio. Gaspar cae arrodillado frente el Crucifijo, animando a todos a hacer sana penitencia y termina dando la bendición con el santo madero". Un hecho tan impresionante provoca muchas sorprendentes conversiones, pero los denigrantes andan diciendo que se trataba de un truco repetido y vulgar de comediantes para engañar la buena voluntad de un pueblo crédulo. Bien para ellos que el pueblo fue domesticado por las vivas recomendaciones del Santo, de otro modo los fieles habrían reaccionado en modo poco evangélico en contra de ellos. E1 día 4 de junio los Misioneros iban saliendo en secreto, como de costumbre; pero el pueblo, tras haberse percatado, corrió en multitud para saludarlos. Gaspar fue obligado a hablar una vez más ante la imagen de Virgen, suscitando emoción y lágrimas en esa población que se puso a correr tras el carruaje mientras se alejaba, gritando: - ¡Padre santo, vuelve, vuelve! Pero don Gaspar podría decir, y dijo las palabras del Evangelio: - ¡La cosecha es abundante y los operarios pocos! Es necesario ir por todo el mundo, para predicar la palabra de salvación. |
30. ¡Son perlas!
"En primer lugar diré, - escribe el Merlini - que Gaspar acerca de su prójimo, en referencia a Dios y según Dios lo amó… No buscaba que solo Dios y su agrado, el solo deseo, el único anhelo de llevar almas a Dios… A eso se debieron muchos disgustos y amarguras, tantas preocupaciones y humillaciones, muchas aflicciones, desprecios…". “Su corazón, tan tierno, no permanecía insensible al sufrimiento humano, tan largamente presente en este mundo, donde, decía somos todos como enfermos en un gran hospital. Así que la gran caridad que emanaba de su corazón salía en primer lugar por el bien de las almas. Ponía la mano de consuelo a los atribulados, aliviándoles el dolor. Eran muchos los afligidos, que se recurrían a él y se quedaban consolados. Estaba tan encendido por esta obra de caridad que enfrentaba a veces largas jornadas de camino para llevar consuelo ¡y despreciaba incluso su vida! Teniendo otra visión de misericordia divina, acogía con gran amabilidad a los pecadores… No omitía, cuando necesario, amonestarlos, pero lo hacía con tal discreción que no podían resistirle". "No tenía miedo a ser vilipendiado y, ansioso de que todas las personas se salvaran, hacia todo el mundo corría, incluso si burlasen y hablaran mal de él". ¡Sabemos cómo llegó a amar a sus enemigos! Humillados, encarcelado, perseguido a muerte, oraba y hacía orar por la conversión de ellos". "¡Qué habilidad tenía de inducir el sentido de la mansedumbre corazones más obstinado y cegados de odio!". Basta pensar en su apostolado entre bandidos y sectarios. Pero estaba en contra de quién embarraba el buen nombre de los demás y en contra los murmuradores. Cualquier dolor se hizo eco profundo en su corazón; por lo que no se limitó simplemente a la caridad de la sola alma. "Veía a su alrededor desnudos a revestir, pobres que alzaban la mano por un trozo de pan, peregrinos que en la noche fría, golpeaban a su puerta, enfermo yacientes en la cama del dolor y trabajó para levantar tanta miseria y todo lo daba, de acuerdo con su posibilidad, a los mendigos". ¡Cuántas veces se le ha visto, con una mochila a espaldas, ir pidiendo para los pobres! A Gaspar le hubiera gustado tener mucho dinero para los necesitados. Recordamos todavía su dicho: "Para hacer el bien son necesarios la gracia de Dios y el dinero". También confesaba que a veces veía misteriosamente multiplicar el dinero en sus manos. Se podía verlo día y noche merodeando por las calles, los tugurios y locales y luego salir descalzo y sin ropa, excepto la sotana para cubrir su desnudez. A los compañeros que salían de casa siempre daba unos centavos de baiocco para los pobres, y había dado órdenes estrictas que ningún pobre tenía que alejarse de las puertas de las Casas de Misión sin el consuelo de "una sopa, una rebanada de pan y un baiocchetto". Le fue de agrado desde niño, visitar a los enfermos en los hospitales y, cuando Misionero, multiplicó esta caridad. ¡Cuántos, tocados de tanto amor, regresaban a Dios en punto de muerte! Instó a sus compañeros a seguir su ejemplo; en las Misiones los presos y los enfermos tenían prioridad de su premurosa caridad. Era el año 1816 y Gaspar, que ya gozaba de gran fama de santidad, se encontraba en una misión en Porto d'Anzio, donde había una especie de posta-hospital en estado de completo abandono. Él como de costumbre, se puso con sus compañeros a curar, limpiar, lavar, medicar y descansar esa pobre gente alojada allí y tratados tan mal. Los paciente decían: "Vino un arcángel del cielo entre nosotros y con él muchos ángeles piadosos!". Un misionero, más sensible que el otro, llamó un día Gaspar aparte y le dijo: "¡Padre, ya no tengo más estómago para continuar! No tanto por las llagas, sino por muchos bichos que caminan abundantemente sobre el cuerpo de los enfermos y en las camas. ¡Son piojos y también están bajo la piel! Y ya me los encuentro encima". El Santo, como cayendo de las nubes, le preguntó: "¿Pero ha mirado bien? ¿Cuáles piojos? Mire: ¡Son perlas!" E1 misionero perplejo pensó que Gaspar amablemente se burlaba de él para consolarlo, luego miró y remiró: "¡Sí, padre, tiene razón, son perlas de verdad!" Cuando ese misionero relataba el episodio, los compañeros, apretando los ojos, le decían: - "¡Fingiste creerle, verdad? - ¡No, no! – Afirmaba él, convencido - ¡No podía creer a mis ojos. Eran perlas de verdad! |
31. Cadáveres en el pantano
Gaspar, sin descansar un solo día, desde Rieti fue por una docena de días en Cittaducale, e inmediatamente después a Bagnaia, donde, a pesar de estar postrado en cama con fiebre alta, a la hora de la predicación "sube al escenario y es tal su elocuencia y el celo con que habla, para aparecer como el más sano mundo". Desde Bagnaia se dirige a Porto d'Anzio. El cochero, quién sabe poco la ruta, se pierde en el enmarañado matorral de Nettuno, donde están obligados a pasar la noche. En Anzio se dedica con amor a los marineros y pescadores, que "olvidados por todos, en la torpeza y la ignorancia vivían sin el conocimiento de la fe y la virtud cristiana". Con tanto amor también pasa días enteros entre los condenados, quienes, "encerrados en esos terribles centros penitenciarios, nunca escuchan la palabra de Dios, se entregan a la desesperación y nuevos atroces crímenes, incluso en las cárceles". Estamos próximos a la Navidad y Gaspar, por la insistencia del cardenal Mario Mattei, se conduce a Velletri. Los habitantes de Velletri, que para la Navidad habrían preferido divertirse en lugar de escuchar predicación penitencial, recibieron de mal gusto a los Misioneros y se burlaban de ellos a regañadientes; y después, fascinados por el habla y la amabilidad de Gaspar, cambiando el parecer, le obligaron a permanecer hasta después de mediados de enero, ¡organizando también una procesión de penitencia en plena noche! En Velletri, en aquellos días, llegaban de forma continua grupos de ciudadanos de la cercana Cisterna, y lo convencieron para ir allí, porque la gente lo anhelaba tanto. Gaspar, que en su predicación no iba en busca de cotizados púlpitos, sino prefería los lugares donde mayor era la necesidad, se dirigió allí con mucho gusto. En aquellos días, Cisterna estaba en los límites de los “Pantanos Pontinos”, donde junto al agua estancada, dominaba la tristeza más oscura, la vida más tétrica, víctimas de malaria, el tifus y las malas costumbres. Aquí preferimos dar la pluma para las crónicas del tiempo: "Sólo faltaban veinte y cinco días al carnaval y hubo un gran regocijo del pueblo para escuchar hablar la venida de él, y un clamor de alegría despertó en cada persona. Y ya que llegó en la noche, las calles se encendieron y de inmediato abierta la iglesia, sonaron las campanas y la gente acudió en masa". Cisterna estaba compuesta, en la mayoría, de "bufaleros torpes y campesinos, que trabajaban principalmente en las pampas y entre pantanos; se consideraban comúnmente ignorantes y delictuosos. Robos, estafas, asesinatos estaban en el orden del día". Tan grande fue el bien obrado por los Misioneros en esos ánimos, solo porque encontraron finalmente alguien que se preocupaba por