"  For you are great and do marvelous deeds; you alone are God. "

 PRECIOUS BLOOD

APOSTOLATE, USA II ST. GASPAR

 

Saint Gaspar del Bufalo

On August 15, 1815, St. Gaspar founded the Congregation of the Most Precious BlOOD; now we, the Precious blood apostolate ii guided by the love to god in the holy spirit, proclaim jesus as lord and our blessed virgen mary as the mother of god. we are engaged in the promotion and spreading of chirstian beliefs and teachings of the roman catholic church.

 

NOTA PARA LOS DEVOTOS

PBAII PARA INFORMQACION SOBRE DE LA SANGRE DE CRISTO DE SAN GASPAR LLAME AL 832-605-3730



 



Precious Blood Apostolate II, SAN GASPAR
3815 Glenn Ricki Dr.
Houston, TX 77045
United States

ph: 832-605-3730
fax: 346-444-6235

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  • Libro, "Las Floresillas de San Gaspar"

Libro, "Las Floresillas de San Gaspar"




 

Don Raffaele Carmine Bernardo

Nació en Colledanchise (Cb) el 24 de Abril de 1909. Se convirtió en un sacerdote de los Misioneros de la Preciosa Sangre, el día 19 de septiembre de 1931. Después de una breve experiencia pastoral en Patrica (Fr) fue llamado a Roma, a la “Pía Unión”, por su interés en la Espiritualidad de la Preciosa Sangre especialmente a través de la prensa.

Inmediatamente se reveló su talento en este campo, no tanto por lo puramente literario, sino por la capacidad de hacer contacto con la gente. Posteriormente promovió el Santuario de “Nuestra Señora de la Misericordia” en la ciudad de Rimini, Los orfanatos de Cesena y Ancona. El factor decisivo fue su encuentro editorial con la figura de Gaspar del Búfalo, del cual escribió una vida muy sencilla, pero obviamente incendiaria. Lo había visto hasta entonces solo como el fundador del Instituto; se convirtió en el santo patrón de su vida, un protagonista taumatúrgico.

En Enero de 1953 fundó el nuevo periódico: lo llamó “Primavera Misionera”. Fue su obra maestra. Centrándose en la figura de San Gaspar y dedicado a las vocaciones, a pesar de la pobreza de la investidura y los medios, ha jugado y sigue jugando un papel importante para el conocimiento de la Espiritualidad de la Preciosa Sangre, para la atención pastoral de los hijos de San Gaspar, para el apoyo a la labor en el Tercer Mundo, y consuelo para muchos lectores mediante la correspondencia que cuidaba personalmente.

Murió el 7 de Marzo de 1993 en la India, a él está dedicada la leprosería “Sumana Halli”.

San Gaspar del Búfalo

(Retrato considerado el más autentico del Santo. Museo de Albano Laziale, Roma - Italia)

Raffaele Bernardo

Las Florecillas

De San Gaspar

Concesión: Tullio Veglianti cpps, Director de “Unio Sanguis Christi”.

Traducción: Danilo Sacchetti Coletta cpps.

Revisión: Prof. María Teresa Concha Ortúzar.

Ilustraciones: Sr. Otello Scarpelli.

Santiago de Chile - 2012

Premisa

En 2003 se agotó la segunda edición de “Las Florecillas de Gaspar”, texto escrito por el honorable fundador de “Primavera Misionera” P. Raffaele Bernardo, a quién corresponde nuestro agradecido recuerdo. El vertió en su libro muchas páginas que había publicado en capítulos ,en un boletín y las fusionó con intervenciones de redacción, sin una cuidadosa preocupación unitaria.

En el momento en que se tenía que proceder a la tercera edición, surgió el problema si el trabajo debía reproducirse como tal, o si se debía intervenir sobre el texto y hasta que punto. Resulta siempre desagradable intervenir en el trabajo de otros: parece violar los derechos de la persona, especialmente cuando el otro no puede dar consentimiento, o incluso negarlo y luego expresar su opinión sobre el trabajo acabado. Por estas razones hemos decidido reducir al mínimo la revisión del texto, con la intención de hacerlo más fluido. En algunos raros casos trasladamos los episodios, para respetar tanto como fuera posible la cronología de los relatos.

El trabajo, por lo tanto, se ha transformado en comparación del texto original, lo màs posible, excepto en los casos de repetición y de imprecisiones, que han sido removidas.