ellos. Gaspar, comprendiendo "el estado miserable de aquellas almas de aquellos cuerpos", comenzó a recorrer el pantano de palma a palma, entre tugurios y chozas esparcidas en aquellas aguas pestíferas y atroces, llevando a todos la bendición de Dios, una palabra de consuelo y algunos medicamentos, sin tener en cuenta los peligros de la malaria y el tifus. Se encontraba con frecuencia con carros pesados tirados por enormes búfalos, que encima cargado de pasto o estiércol, a menudo mostraban cadáveres desnudos y descompuestos, que eran llevados a la sepultura: sin un sacerdote, una cruz, una vela, ni siquiera un signo de piedad humana y cristiana, parecía barbarie, pero era ya un signo de piedad cristiana haber recogido los cuerpos del pantano infinito, para evitar que se convirtiera en comida de los halcones y chacales, o se descompusieran al aire libre, como carcasa de cualquier animal. Gaspar, sin saberlo, chocado y horrorizados, detenía los carros y en el llanto trataba de recomponer los cuerpos humanos; agarraba matas de pasto, algunas flores silvestres y las deponía encima de los cadáveres, y los bendecía; y entonces, siguiendo el carro hasta el cementerio, recitaba las oraciones de los difuntos. - ¿Por qué – preguntaba a los cocheros – tanta insensibilidad? - En estos vastos pantanos a menudo los pobres cristianos mueren abandonados por todos y permanecen al aire libre, presa de perros, cerdos y buitres. Así respondían esos hombres rudos, que parecían pertenecer a otro mundo. Don Gaspar apreció sus buenas intenciones, pero para dar una solución más estable y digna al problema, erigió en Cisterna la Cofradía de la Muerte, cuyos inscritos se comprometían a hacer celebrar el funeral y a dar cristiana sepultura a los cadáveres del “Pantano Pontino”. ¡Así terminó aquel abominio! En el último día de la Misión llegaron desde Velletri, con pancartas y banderas diversas Cofradías para recoger a los Misioneros. En el momento de la salida se desencadenó una furiosa tormenta, pero el Santo "bendecido el horizonte con un estandarte y el agua la detuvo al instante". Al pasar el carruaje, que fue seguido a pie por las Cofradías, los campesinos encendían haces de juncos y ramas. Eran las dos de la mañana cuando llegaron a Velletri y encontraron el Domo rebosante de fieles. Gaspar se vio obligado a dar un sermón. Cuando el pueblo llegó todo al amparo “las nubes que desde Cisterna habían detenido las propias aguas, como un signo acordado, se descargaron en lluvia violenta”, que fue a alimentar el lejano pantano, entre las montañas y el mar. |
31. ¡Un sorbo del bueno!
Pontecorvo fue y sigue siendo, una bella ciudadela cerca de Cassino. Si bien en los tiempos de Gaspar se encontrase dentro del territorio del Reino de Nápoles, era "ciudad del Estado de la Iglesia". Allí, sobresalía la furia sectaria, que buscaba no tanto debilitar el poder temporal de los Papas, cuanto a eliminar a Dios de sus conciencias, empapando el pueblo de doctrinas ateas y anticlericales. Estaba presente el bandidaje también ya que la frontera estaba muy cerca. Por esto el clero local le insistía al Santo, que tantos sensacionales éxitos había logrado con su predicación y en Marche y en Romagna, para tener una misión en su ciudad, con su mejores compañeros. E1 Santo fue allí con ocho misioneros "todos excelsos en cuanto a conocimiento y virtud", entre los cuales el futuro cardenal Gabriele Ferretti, el 10 de septiembre de 1822, "cuando las golondrinas se preparan para salir de la bella tierra de Italia". “Incluso en Pontecorvo se renovaron las maravillas y los prodigios de las más célebres Misiones” y claramente el Señor quiso sostener la palabra de su Santo y los compañeros de una manera extraordinaria. Ya hemos mencionado en otra parte como: "Durante la misión se llevó con gran solemnidad la comunión a 200 enfermos. Gaspar uno por uno los roció con agua bendita y los bendijo con la reliquia de San Francisco Javier. Todos sanaron milagrosamente, de manera que, después de tal evento, las conversiones no podían contarse, ¡ni se contaron las armas mortales entregadas! ¡Había montones y montones y se tuvo que fatigar mucho para romperlas y quemarlas! Entre las conversiones maravillosas hechas por el Santo vale contar, además por la manera única en la que pasó, una puesta bien en relieve en los procesos de Beatificación. Uno de los "señores principales" de la ciudad, famoso líder revolucionario, huía de la misión como la peste. Sobresaliente fue su aversión a Gaspar, considerado un santo por todos. No sólo huía de la misión, además se burlaba de los misioneros e incitaba a la gente en contra de ellos, maltratando con vehemencia cualquier persona que se atrevía a sugerirle de encontrarse con él. Gaspar, de su parte, se comprometió junto a los hermanos a obtener su conversión por medio de oraciones y ayunos, y finalmente llegó el día del triunfo de la gracia. Una tarde, Gaspar, sin duda inspirado por Dios, invitó al padre Barrera, de los Doctrinarios, a dar una vuelta en el jardín del Convento. Mientras caminaban por el caminito, conversando de cosas de Dios, vieron a ese señor. - Rápido - dijo Gaspar al fraile - invítelo a entrar. En una invitación tan amable, el líder sectario, aunque fuera enemigo de los curas, no se atrevió a responder con una negativa. Pero cuál no sería su desaprobación cuando, entrado en el jardín, ¡se encontró frente a Gaspar! Trató de fugarse, pero el santo no le dio tiempo. Con su innata y sincera gentileza, vino a él y lo saludó cordialmente. Luego sin demora, dirigiéndose a Padre Barrera, le dijo en un avispado tono romanesco: - Usted vaya a buscar un sorbo del bueno, porque este amigo y yo queremos pasar una hora en alegría. Cuando el padre regresó con el frasco, los dos ya se habían desaparecidos. Espera y espera, he aquí viéndolos salir de la habitación del Santo en una conversación amistosa. ¡Los ojos del sectario, estaban todavía húmedos por las lágrimas! "Así, aquel que era un escandaloso y un enemigo declarado de Dios, no sólo durante la misión, sino por toda la vida, ¡se convirtió en el hombre más edificante de Pontecorvo!". A los amigos que lo regañaban, acusándolo de traición, contestaba: "¡Aquel Padre Santo, me ha dicho cosas tales, que no me pude resistir. A ustedes les habría pasado lo mismo. Traten de hacer lo mismo que yo hice!". Gaspar muchas veces, con toda humildad, solía decir a los compañeros que el Señor le daba luces extraordinarias en la refutación de los escépticos, tanto durante los sermones, que en conversaciones privadas. Esta célebre conversión asombró mucho a las personas, que cada vez más numerosas acudían a escuchar al Misionero, de modo que no fueron suficientes las iglesias, plazas a contenerlas. ¡Balcones, ventanas, terrazas, árboles estaban siempre repletos de gente! La última noche nadie quiso perderse su palabra, tan así que el sacristán "al no encontrar a alguien dispuesto a ayudarle a tocar las campanas, desesperado tuvo que rogar al futuro cardenal Ferretti correr en su ayuda". Después el cardenal solía decir: "¡Con el Canónigo del Búfalo aprendí que, incluso tocando las campanas, se pueden convertir los pecadores!". |
32. Un santo entre los bandidos
Los episodios que aquí se narran son históricos y constituyen quizás la página, que más nos revela la estatura de Gaspar hombre y santo. El papel que desempeñó en la erradicación del bandidaje en el Estado Pontificio, entre 1815 y 1822, fue de primera línea; nos lo muestra no solamente como santo intachable y hombre de corazón grande, sino también como un agudo pensador, sociólogo y atento diplomático, porque, sin el ingenio y la sola caridad, nunca podría generar una serie de acontecimientos históricos tan importantes. El enorme éxito no se debió a combinaciones aleatorias de compromisos políticos, acciones improvisadas o de fuerza, sino sólo a la clara visión que tenía de esa triste situación, donde los gobernantes de un estado como el de la Iglesia habían fracasado, aunque teniendo inagotables recursos humanos, y sobre todo morales. Ni las armas, ni la ley del talión, o una feroz represión, sino la intuición, el coraje, la paciente insistencia, la persuasión y el Crucifijo fueron el secreto de Gaspar.
Partidos con la noble intención de resistir a la opresión del hombre extranjero, vueltos brutos por la vida en los bosques, acostumbrados a la ociosidad y el vicio, muchos de ellos se dejaron llevar por la venganza en contra de los informadores y a todo tipo de robo, incluso después del regreso de Pío VII en Roma. Su lema, tristemente célebre, Para multiplicar sus filas y aumentar la ferocidad acudieron auténticos delincuentes y criminales, escapados de la horca y la prisión. En resumen, los bandidos se agruparon en el territorio a lo largo de la frontera sur entre el Estado Pontificio y el Reino de Nápoles, en la provincia de Marittima y Campagna, para poner trampas a los pasajeros de las dos grandes arterias: la vía Appia y la vía Casilina, que unían Roma y Nápoles. La frontera resultaba muy útil para ellos, no sólo porque favorecía el contrabando, sino también un refugio cuando eran perseguidos por uno de las dos fuerzas policiales. Ellos tenían su propio estilo distintivo de vestir: chaquetas y pantalones de cuero de diablo, bien ajustados, calzaduras de la época llamadas “cioce”, sombrero en forma de cono, enguirnaldados con cintas extravagantes. El ornamento (!) más vistoso estaba constituido obviamente de pistolas, cuchillos, dagas en la cintura y fusiles trombones a la correa. A los más feroces les encantaba traer con orgullo un collar de orejas cortadas a sus víctimas, para que el adversario pudiese hacer el recuento inmediato de los delitos. Por la ferocidad fueron llamados comúnmente “los caníbales de Italia”. Si por desgracia alguien se encontrase con ellos, única cosa que tenía tiempo para hacer, era persignarse y recomendar su alma a Dios. Las mujeres andaban vestidas al estilo “ciociaro”, y para no ser menos que los hombres, en lugar de horquillas, en el cabello, ponían punzones para hacer su propia justicia. Alessandro Massaroni, apodado “el Triturador”; Michele Magari, apodado “el Mediapinta”. Antonio Gasbarrone de Sonnino, el más longevo, apodado “el Fuerte”, después llamado “el Rey de las Montañas”. De ellos historiadores y pintores nos han transmitido hechos y semblantes. Los nombres de estos hombres fascinaban a cierta juventud desempleada, dispuestos a todo para hacer gestos desenfrenados, y alimentar la esperanza de ser capaces de proporcionar rápidamente fabulosos tesoros. Casi poco importa haber tenido tiempo de disfrutar de lo robado, porque la mayoría acababa baleada por integrantes de otra pandilla o de la policía; ya a veces les pasaba algo peor, porque seguían viviendo en mano de la justicia, que los trataba con métodos de baja carnicería. Una desesperación valía otra y con la inconsciencia típica de la juventud, decidían que valía la pena ser dueños de sus vidas, fuera de las leyes divinas y humanas. Dos jóvenes de Vallecorsa, en Ciociaria, tomados de esta obsesión morbosa, lograron llegar a la presencia de un líder. “¿Qué hay que hacer – le preguntaron – para entrar en tu pandilla?” “¡Matar al menos un hombre!” fue la respuesta. En el camino de regreso se encontraron con un anciano inofensivo, un cierto Onorato De Bonis, conocido por su estado de ánimo alegre, y le preguntaron: "¿Qué hora es?". - “Las hora de ayer, en este momento” - respondió. - “No, es la hora de morir” - gritó uno de los aspirantes al bandidaje y lo dejaron en el suelo lleno de puñaladas. Rápidamente volvieron arriba en las montañas para mostrar los puñales aún goteando sangre. ¡Fueron elogiados y enrolados como novatos valientes y de grandes promesa! No es posible volver a contar aquí, incluso algunas de las más famosas atrocidades de estas bestias sedientas de sangre, sin embargo es necesario reportar algún episodio, con el fin de comprender mejor con que se encontraba Gaspar, y poner en mayor relieve su generosa acción. En Frosinone dieciséis personas fueron arrastradas por los bandidos en la plaza y sacrificados delante de la gente horrorizada. Al enterarse de este hecho, Gaspar fue a predicar una misión para consolar al pueblo. De aquella predicación se ha transmitido un episodio que conmovió mucho el Santo por su inocente simplicidad. Un niño, después de haber aprendido de su madre que Gaspar confesaba a los pecadores más calificados, y en particular a los bandidos y masones, logró acercarse al Misionero entre las masas y, tirándolo por su sotana, en el tira y afloja , le pidió que escuchara su confesión. Gaspar, que era tan aficionado a los niños, lo tomó en brazos y le preguntó: "¿Qué has hecho tan grave que quieres confesar?" "Padre, yo soy un bandito y un masón...". El santo sonrió, lo abrazó y lo bendijo, diciendo: “Ve ahora, pórtate bien y sin duda irás al paraíso”. En Terracina, con la complicidad del portero del Seminario, el bandido Massaroni se presentó con sus matones y, apuntando con su daga en el pecho del Rector, secuestró a todos los seminaristas y los arrastraron hasta la montaña. El único gendarme de turno, un verdadero héroe, ordenó que se pararan, pero a cambio tuvo una gran descarga de balas; un sacerdote que se acercó a bendecir el cadáver era asesinado a su vez. En la confusión dos seminaristas huyeron y llevaron la mala noticia al obispo, que era Monseñor Carlo Manassi, un amigo de don Gaspar. Acudieron los gendarmes y el pueblo, pero ya los ladrones habían llegado a la montaña. Durante ocho días, los prisioneros fueron torturados, porque se retrasó en llegar el rescate; alguno fue enviado, no sin muestras de su ferocidad, para solicitar el dinero; otros lograron escapar y esconderse en las montañas, pero dos de los jóvenes fueron asesinados. Durante años el pueblo acertaba que, en el silencio de la noche, en el lugar de martirio sentía oían cantos armoniosos de jovencitos, como melodías de ángeles que vuelan en el cielo azul. En 1821 un grupo de bandidos secuestraron a todos los monjes de Camaldoli en Tuscolo, cerca de Frascati, dejando sólo un anciano de cien años, al cual dictaron las condiciones del rescate. Aquellos religiosos al final fueron afortunados. Un cómplice para salvar su vida, traicionó a sus compañeros y guió a los gendarmes al escondite. La banda fue capturada y los religiosos, aunque horriblemente torturados, pudieron regresar a la ermita. La audacia de los bandidos ya no conocía límites y los caminos hacia el sur eran inseguros. Sin carro, Ningún carruaje aunque con poco valor, ¡la salvaba el pellejo! era asaltado con muertos y heridos. Incluso las poblaciones, habiendo perdido toda confianza en las fuerzas policiales - al igual que en nuestros días – pensaron hacer justicias de propia iniciativa. Las familias estaban bien provistas de armas, los padres entregaban como en un rito sagrado los puñales a los hijos y les hacían jurar venganza de los cuerpos de sus familiares asesinados. Obviamente, de esta manera, se abrió una serie de masacres y crímenes, cuyos círculos viciosos no se rompían nunca. Las autoridades intensificaron el castigo y la represión; las cabezas cortadas de los bandidos eran puestas sobre estacas y expuestas en plazas y a lo largo de calles más frecuentadas; pero los bandidos sacaban casi siempre la mejor parte. Sus venganzas eran rápidas y terribles, bastaba solo una sospecha para ser descuartizado y colgado entre arboles, a fin de que los transeúntes aprendiesen la lección. El pueblo romano estaba aterrorizado, ¡y Pío VII exhausto! Los refugios más famosos de los bandidos eran Vallecorsa y Sonnino. Este último pueblo detuvo el primado y fue nombrado “Bandidopolis”. Ambos, por características de su construcción, se prestaban como fortalezas inexpugnables, tanto en la defensa como en las emboscadas. Pueblos severos, pedregosos, de callejuelas estrechas y empedradas con enormes piedras, escalones altos y escaleras empinadas, casi en barranco entre las casitas, cerradas con enormes puertas y múltiples trabas y cerrojos. Pero