Esto no quiere decir que “Las Florecillas” se han convertido en un libro científico. Don Bernardo mismo señala con gran franqueza, la naturaleza predominantemente popular de sus fuentes y declara su intención de tener una mirada acrítica, convencido de que no emerge de sus páginas la historia, sino el personaje y su alma. Todo esto es muy honesto y ha permitido proceder sin que el revisor debiera tomar distancia, o disociarse, porque todo lo que aquí se dice es la verdad que el Espíritu Santo despertó en las almas.

Si Gaspar apareció como un ángel volando en los cielos de las primeras décadas del siglo XIX, mientras luchaba en los caminos ásperos, mientras se servía de medios ruinosos; si se destacó por su magna estatura espiritual, a pesar de la baja estatura física; si resultó una fuerza de la naturaleza, a pesar de la salud inestable: No hay evidencia indudable que tuvo

una gran alma y verdad que anunciar mayor de la que estamos acostumbrados. Por primera vez era evocada – y entonces vertida – una Sangre que gritaba paz, justicia, perdón, fraternidad.

Michele Colagiovanni cpps.

Querido amigo de San Gaspar

“Florecillas” se llaman episodios, milagros, dichos y sentencias de los cuales es impregnada la vida de un santo. Las más famosas son, sin duda, “Las Florecillas de San Francisco de Asís”, hermosos por contenido y el valor intrínseco que ofrece la límpida prosa de la literatura del siglo XIV. Las páginas de aquella obra se aceptan, así como al mérito artístico, para la validez de las enseñanzas del Santo de Asís, sin despreocuparse de la precisión histórica y la autenticidad literal. Esas historias son verdaderas, porque es verdadero el protagonista que sale a la luz y, verdaderas en su sustancia y las acciones que cumple.

También San Gaspar del Búfalo tiene sus “Florecillas”. Encarnan el mismo espíritu, aunque no pueden gozar del mismo valor literario. Sus primeros discípulos, entre los cuales se destaca el venerable Don Giovanni Merlini, premurosamente atestiguaron lo que presenciaron en persona u oído contar. A ellos se unieron muchos de sus contemporáneos, la mayoría de diverso carácter, nivel cultural y ubicación geográfica, para que nada de lo que el Santo había sido o les habían dicho, se pierda. Si el Merlini nos parece el más riguroso al considerar los alegatos, el testigo que está más cerca del espíritu de “Las Florecillas” fue el Siervo de Dios Don Biagio Valentini, dirigido por su carácter y naturaleza de fe, a una lectura completa de los hechos llena de transparencias trascendentes. En la misma longitud de onda de los dos personajes citados, se pueden agregar los recuerdos de otros contemporáneos. Cada uno comprometido a entregar su propia verdad.

Encontrarás en este libro una abundante selección del heterogéneo coro, que sin embargo fue unísono, en la admiración del gran Apóstol de la Preciosísima Sangre. La colección completa se puede encontrar en las miles de páginas de los Procesos de beatificación y Canonización. Cuentan las hazañas que santos sacerdotes, dirigidos por él, hicieron en la Italia de su tiempo, atormentada por bandidos, masones y traficantes de toda clase. Este volumen hace accesible la memoria colectiva conservada en los archivos que de otra forma quedaría aprovechada por unos pocos. Es natural que Gaspar del Búfalo - sacerdote incansable, capaz de participar en luchas sin fronteras, doquier y con inusitado valor; capaz de enfrentar a cabeza levantada a Masones y Sectarios, lográndolos callar, y que

logró domesticar a los bandidos, atreviéndose llegar a sus cuevas con la única arma del Crucifijo - suscitó gran fascinación en las mentes de las personas. También es lógico que, habiéndose atrevido a escribir abiertamente al Papa Pío VII y sus sucesores, para poner de relieve el enfoque equivocado y contraproducente para la erradicación de males sociales, bandidaje y otras con la ferocidad y la violencia de las leyes, sublevara las muchedumbres haciéndolas propensas en formas taumatúrgicas las acciones y los efectos.