esa gente, por otro lado valiente y orgullosa, era patrullada por gendarmes y manadas de malhechores, despertados en plena noche de alaridos y desgarradores gritos, entre los cuales a menudo se reconocía la voz de un ser querido. En todas partes los gendarmes comenzaron a invocar puño y hierro, pero había de resultar inútil. Finalmente se pensó en un recurso extremo: "¡Destruir los dos pueblos!". Se pensó útil empezar por Sonnino. Y el 22 de julio de 1819 en muchos rincones de la Ciudad Eterna fueron puestos el decreto del Papa, con el cual se ordenaba que, dentro de un mes, Sonnino iba a ser arrasada hasta los cimientos. Fue una decisión terrible. Destruidas las casas, ¿dónde iría la población? Existía el riesgo de que incluso las personas buenas, tomadas por la desesperación, se dedicaran al bandidaje. Se decidió iniciar la aplicación del Edicto desde las casas de los delincuentes en fuga. Pero dado que la lección no fue entendida, se dio la orden de proceder a la solución final. Se levantó la voz de la Preciosísima Sangre, derramada por amor: voz cálida, valiente, decidida y suplicante en defensa de las personas: ¡Dios no quiere la muerte del pecador, sino su conversión! La tesis encontró después forma en una maravillosa carta al Papa Pio VII de Gaspar, enviada por Monseñor Belisario Cristaldi, su amigo y gran admirador. He aquí algunos pasajes de la hermosa peroración: "¡Beatísimo Padre! La justicia y la misericordia siempre han animado todas las operaciones de Su Santidad. La demolición de Sonnino también venía de un espíritu de justicia y esta demolición se llevó sobre las casas de los criminales. Sin embargo, consumida esta primera demolición, parecía que debiera entrar la clemencia y que esta clemencia se uniera con la justicia, la cual puede descargarse por encima de los culpables y de los que tales no son. De hecho, anteriormente, se utilizó siempre que, cuando fue el gran número de delincuentes, que se decimara la mayoría, y rescatar a los demás, aunque reos; acerca del caso presente se vendría a deshacer por completo. La demolición de Sonnino ahora sería tardía, o más bien ineficaz… Sería un inconveniente a la mansedumbre excelsa del Vicario de Dios y de la paz, si fuese inexorable la destrucción de un pueblo de tres mil personas… La dispersión de todos los habitantes, sería fatal para la agricultura… El territorio de Sonnino es fértil… Poco a poco el terreno fértil se convertiría en un desierto. Sería peligroso para la pública tranquilidad poner una población en desesperación tan grande… Si aunque en mínima parte se uniese a los delincuentes, resultaría contraproducente. Por otra parte, la demolición es injusta, porque no puede caer sobre inocentes, si no se paga el precio de lo que se demuele. Sin embargo, si se paga el precio la suma sería tan alta que pasaría a agravarse sobre los asalariados de modo insostenible. Por último, la clemencia de Su Santidad vuelve la mirada piadosa hacia una entera población, ¡a la cual no les quedan más que los ojos para llorar!” Pío VII, alma sensible, que tenía gran estima por Cristaldi, leyendo la carta se sintió profundamente conmovido. Cada medio violento fue rápidamente vetado y – por interés de Gaspar – una suma de dinero fue otorgada para la reconstrucción de las casas destruidas. Sonnino fue salvado y en el regocijo se declaró a Gaspar como el salvador de pueblo y tal se le aclama hasta el día de hoy, celebrándolo con fiesta, gran solemnidad, alegría y devoción. El método de la mansedumbre fue mucho más productivo que el de la fuerza, en la solución del problema del bandidaje. De este se hablaba desde el regreso de Pío VII, pero todo quedaba "en proyecto", incluso en muchos proyectos, a veces extravagantes. Se necesitaba un proyecto global y homogéneo, basado en las Casas de Misión. Gaspar hablaba y escribía a menudo al Cristaldi, hasta que este hizo suyo el proyecto y lo presentó al Pontífice, alentando la transferencia, sin restricciones, a la acción sola de Gaspar "Es decir el célebre Canónigo del Búfalo, como pequeño de estatura, y a la vez tan grande de alma y virtud. Hombre incansable para la acción: ¡prodigioso en la efectividad! Hombre renombrado al signo, que se llama Apóstol de Marche, Martillo de los Masones, el Fundador de los más útiles Institutos, dirigidos a la cultura religiosa y moral". ¡Así escribía Cristaldi de don Gaspar! Pío VI1 aprobó el plan sin reservas y el Cristaldi comenzó a tratar con Gaspar la dificilísima hazaña. Seguimos el apóstol hasta el fondo en su programa que contrastaba la ferocidad con la palabra evangélica cartujamente insistente, persuasiva, caritativa, educativa, con la eliminación de las injusticias sociales y privadas. Ya había viajado por los varios pueblos de Marittima y Campagna para recomponer odiosidades irreconciliables, catequizando con paciencia a campesinos rudos y obstinados, poblaciones litigiosas y arrogantes, ricos orgullosos y ambiciosos. Los bandidos habían oído hablar mucho de él, algunos lo conocían. En octubre de 1821, recorre las montañas de la región, donde los bandidos se esconden como en fortalezas inexpugnables; pasa por los pueblos frecuentados, acompañados por el fiel compañero Bartolomeo Panzini, que no hace más que andar asustado, pero que estás más que nunca decidido a morir, si es necesario, con su héroe. Las autoridades lo han instado a aceptar una escolta armadas, pero siempre la ha negado enérgicamente. Este viaje de diagnóstico tiene el propósito de encontrar, al menos en seis pueblos, una local apto para erigir Casas de Misión, porque está firmísimo en sostener el principio de que hay que volver a empezar desde Dios y por lo tanto, muchas y muchas Misiones capilares en cada pueblo. Reconducidos los pueblos a Dios, habrían observado sus mandamientos y sin duda Dios habría finalmente tocado el corazón de los bandidos. Fue considerado de todos modos un exaltado, hasta loco; cierto es que los llamados “expertos” no conocen los recursos de los santos. A quienes argumentaban que sólo la escuela habría sido suficiente para reconciliar a las poblaciones oprimidas, él replicaba: "Sí, la educación es esencial, pero nunca se ha oído decir que, sin el temor de Dios, se puedan cambiar los hábitos poco saludables de la sociedad. Cuantas personas cultas actúan a su pinta burlándose de la ley". Finalmente logró encontrar a tres antiguos monasterios abandonados fuera de la ciudad de Terracina, Sermoneta y Sonnino, ya divisados por su padre y maestro Albertini. Le parecían tres casonas regias y la posición parecía ideal para la libertad de apostolado. En vano se resistió a la orden del Delegado Apostólico de Frosinone quién pretendió la aplicación de una orden del gobierno en virtud del cual, los Misioneros tuvieron que vivir en el pueblo. "Mi única arma siempre será el Crucificado. Su Sangre finalmente remecerá los corazones endurecidos". Pero la prudencia del gobierno no era injustificada. Los casos del seminario de Terracina y la comunidad cartuja de Frascati, de los que hablamos, tenía que enseñar algo. Don Gaspar subió sólo en la sierra, mientras que centenares de ojos lo escudriñaban listos para criticarlo. Valientemente se metía en los recovecos para explorar las cuevas, las encontraba, hablaba con un lenguaje de amor y mansedumbre. ¡Nadie les había jamás hablado así! Vencidos por tanto heroísmo, fascinados como por un ser arcano, no de este mundo, caían a sus pies, botaban lejos sus armas, que antes le habían apuntado al pecho, besaban sus manos con respeto. Gaspar había e encontrado su punto débil y le escribió al Papa, intercediendo por sus causas. Un día se encontró con unos gendarmes que llevaban en loma de burro, tirado como un saco, el cadáver de un bandido muerto y continuaban a apuñalándolo como estuviera aun vivo. Horrorizado suplicó al Papa que, también por un sentido cívico, además que piedad cristiana, se empezase a dar a los bandidos un entierro digno, en lugar de llevar sus cabezas como trofeos por todos lados, clavados en estacas en las plazas, instigando a la población y los traviesos a picarlos con punzones, haciendo estragos con sádica brutalidad. Tarde, en la noche las casas de Misión estaban abiertas a los bandidos, que confiados iban por poco tiempo. Gaspar llegó a juntar hasta varios grupos en la Casa de Canne en Sonnino y por varias tardes les dio un curso de Ejercicios espirituales. Los transeúntes entonces oían robustas voces cantando cantos sagrados e, ignaros pensaban: ¡Cuántos padres Misioneros están esta noche en el convento! De esta forma la confianza de los bandidos hacia Gaspar era completa, por lo que podría pasar en cualquier lugar tranquilo, y bajo protección de ellos, nadie se atrevería a hacerle daño. Ahora, habrían también dado la vida para él. Divisándolo brincaban de los matorrales para irle a besar la mano. De a poco la misma confianza fueron teniéndola con los demás misioneros, los cuales, guiados y animados por él, iban por aquellos pueblos y se subían las montañas, cantando las Laudes de las Misiones, reuniendo la población en la iglesia o en plazas públicas, y con sus palabras “los enternecían hasta las lágrimas”. Entre los fieles, por aquí y por allá, bien camuflados, no faltaban los bandidos, siempre más ávidos de las palabras del Santo. Un hecho que tiene algo extraordinario se nos narra por el misionero don Rossi: "Fue en enero de 1822 y el Canon del Búfalo había recién terminado el panegírico de San Antonio Abad, patrón de la iglesia de los Misioneros en Vallecorsa, cuando, con decisión repentina, quiso partir instantáneamente a Sonnino… En aquellos tiempos, a excepción de algunos pocos tramos, el camino podía ser recorrido solamente a pie. Caminando entre rocas y barrancos, en el barro y la nieve, empapado hasta los huesos, cantaba las Laudes a la Preciosa Sangre. Algunos vallecorsanos, que fueron a acompañarlo hasta Sonnino, de regreso contaron: "¡Sólo el Canónigo podría hacer una tonterías tan grande! Fuimos solo porque era él, para cualquier otra persona no nos habríamos movido ni siquiera por todo el oro del mundo, ¡porque él estaba dispuesto a morir por el camino!". Contaron también que, llegados cerca de las 22:00, pronto hizo tocar las campanas y, sin tener un minuto de descanso, ni algo para tomar un refresco, empapado y tiritando de frío, dio un largo sermón en la plaza de la iglesia, donde la gente se había precipitado, curiosa e incluso asustada de aquel llamado fuera de horario". ¿Por qué tanta prisa y un sermón a esa hora? Sonnino era la guarida principal de los bandidos, la ciudadela donde no pasaba una mañana sin que se encontraran muertos o moribundos en las casas y por las calles. Se supo después que el Santo esa noche había evitado una masacre, del cual quién sabe cómo, pero sin duda por vías misteriosas, se había enterado. |
34. La vendimia milagrosa
La llegada de los misioneros no siempre fue de agrado a los párrocos. Las razones pueden ser varias: el miedo a los ataques de los sectarios; poco deseo de trabajar después de la misión, para mantener despierto el fuego reavivado; reticencia en enfrentar algunos gastos para el mantenimiento de los misioneros durante la predicación... A veces los pobres párrocos no fueron más que intérpretes de la voluntad popular. Fue este el caso de un pueblo de Romagna. E1 párroco, antes de que el Santo llegara a su parroquia, le hizo saber con palabras claras que no era deseado, ni de agrado, y por lo tanto no sería bien recibido por su pueblo. Gaspar le dijo que iría de todos modos, porque así había sido ordenado por la legítima autoridad eclesiástica: El Papa. ¡Por eso tenía que considerar a Gaspar como misionero apostólico! Cuando llegó, entre la población en fiesta faltaba justo el párroco. ¿Por qué tanta obstinación? Informó que había sido víctima de una fuerte fiebre. Solo en el final de la Misión empezó a mejorarse. La gente quería saber si había sido una enfermedad verdadera o diplomática. Confirmada la autenticidad, se comentaba por todas partes: “¡Un justo castigo de Dios!”. Pero no fue sólo el párroco a no aceptar la misión. Cuando los misioneros habían llegado estaban en plena vendimia, y sabemos que, si la cosecha es abundante, la vendimia es también una oportunidad para estar feliz, enamorarse, cantar y compartir cenas fastuosas. Los patrones murmuraban: "¡Estos cuervos negros han venido a echar a perder la fiesta!". El Santo, que no había elegido caprichosamente ese periodo, trató de hacer obra de persuasión. Aseguró a los campesinos y los patrones en particular, que los sermones no causarían ni pérdida de tiempo, ni daño alguno; de hecho, Dios bendeciría la cosecha, y quedarían igualmente alegres, pero sin pecar. Algunos propietarios, convencidos, dejaron libre a los trabajadores para seguir estas funciones religiosas y estos acudían puntualmente; mientras que otros, no sólo no les importaba, sino también se dedicaron a obstaculizar la labor del Santo, intimidando a los trabajadores haciéndoles trabajar durante las funciones más hermosas. Sucedió que, terminada la Misión con gran éxito, incluso los patrones y los campesinos sacaron la cuenta. Quienes se opusieron al Santo "tuvieron una cosecha muy baja, estimada la mitad de los peores años, los demás, el doble de los mejores años y uva de primera calidad". Ya que estamos en tema de cosecha y entonces de vino, nos gusta contar aquí también lo que sucedió en Prossedi, en el Lazio, a medio camino entre Vallecorsa y Sonnino. El pueblito era la patria de los célebres Giuseppe De Cesaris y Antonio Vettori, bandidos de primera clase y feroces que "no se apiadaban ni siquiera de sus parientes". En 1823, Gaspar llegó allí en mayo con Valentini, don Pierantoni y el canónigo Bonderli. Fue aclamado ángel paz: "... inclinó las mentes nubladas por la venganza, arrebató de las manos de los malvados armas sangrientas, alejó a los jóvenes de las calles y de la delincuencia, inculcó la devoción a la Preciosa Sangre, y aseguró a la población que, si se mantuviese devota, la plaga desafortunada del bandidaje se erradicaría y regresaría la tranquilidad tan ansiada". El Señor. Luigi Petoni Giglioli, notario del pueblo, quería tener el honor de alojar en su casa a Gaspar y sus Compañeros durante todo el tiempo de Misión. Él mismo lo narra en una carta: "Tuve el placer de acoger a los Santos Misioneros y al Canónigo del Búfalo en agradecimiento al bien que hizo a mi pueblo. Después de haberles convidado vino, me percaté que este salió mejor que otros barriles de mi propiedad y otras de cualidades únicas, lo cual nunca antes había pasado. Era vigoroso y agradable sabor y así permaneció hasta el final del barril. Tuve después un año de cosecha mayor todavía, que los expertos consideraron con admiración el hecho de ser extraordinario". El hecho está confirmado también por el Merlini. En otras palabras, para los Misioneros eligió el vino de más mala calidad que se encontraba en la surtida bodega de vinos, porque siendo hombres de penitencia, tenían que conformarse con lo que se les ponía delante. ¡Gaspar se… vengó incluso apremiándolo! ¡Bromas de santos! El prodigio fue recordado por mucho tiempo; incluso se contaba también que la buena y piadosa esposa del Señor Luigi dijo a su marido: "Este vino milagroso tenemos que conservarlo como una reliquia y beberlo de vez en cuando y sólo en grandes circunstancias…" El marido, sin embargo, tenía una opinión diferente. “¡No, no! ¿Si después se echa a perder? Se debe beber de inmediato, hasta terminarlo”. ¡Creemos que la disputa fue ganada por el marido! | ||
35. ¡Umbria dulce!
36. Prepárate para sufrir
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37. Un plan satánico.