Aunque la palabra “Florecillas”, pues, en sí misma nos lleva a pensar mitos y realidades fantasiosas, los episodios que podrás leer en este libro no pueden llamarse ni leyendas, ni hechos del imaginario inventados artificialmente. Todos ellos tienen una base histórica única. Como sucede en los libros de este género, que a veces el autor parece dejar pasar algunos particulares, sin averiguar si en la realidad ocurrieron de tal manera, eso no significa que hayan sido inventados. Los relata cómo fueron vividos y contados en su momento; y también esta es historia. También rigurosamente cierto, es entonces, el dato de fondo: los hábitos y costumbres de los pueblos que el relato representa, no fueron objeto de interpretación y no lo serán tampoco ahora.

E1 protagonista casi absoluto de “Las Florecillas” es San Gaspar. Los episodios lo acompañan desde el nacimiento hasta la apoteosis del Cielo. En él se combinan las hazañas de los primeros compañeros y discípulos que le seguían y han cooperado con él, imitándole las virtudes.

Si tomemos en cuentas estas advertencias, se podrá decir que el Santo que se presenta no es ficción o leyenda. Es de hecho, el más autentico de aquel que surge a partir de estudios rigurosos en torno a su persona y su obra. Es más verdadero, ya que vuelve a sorprendernos, al igual que asombró a los hombres de su tiempo.

El porte de un hombre poderoso y un taumaturgo, de su sufrimiento físico y espiritual, el carácter explosivo, no excluyen ciertos defectos, que por otra parte, fue capaz de dominar con la ayuda de Dios y el poder que deriva de la práctica constante de las virtudes heroicas. Este aspecto está presente en estas páginas.

No esperes, buen lector, el relato cronológico de los hechos. Exigencias de orden práctico y de la brevedad, nos han aconsejado de reunir algunos episodios en un solo

capítulo de forma homogénea, aunque cuando este se hayan producidos tiempos y lugares diferentes.

También nos preocupamos, en la medida de lo posible, para mantener el estilo de los cronistas de la época, insertando entre comillas sus palabras y a menudo citaciones enteras, para que todos puedan disfrutar del sabor típico de lo antiguo y poner en mayor evidencia de la autenticidad y la genuinidad, al menos subjetiva, de los hechos narrados.

Por muchos episodios y muchos testimonios, brinque a nuestros ojos la excelsa figura de San Gaspar, cuya vida fue siempre conforme con la de Cristo Crucificado, en quien solo, como el Apóstol Pablo, quiso presumir. Nos empuje a la devoción de la Sangre de Cristo; él fue de ella el más grande Apóstol, y suscite en nosotros tanta confianza en su válida intercesión.

 

01. Cuando Dios envía a sus santos …

Dios quiere que todos los hombres se salven y que colaboren en la salvación del mundo. Pocos, sin embargo, confiando totalmente en la gracia de Dios, logran hacer de su vida un verdadero camino de salvación para sí mismos y para los demás: son los santos. Ellos nos parecen extraordinarios; en realidad, se comportaron como nosotros también deberíamos y podríamos hacerlo. Si no nos resulta, no es porque es imposible, sino porque no tenemos las ganas de probar.

Los Santos son, en el plan de la Providencia, instrumentos para recordar a los distraídos, a los perezosos, que la única cosa necesaria en la vida es trabajar para el bien: tarea difícil, pero posible para todos, con la gracia que Dios no hace faltar a nadie.

El Señor siempre ha enriquecido a su Iglesia de figuras radiantes de mártires y confesores de la fe, los cuales, configurados con Cristo, han atraído, por elejemplo y la palabra, las almas a la salvación.

A través de los siglos, y de acuerdo a las necesidades de la Iglesia, a veces surgen figuras particulares, gigantes, cuya actividad corresponde perfectamente a las multíplices necesidades y urgencias de una determinada época. Iluminados y guiados por el Espíritu, dotados de intuición y virtudes excepcionales, indomables y valientes, luchan contra el mal y devuelven el mundo a la fe, a la justicia, a la caridad. Gracias a su labor la Iglesia se fortalece, precisamente cuando parece estar a punto de derrumbarse.

Basta recordar aquí las figuras de Benito de Nurcia, Francisco de Asís, Santo Domingo, San Ignacio de Loyola, Vicente de Paoli, Camilo De Lellis, Juan Bosco. En el grupo de estos gigantes de la santidad entra, con derecho pleno, en nombre del santo romano Gaspar del Búfalo.