Y ahora seguimos al Santo en un largo calvario, que comenzó desde la muerte de Pío VII. Ascendió al trono papal, León XII, un hombre de fuerte temple y carácter muy decidido. De cardenal había mostrado su amistad hacia Gaspar. Este último esperaba que lo secundara. En cambio, se opuso a él y no le quedó que confiar en Dios y continuar su apostolado en el martirio. Las penas tocaron el culmen cuando algunos Gaspar, entonces, comprendió que no sólo eran los empleados que jugaban chueco, sino también la podredumbre se encontraba en ambientes insospechables. Protestó con energía y no quiso volver a ocuparse de las negociaciones para la rendición. Los bandidos comprendieron y desde ese momento en adelante tuvieron la confianza sólo en los Misioneros y en su líder. En una famosa carta escrita a Merlini, le pidieron de encargar a don Gaspar de pedir misericordia al Santo Padre, y de su parte, se comprometían a cambiar vida. Quien no quería que terminara el bandidaje intentó hacer turbias las aguas. Don Gaspar fue acusado en Roma de tener sermones fríos y de no hablar nunca en contra del bandidaje, incumpliendo los compromisos que tenía con la apertura de las Casas de Misión en Ciociaria. Mediante escritos difamatorios, él y sus compañeros fueron incluso acusados de favorecer y tener amistad con los bandidos. También se dijo lo mismo de Jesús y él respondió que "el médico es para los enfermos". En el campo de las calumnias, por cuanto absurdas e infames, se suele prestar casi siempre más fe al difamador que al difamado. En la Iglesia, luego, hay una gran variedad de santos que crecieron en la santidad por los sufrimientos adquiridos por los que paradójicamente deberían apoyarlos. Gaspar, con el proyecto de reforma, había tocado teclas demasiado ardientes, irritado personalidades y socavado los intereses de demasiadas excelencias y algunos purpurados suscitando un avispero inédito y por lo tanto, tenía que pagar dolorosamente y a precio muy alto por ser audaz. Fue llamado a defenderse y lo hizo con una carta muy eficaz y detallada, confundiendo a los enemigos y abriendo los ojos a León XII. Cada carta del Búfalo es una obra maestra de equilibrio, aliena de la ofensa y venganza, pero sin ningún tipo de concesión, porque pone a plena luz la verdad. A veces, en ellas, no faltaba la ironía puramente romana: "¿Cómo pueden estos a dar juicios, si nunca estaban presentes, ni siquiera a una catequesis mía?". "¿Cómo puede el gobierno redimir a la gente del bandidaje, si lucha contra el crimen comportándose peor que los bandidos?". Con la muerte en el corazón y físicamente postrado por el dolor y el trabajo, continúa sin cesar y con ardor apostólico en los mefíticos Pantanos Pontinos, donde contrae peligrosa una fiebre perniciosa, de la cual entre otras cosas, dice que fue inmediatamente sanado por intercesión del amadísimo san Francisco Javier. Los enemigos, siempre más despiadados, no le dan respiro. Particularmente ardiente es su doloroso cuando ve quitarse el pequeño subsidio dado por el ya fallecido Pío VII a las Casas de Misión en Ciociaria. El Instituto está ya en la pobreza extrema; los Misioneros también sufren de hambre, les falta lo esencial para cubrirse, hasta tienen un solo paraguas en casa. Sin embargo, continúan llegando cartas al Papa que acusan al jefe de los Misioneras de haberse enriquecido con elevadas compensaciones y ofrendas; ¡él que se despoja de sus ropas, y con frecuencia vuelve a casa con la sola sotana en el desnudo cuerpo, sin calcetines y zapatos, en pleno invierno ya que ha donado todo a los pobres! Él, que una vez rechazó indignado una amplia oferta en monedas de oro, por parte de quién trató sobornarlo y atraer su complicidad, respondió: "¡No oro, sino almas!"; él que rechazaba, e igualmente lo imponía a los suyos, limosnas para la celebración de Misas y donaciones al Instituto. ¿Su Congregación rica? ¡Si de vez en cuando algunos de sus seguidores, a pesar de la agonía en el corazón, se iba porque se padecía hambre! Los enemigos no se dan por vencido e, irritados por el heroísmo del Santo, buscan socavar los cimientos de su Instituto, ¡empezando desde en el nombre de la Preciosa Sangre! "¿Cómo se atreve este sacerdote soberbio y exaltado de exponer el noble y augusto precio de nuestra Redención a la profanación, uniéndolo con el nombre de su titubeante Congregación?". Por desgracia León XII los escucha y, en audiencia pública, con su propia mano borra el título "Preciosísima Sangre" en un libro que el Misionero don Betti le presentes en homenaje y lo sustituye por "Santísimo Salvador". Mientras que se tratara de su persona, el Santo se quedó callado y sufriente; pero ahora que se trata de la denigración de sus compañeros y en especial de la Obra deseada con claridad por Dios, escribe a Cristaldi: "Usted está obligado a dar a conocer a su Santidad que las cosas requieren ser examinadas… Aquí se trata de una cuestión muy grave, para que no se nos hagan aparecer como impostores. El Santo Padre un día conocerá lo qué todavía no ve y llorará por haber utilizado en las audiencias un método no de acuerdo con Dios. No soy ni de hierro, ni de bronce… ¡Recibir continuos regaños, sin criterio, sin juicio, es una Copa muy amarga!". E1 Cristaldi llama inmediatamente a Gaspar en Roma, que estaba en Misión y lo presenta al Papa, después de haberlo hecho reunir con Monseñor Giovanni Soglia, su secretario privado. Gaspar, al informar sobre la entrevista con el prelado, dice: "En un momento sentí sobre mí una fuerza superior y tal que Monseñor casi lloraba. Ay si tuviera escrito en una hoja lo que he dicho sobre tal punto!..." Siguió la audiencia papal y el pontífice informó a Gaspar de todos los cargos. Gaspar, durante una hora aproximadamente, lo explicó todo, en particular el título de la Preciosísima Sangre, basado en textos bíblicos y patrísticos. Dio a conocer que ya había sido aprobado por el Papa Pío VII, habló de su Compañeros, citando nombres de personajes famosos en la Iglesia por la doctrina y la santidad. El Papa quiso ver las Reglas y quedó complacido. Entonces le preguntó cómo se comportaban sus compañeros. Gaspar dijo: "Están todos listos para llegar a sus pies y estamos dispuestos a cerrar todas las Casas del Instituto si es este el deseo de Su Santidad". E1 Pontífice no pudo resistir a la conmoción, levantándose abrazó a Gaspar y le dijo: "Entiendo, usted tiene muchos enemigos, pero el Papa León XII está contigo". Entonces el Papa, en pública audiencia, retractó su juicio sobre el Santo y exclamó: "El Canónigo del Búfalo es un ángel, es un santo". Los enemigos derrotados en el terreno de la calumnia, intentaron la vía la alabanza exagerada, aprovechando la alta estima que el Papa había mostrado. León XII no pensó en la maldad satánica detrás de aquella alabanza fuera de lo común y cayó en la trampa. De hecho, se dispuso a confiarle alguna posición importante: por ejemplo, la nunciatura en Brasil: ¡para alguien tan imbuido de espíritu misionero sería ideal! Brasil era tierra de misión. La salida de Gaspar significaría el fin del Instituto. El Santo recurrió una vez más al Cristaldi rogándole de capacitar al Papa, haciéndole entender que su única aspiración era terminar la misión que le fue confiada. León XII, para no decepcionar a sus consejeros y al mismo tiempo evitar que el del Búfalo se alejase de Roma, ¡lo destinó como responsable de la Congregación de Propaganda Fide! Poner detrás de un escritorio a un "terremoto espiritual" significaba enjaular un águila hecha para el vuelo. ¿Cuánto tiempo duraría el amarre? |
38. ¡Más espasmos!
León XII no sólo le dio plena razón al Santo, además proclamando en 1825 el Año Santo y aceptando casi la totalidad de sus propuestas sobre el proyecto que le presentó, puso mano a la Reforma. En 1826, con su propia Bula, reconoció oficialmente el título de "Congregación de los Misioneros de la Preciosísima Sangre" a la Fundación de Gaspar. Luego volvió a abrir la jaula y Gaspar pudo reanudar con total libertad el vuelo, con el corazón inflamado por el ideal que lo dominaba. ¿Un triunfo completo? Sí, pero de corta duración. El 15 de febrero de 1829 murió León XII y fue elegido el cardenal Castiglioni, quien asumió el nombre de Pío VIII. Sin pensarlo ni un minuto, los enemigos prepararon sus armas, decididos a abatir definitivamente el Santo que juzgaban importuno. En la mesa del nuevo Papa se iban amontonando muy pronto cartas con acusaciones muy notas. Pío VIII, impresionado, quitó todos los Subsidios para las casas de Misión y, un día que vio a Gaspar entre los fieles que fueron a la audiencia pública, empezó a reprenderlo fuertemente en la presencia de todos. – “¿Usted es el fundador de los Misioneros de Preciosísima Sangre?” - ¡El Instituto, Santidad, lo quiso su predecesor Pío VII! - ¿Tiene Usted el rescripto de nuestros predecesores? Gaspar, que había ido a la Audiencia General como cualquier fiel y por lo tanto no esperaba esa solicitud, no traía documento alguno. Se quedó entredicho, incluso por el sistema poco gentil del Papa, el cual, sin darle ni siquiera tiempo para responder, continuó: - ¡Su Instituto fue fundado en la soberbia! - y, como dice la crónica, golpeado por el mal humor debido a una enfermedad que tanto lo molestaba, continuó a levantar la voz con más fuerza haciéndole un buen reproche. Al final sacó al Santo gritando: "¡Siempre ha obrado de iniciativa propia! Váyase y sepa que le quito todas las facultades, así aprenderá por sí solo". Si un rayo le había caído encima a Gaspar, no le habría hecho más tremenda impresión. El cuerpo enfermo y los nervios sacudidos le procuraron un fuerte colapso, y estuvo a punto de caer al suelo desmayado. Evocando a si todos los motivos de religión, abandonó el Salón de las Audiencias titubeando y pálido en el rostro. Llegado bajo las columnas vaticanas se sintió morir y fue obligado a apoyarse en una de ellas. No faltó el chiste infernal de quién, burlesco, había visto la escena y lo había seguido: “¡He aquí el famoso Padre General de los Misioneros de la Preciosísima Sangre… que se regresa a su casa con la cola entre las piernas, como un perro maltratado! Él no reacciona, sabe que en todo está el designio de Dios, ni concibe rencor alguno en contra del Papa. A los suyos que, al regresar a la casa, lo ven “como un trapo” y entienden que el Papa lo ha mal acogido, dice, excusándolo: “No es culpa suya, está enfermo y después le han representado cosas contrarias al instituto”. Como en todos los momentos, corre hacia el incomparable amigo Cristaldi, depone en su corazón toda la amargura que brota en el ánimo y lo ruega para que intervenga. El Cristaldi lo calma, lo hace subir en su carruaje y lo acompaña a visitar a los varios cardinales amigos para decidir sobre el quehacer. Llegado el momento oportuno es el cardenal Odescalchi a hablar al Papa del celo, de la humildad, la santidad y sumisión de Gaspar. Pio VIII muestra al Odescalchi un enorme bulto de expuestos y dice: “¡Vea cuantos argumentos tengo yo para hablar!”. El cardenal continuo en la defensa, hace el recuento de antecedentes similares y de la malignidad y de los motivos por los cuales Gaspar es perseguido. Pone en relieve como esos recursos sean anónimos o con falsas firmas, o firmados con nombres de personas que no están al tanto de lo que ocurre, como por ejemplo las comunidades de los Ligorinos de Frosinone, que cuando supieron de una carta difamatoria con sus firmas, quedaron asombrados. Finalmente el cardenal mostró al papa el rescrito de Pio VII en el cual instituía y aprobaba la congregación de los Misioneros de la Preciosa Sangre. Pio VIII viendo la firma autografiada de aquel santo pontífice mártir de napoleón, la besó, rompió en lagrimas y dijo: “Eminencia, cuenten toda mi estima que tengo hacia el Canónigo del Búfalo, cada día bendeciré su Instituto, por lo que alzaré el Cáliz de la Sangre de Cristo en la santa misa”. Gaspar está con un grupo de co-hermanos cerca del Teatro Domiziano en Roma, cuando el 30 de noviembre de 1830 le anuncian la muerte de Pio VIII, después de solo veinte meses y medio de pontificado. Se queda tan amargado que se retira en oración. Luego, encendiéndose repentinamente en el rostro, tiembla por entero e iluminado por el Espíritu Santo, profetiza: “El sucesor de Pio VIII tendrá un largo pontificado y reinará bien, pero después de él bajo otro pontífice, la iglesia sufrirá grandes tribulaciones, con derramamiento de sangre”. Los tiempos, lamentablemente, le dieron la razón, acerca de las travesías de la Iglesia bajo el segundo sucesor Pio VIII, que fue Pio IX. Quizás no todos estarán de acuerdo acerca del inmediato sucesor, que fue Gregorio XVI. A juicio de muchos historiadores no reinó de modo recomendable, por la excesiva impronta conservadora. |
39. En la tormenta una cándida flor
La palabra de Dios es una semilla que los apóstoles, por mando de Jesús, difundieron en todo el mundo, dando inicio a un pueblo nuevo no ligado a la descendencia genética y racial, sino a la adhesión a aquella palabra. Nació un pueblo formado por personas de toda tribu, lengua y nación. Los apóstoles fueron instrumento de Dios, históricamente determinados, por todo lo que derivó de su predicación, también cuando (y fue la norma) no fueron conscientes de las consecuencias de su predicación. Así fue, así es de los Misioneros. Ellos van por el mundo, siembran la palabra y esta fructifica por su propia virtud. ¡Cuánto bien surgió por la predicación de Gaspar del Búfalo, sin saberlo, en cada rincón de Italia! Se incluye en esta lógica el acontecimiento de María De Mattias. Proveniente de una familia acomodada de Vallecorsa, donde nació en 1805, irreprochable por honesta práctica religiosa, ella está insegura sobre el quehacer de su vida. Gaspar y sus misioneros llegan al pueblo a predicar la misión. Predican la Sangre de Cristo, precio de todo ser humano. Insisten sobre la necesidad de devolver a los pecadores en el camino de la salvación. María no pierde tiempo. Decide: “Seré una misionera. Yo también anunciaré las glorias de la Preciosa Sangre”. Propósito muy atrevido, para una mujer; quizás demasiado atrevido. Las mujeres en la Iglesia siempre han sumisamente callado y muchos están convencidos que ellas deban callar por voluntad de Dios. María, está convencida de lo contrario, pero no sabe cómo realizar el propio sueño. Encuentra a don Giovanni Merlini, seguidor de Gaspar. Bajo la dirección de este hombre, joven y sabio, se encamina y lleva a cumplimiento el propio carisma de apóstola. La gente dice de María: “Habla mejor que un cura”. Y no pierde la ocasión para sembrar la palabra de Dios. Predica en las iglesias y en las plazas. Los obispos, después de alguna perplejidad, no pueden no reconocerle la autenticidad de la vocación. Después de los apóstoles y los misioneros, nacen las apóstolas y las misioneras, porque María funda una congregación de mujeres dedicadas - como lo había escrito don Francesco Albertini – “a hacer que la Sangre de Jesús no haya sido derramado en vano, y que cada uno saque provecho de esta”. María fascina, entusiasma, atrae, convierte. Muchas jóvenes la siguen. No hay que asombrarse si los pueblos piden continuamente la presencia de sus Hermanas, que, formadas por ella, imitan la espiritualidad y, a la vez, como ella, se vuelven apóstolas y maestras. Antes de su muerte se contaban ya sesenta Casas en Italia y al extranjero. Las malignidades más crueles sobre su virtud la hacen sufrir, pero no la derrumban. La Sangre de Cristo es para ella la única fuente de alegría y de fortaleza; el Señor la enriquece de dones sobrenaturales: escudriñamiento de corazones, éxtasis, sanaciones, prodigios inexplicables. En el lecho de muerte, a la edad de 61 años, entre indescriptibles sufrimientos, habla una hora entera de la Pasión de Jesús. ¡Es su último canto terrenal al Divino Cordero! Una úlcera en la lengua le quita la palabra; entonces hace ademán a sus Hermanas, que en lágrimas rodean la cama, cantan con alegría un himno a la Preciosísima Sangre. El 18 de mayo de 2003 el Papa Juan Pablo II proclamó María De Mattias Santa y sus hijas están hoy difundidas en todas partes del mundo. ¡Cómo sería más pobre la historia, hoy, si Gaspar del Búfalo aquél día no hubiese ido a Vallecorsa! ¡Cómo sería más pobre la historia si don Giovanni Merlini no hubiese tenido confianza en una joven tímida y retraída, privada de la cultura, nacida en un pueblo de bandidos! ¡Cómo sería más pobre la historia si María de Mattias se hubiese dejado desanimar por las dificultades de la vocación que Dios le reveló, gracias al apostolado de los Misioneros que fundaron una Casa de Misión en su pueblo!