El tiempo de San Gaspar (1786-1837) vio el fervor de las primeras luchas por la independencia y la constitución del Reino de Italia. A lado de las nobles figuras patriotas, también daban vuelta personajes interesados a abatir la Iglesia Católica o el mismo Cristianismo, camuflado de patriotismo el visceral odio anti-religioso. Napoleón, que había proclamado al mundo los ideales de la libertad, la igualdad y el compromiso de construir el Reino de Italia, se reveló de hecho, un déspota asesino, sólo interesado en el poder. Encarceló al Papa, a los cardenales, a los obispos y sacerdotes que no estaban dispuestos a aceptar su voluntad. Saqueó las iglesias y promulgó un nuevo catecismo.

Este es el contexto en el que relució la actividad de nuestro pequeño gran hombre.

Después de haber negado el juramento de fidelidad al tirano, pagó con el exilio y cárceles su coraje. De regreso a Roma después de un largo encarcelamiento, se dedicó completamente a sanar las heridas morales y los desastres sociales, secuelas de la dictadura napoleónica. Así exclama Gaspar: “En otros tiempos la Iglesia ha sido  agredida o contra de un dogma, o contra otro, en nuestros tiempos, sin embargo, la guerra es a  la Religión en su totalidad, es al Señor Crucificado. ¡Ahora es necesario  que los pueblos sepan  cual fue el precio por el cual fueron compradas las almas! ¡La Sangre de Cristo es el arma de los tiempos!”

San Gaspar izó la bandera de la Sangre de Cristo, y en su signo, comenzó un apostolado incansable y heroico, que nos deja sin palabras.

Después de luchas sin precedentes, movidas por las mismas personas que deberían seguirle, promovió una nueva Congregación Religiosa, que fue llamadaCongregación de los Misioneros de la Preciosísima Sangre. Fue el protagonista de un proyecto valiente y audaz de reforma de la Iglesia y del Estado y, con una tropa de santos sacerdotes, que abrazaron su ideal, recurrió por todo el Estado Pontificio, Abruzzo y gran parte del Reino de Nápoles, donde mandaban los más feroces bandidos de aquel entonces, y en todas partes se extendía la inmoralidad, la violencia, la opresión, la injusticia, la ignorancia, la miseria.

Su voz tronó inexorablemente contra el mal, dulce y rica en misericordia hacia los pecadores. Se subía las montañas más altas en la búsqueda la guarida de los bandidos; domando la ferocidad de ellos, los conmovía hasta lágrimas y los convertía. Arrastraba a las multitudes: siendo insuficientes las iglesias, para predicartenía que salir en las plazas completas gentes. Dondequiera que fuere extinguía el odio, la paz volvía; se devolvía el mal provocado, restableciendo la justicia y la verdadera hermandad. Poblaciones enteras embrutecidas por el vicio, cambiaban estilo de vida. Durante sus sermones fueron quemadas en las plazas montones de armas, grabados perversos, emblemas sectarios. Gaspar fue aclamado doquier como Santo, Trompeta de la Sangre Divina, Martillo de los Herejes. Niatentados, ni injurias o calumnias, ni atrayentes, ni espejismos de  purpurado, sirvieron para detenerlo: "Soy un misionero" – afirmaba decididamente – "Y deseomorir sobre el escenario, como un misionero". Se le comparó con San Bernardino de Siena y llamado "el nuevo San Vicente Ferrer".

Como un hombre por naturaleza delicado y socavado en la salud física por el sufrimiento padecido en las cárceles, pudo enfrentar fatigas, privaciones y asídificultades inmensas para las condiciones de aquel tiempo, es algo increíble para nosotros, sin admitir la evidente ayuda divina.

Cuando parecía irremediablemente debilitado por el dolor, ¡por arte de magia surgían nuevas energías! delante de él los asesinos arrojaban el puñal, se convertían o huían atemorizados; las balas caían al suelo frío sin que se resultara herido; su bendición hacía inofensivos los venenos puestos en los alimentos y bebidas convidados.

Sin embargo, la mayor victoria es aquella sobre sí mismo; la práctica de todas las virtudes cristianas en grado heroico; la incidencia en la transformación la sociedad de su tiempo. En pocos años, unos 22 de su intenso apostolado, dejó una marca indeleble, que todavía hace sentir su influencia benéfica en la sociedad.

¿El secreto?

Así lo expresa el famoso cardenal Carlo Salotti: “Él pasó a través de tribulaciones y espinas. No rechazó esas espinas, mas las beso y se las puso en la frente, manteniendo sus ojos fijos en el Calvario. ¿Acaso no surgió de esa cumbre sangrienta el rescate de la humanidad? Las llagas del Cristo muriente hablaron a su alma sacerdotal y las gotas de aquella sangre purísima le estimulaban mayormente el celo apostólico. Y, cuando los nuevos fariseos se sentían ofendidos, porque la Sangre del Salvador permanecía constantemente en sus labios y formaba el primer objeto y propósito de sus sermones, se sumergía cada vez más en la Sangre, que era su alimento, su fuerza espiritual, su inspiración, el secreto maravilloso de su gran corazón”.

 

 

02. El Nacimiento

 

En 1807, una niña de tan sólo 8 años, que después se convertirá en la Hermana Amante María Sofía, y que murió en pos de santidad, después de haber aprendido de su madre que no había ningún instituto dedicado a la Preciosísima Sangre, exclamó: “Señor, haz que un día surge algún Instituto cuyo nombre sea el de tu Preciosa Sangre”.

Este episodio te hace comprender cómo había llegado el momento de ver emerger a plena luz, en la Iglesia, una devoción que había siempre cruzado a través de la historia de la espiritualidad como un río subterráneo ,que se alimenta de innumerables fuentes (de hecho, todas) sin que muchos se dieran cuenta. Se da cuenta un santo sacerdote romano, Don Francesco Albertini, que se volverá un gran admirador del joven Gaspar del Búfalo, de quién voy a contarte el nacimiento. Fue el Albertini quién, sin conocer el deseo de la muchacha, en aquel año estaba realizando el proyecto de una institución dedicada a aquella devoción., con lo cual se cumpliría la misteriosa profesìa.

 

En verdad, la sangre humana fluía como arroyos por todas partes: en las peleas privadas, en las luchas sociales, la horca, en el campo de batalla… ¿Cómo no recurrir, con la mente y el corazón, a la única Sangre que durante la historia no ha gritado y ni grita venganza, sino que enseña el camino de la reconciliación y la paz social? Si reflexionas, encontrarás que hoy también la devoción a la Sangre es muy actual y es fuente de increíble energía.

El 06 de enero de 1786, en una casita muy modesta, en la colina del Esquilino, en Roma, cerca de a la basílica más famosa en el mundo dedicada a la Virgen - Santa María la Mayor – nace de Antonio del Búfalo y Annunziata Quartieroni un niño muy frágil, pero precioso, que el día después será bautizado en la iglesia de San Martino ai Monti, siempre en el Esquilino, con los nombres de los santos Reyes Magos, Gaspar, Melchor y Baltasar.

El padre, probable descendiente de los Marqueses del Búfalo, es empleado como cocinero del príncipe Paluzzo Altieri. Gaspar encuentra ya un hermano, Luis, y se va con sus padres a vivir en dos humildes cuartos del grandioso Palacio del empleador del padre. La nueva residencia tiene vistas en la plaza dedicada a la famosa Iglesia del Jesús. Es en esta iglesia que milagrosamente se manifiesta el gran amor del Señor por él.

 

Hemos dicho que había nacido de constitución física frágil y ya después de un año y medio tuvo que recibir el sacramento de la Confirmación, porque estaba desahuciado.

Habiendo superado el peligro de morir, poco después es golpeado por la viruela en forma tan violenta que la abundante erupción cutánea, propia del mal, les asecha los ojos con el riesgo de ceguera total.

Annunziata, su santa madre, desconfiando de la eficacia de la obra de los médicos, llena de angustia, se dirige, al igual que todos los creyentes en casos desesperados, a implorar la ayudar divina. En la iglesia del Jesús es venerado San Francisco Javier, el maravilloso y gran apóstol de las Indias, del que es muy devota. Postrada bajo del altar, levanta hacia arriba el niño. Como impetuoso y terco es el mal, así - y aún más - sentida, y atenta es la oración.