40. Ay de mí si no predicara el Evangelio Así decía san Pablo. De la predicación del Evangelio depende la salvación de los hermanos. “Ay de mí si no predicara, yo que he recibido la vocación de apóstol”. En la bellísima vida del Santo compilada por el Merlini con la deposición a los procesos canónicos, encontramos escrito: “En diciembre de 1822 el Siervo de Dios fue a Montorio. Caía mucha nieve y tenía que pasar por caminos muy peligrosas por aproximadamente catorce millas a pie, entre copos de nieve y sin otro reparo que el solo solideo. Tratando de disuadirlo, él me dijo que, como los rigores de las temporadas no detienen a los soldados, los cazadores y los pescadores en atender sus trabajos, y con mayor razón, no deben detener a los anunciadores evangélicos”. Pero la frase más bella que solía decir a los co-hermanos cuando se quejaban de las inconveniencias del apostolado, era la siguiente: “Si Jesús se hubiese preocupado del hambre y del frío y muchas más inconveniencias, nunca habría venido sobre la tierra”. ¿Puede quedarse quieto un apóstol, un misionero? ¡Sería un contrasentido! ¿Habría podido quedarse inmóvil un apóstol y misionero como Gaspar? ¡Más absurdo todavía! El Valentini, compañero de muchas misiones, dice: “Aunque con fiebre continuaba su ministerio, diciendo que después tomaría los medicamentos”. ¡Un después que nunca llegaba! Cuando le aconsejaba de cambiar clima para curarse, respondía: “Encuéntrenme un clima donde no se muere y allí iré”. “Para el bien de las almas emprendía viajes desastrosos, enfrentando intemperies, especialmente de nuestras difíciles montañas, sin fijarse en fatigas. Él mismo confesaba que, tratándose del bien de las almas, no conocía temor, ni fatiga, ni peligro, y confiando en Dios todo lo superaba”. Sus viajes nunca eran cortos y cómodos, a menudo sobre carruajes, muy a menudo sobre carros pocos seguros, a veces a cabalgadura, que casi siempre lo remecían. “La mayoría de las veces recorría a pie largas millas de caminos barrosos entre lluvia nieve, con fiebre y tos convulsa; y mientras quería que los compañeros descansasen y se curasen, él inamovible no conocía descanso, ni curaciones”. “durante los largos y angostos caminos, entorpecido por el frío y sofocado por el calor, solía repetir a los compañeros: ¡Esperamos al llegar poder dar muchas almas a Cristo!”. “Pasaba casa por casa, de pueblo en pueblo, de región en región, sacrificándose en el sufrimiento”. Aunque vencido por el cansancio, de fiebre y enfermedades, nunca quería descansar. “Ahora el Señor lo quiere todo de mi – decía – descansaré en el paraíso”. no lo gastaban la mala salud, la pobreza, las moradas incomodas, los percances, la indigencia, la comida escasa o disgustosa, el frío, el calor, el pantano insalubre, las oposiciones, los peligros. He aquí una frase suya celebre, muchas veces repetida: “Aunque se desencadena todo el infierno, yo, para salvar las almas, nada temo: Dios está conmigo, Dios así lo quiere”. El Merlini cuenta más: “un día, predicando al aire libre, bajo una tormenta de nieve, la sotana quedó tan cubierta, que parecía tener una manta de un blanco lienzo. Un hermano trató cubrirlo con un paraguas, pero él lo rechazó enérgicamente y enseñándole el pueblo, que lo escuchaba inmóvil, blanqueado como él, dijo: - ¡Aprendamos de ellos! – con esas palabras, los sacerdotes que estaban cerca de él con el paragua abierto, lo cerraron inmediatamente”. De Roccagorga a Prossedi “sorprendido por lluvia intensas, dio el único paragua a los compañeros y se echó encima toda el agua”. Llegados a Frosinone, entró goteante en la casa. Se acercaron todos para ayudarlo a secarse, pero también para reprenderlo afectuosamente. Él como siempre, contestó sonriendo: “Se hace solo y todo por el amor de Dios”. Más seguido, como lo hemos ya dicho y como nos tocará decirlo más todavía, Dios confirmaba la predicación con asombrosos milagros. Eran la recompensa celestial a las tantas fatigas enfrentadas. En 1825, en la famosa misión de Gaeta, se verificaron en un solo día diversos eventos portentosos. Después de su oración, en todos los pozos y los tanques brotó agua, después de largos meses de sequía. Una pública pecadora que se burlaba de él, mientras predicaba en Piazza del Mare, murió en la noche y el cuerpo fue encontrado la mañana siguiente horriblemente transformado. En la misma plaza, mientras predicaba, se rompió la rama de un árbol repleta de gente y él con un gesto la paró y todos pudieron ponerse a salvo. En aquella misma predicación, mientras hablaba con grande ardor de la Sangre de Jesús, fue investido por un halo de luz y fue visto levantarse desde el escenario por más de tres palmas. Estaba presente también un Regimiento de soldados situados en la ciudad. Un día el Hno. Falcione preguntó a un campesino que miraba encantado al Santo y lloraba como todos los demás fieles: - ¿Tú logras entender lo que dice el Misionero? - lo que dice – contestó – no sabría explicarlo, pero lo entiendo. Y sobre todo entiendo como lo dice. ¡Él nos hace llorar a todos! Es el testimonio de vida, lo que da fuerza a la palabra anunciada. |
Datos del autor
Don Raffaele Carmine Bernardo
Inmediatamente se reveló su talento en este campo, no tanto porlo puramente literario, sino por la capacidad de hacer contacto con la gente. Posteriormente promovió el Santuario de “Nuestra Señora de la Misericordia” en la ciudad de Rimini, Los orfanatosde Cesena y Ancona. El factor decisivo fue su encuentro editorialcon la figura de Gaspar del Búfalo, del cual escribió una vida muy sencilla, pero obviamente incendiaria. Lo había visto hasta entonces solo como el fundador del Instituto; se convirtió en elsanto patrón de su vida, un protagonista taumatúrgico.
En Enero de 1953 fundó el nuevo periódico: lo llamó “Primavera Misionera”. Fue su obra maestra. Centrándose en la figura de San Gaspar y dedicado a las vocaciones, a pesar de lapobreza de la investidura y los medios, ha jugado y sigue jugandoun papel importante para el conocimiento de la Espiritualidad dela Preciosa Sangre, para la atención pastoral de los hijos de San Gaspar, para el apoyo a la labor en el Tercer Mundo, y consuelopara muchos lectores mediante la correspondencia que cuidabapersonalmente.
Murió el 7 de Marzo de 1993 en la India, a él está dedicada laleprosería “Sumana Halli”. |
Presentación del libro por Michele Colagiovanni cpps.
Premisa
En el momento en que se tenía que proceder a la tercera edición, surgió el problema si el trabajo debía reproducirse como tal, o si se debía intervenir sobre el texto y hasta que punto. Resulta siempre desagradable intervenir en el trabajo de otros: parece El trabajo, por lo tanto, se ha transformado en comparación del texto original, lo màs posible, excepto en los casos de repetición y de imprecisiones, que han sido removidas. Esto no quiere decir que “Las Florecillas” se han convertido en un libro científico. Don Bernardo mismo señala con gran franqueza, la naturaleza predominantemente popular de sus fuentes y declara su intención de tener una mirada acrítica, convencido de que no emerge de sus páginas la historia, sino el personaje y su alma. Todo esto es muy honesto y ha permitido proceder sin que el revisor debiera tomar distancia, o disociarse, porque todo lo que aquí se dice es la verdad que el Espíritu Santo despertó en las almas. Si Gaspar apareció como un ángel volando en los cielos de las primeras décadas del siglo XIX, mientras luchaba en los caminos ásperos, mientras se servía de medios ruinosos; si se destacó por su magna estatura espiritual, a pesar de la baja estatura física; si resultó una fuerza de la naturaleza, a pesar de la salud inestable: No hay evidencia indudable que tuvo una gran alma y verdad que anunciar mayor de la que estamos acostumbrados. Por primera vez era evocada – y entonces vertida – una Sangre que gritaba paz, justicia, perdón, fraternidad.
Michele Colagiovanni cpps. |
NOTA PARA LOS DEVOTOS
PBAII
PARA INFORMACION SOBRE LAS ORACIONES DE LA SANGRE DE CRISTO DE SAN GASPAR
LLAME AL 832-605-3730
Precious Blood Apostolate II, SAN GASPAR
3815 Glenn Ricki Dr.
Houston, TX 77045
United States
ph: 832-605-3730
fax: 346-444-6235
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