 

 

¡La sanación del niño es inmediata! Gaspar, que a menudo oye de la mamá el acontecimiento milagroso, nunca olvidará al Javier. Se puede decir que el signo de la predilección del más grande misionero de la época moderna, encendió en el corazón del sanado, una llama que fue poco a poco expandiéndose, para finalmente volverse fuego de amor. Aquella chispa fue el comienzo de una carrera entre benefactor y beneficiado, en que los dos gigantes del apostolado trataron de ganar en generosidad. Una gratitud perenne, más sentida que cualquier voto, se renovará día tras día en el corazón de Gaspar, que no sólo tratará de emular la santidad y celo apostólico de la evangelización de Oriente, mas lo elegirá como protector de su congregación, levantará altares e iglesias en su nombre, predicará sobre él por todas partes suscitando legiones de devotos, llevará en todas las misiones populares una imagen del Santo que llegará a ser famosa. Por otro lado su Javier multiplicará gracias y protección y obrará grandes prodigios cuando Gaspar lo invoque.

Así los santos pueden influenciar a las generaciones futuras y entrelazar pasado y presente en la luz que Dios se revelado en Jesucristo.

Č 03. La Cama Sangrienta

3. La cama sangrienta

    Querrás saber más acerca de los padres de un niño destinado a ser extraordinario. Estoy dispuesto a cumplir con tu legítima curiosidad. Ya sabes sus nombres: Antonio y Annunziata. Ahora voy a decirte algo de ellos, para hacerte comprender cuanto los padres son importantes para los niños.

    Antonio tenía los defectos y virtudes del genuino romano de Roma: jovial, amante de la compañía, despreocupado y placentero, tal vez facilón y gastador, impetuoso, pegado a la buena comida - ¡Fue cocinero de un Príncipe! - Con una fuerte inclinación por los espectáculos y juego de pelota, incluso entonces en boga en Roma. De hecho, esta pasión le llevó a improvisarse como emprendedor de obras de teatro y partidos de fútbol, ​​con catastróficas consecuencias financieras. Demasiado tarde se dio cuenta de que sería mejor volver al trabajo más seguro y humilde del cocinero.

    Todo esto no impidió que se tratase de un hombre de probada honestidad, de profunda fe cristiana, trabajador, leal a su esposa y premuroso con los hijos, de los cuales tuvo mucho cuidado, siguiéndolos paso a paso en el entretenimiento, en el estudio, en la selección de las sanas compañías.

    Annunziata era de un carácter suave, delicada, de un trato distinto. Las dos modestas habitaciones donde se alojaban en el departamento de los criados del palacio Altieri, eran pulcritud y orden; “por lo que se dijo que ella, y no el marido, era la verdadera descendiente de los nobles marques del Búfalo”. El elogio más grande que se merecía nada menos, es el siguiente: "La madre templada en la fe, educadora perfecta, heroica en el tratamiento de la locura de su marido, en las duras pruebas de la pobreza, de la muerte prematura del primogénito, del exilio de Gaspar, penas que la llevaron pronto a la tumba.

    Gaspar tomó un poco de la mamá y un poco del papá, como es justo y como casi siempre sucede. Reprodujo en sí, perfeccionándola con los años, la sólida piedad de Annunziata, su gusto por las cosas ordenadas y finas, cortés en el trato, el sentido de orden y limpieza, hasta el punto que ella, íntimamente orgullosa, decía: “¡Con este niño he de estar siempre con la escoba en la mano!”.

    De su padre heredó el carácter alegre y abierto, la impaciencia a veces impetuosa e irritable, pero siempre bien reprimida y controlada, al punto de decir: "Lo siento… me enfado, porque me enfado". Nunca llegó a ofender a nadie. Heredó de su padre la pasión por las multitudes, la palabra cálida, que fascinaba a la audiencia, un tanto teatral y genio organizativo.

    El alma del pequeño Gaspar, mística desde el principio, formada por su madre, pronto también se convirtió en activa y apostólica, de modo que, desde la infancia expresa el celo que lo consumirá toda mi vida. Después del fervor de la primera comunión, y la asidua asistencia a los talleres de predicación de las fiestas religiosas, comenzó a erigir altares en la casa, a organizar funciones, durante las cuales se subía a la silla como sobre un púlpito, exhortaba a la audiencia - padre, madre, hermano, amigos, funcionarios del Príncipe - e instaba con gran calidez a la… conversión.

    Al mismo tiempo está convencido que es el más grande pecador, y para pagar faltas imaginarias, pasa noches enteras de rodillas, en oración, en el desnudo suelo. Annunziata, siempre tierna y vigilante, a menudo se ve obligada a levantarlo forzadamente y llevarlo a la cama, mientras ​​exclama con angustia: "¡Este hijito mío me está paralizado!”.

 

 

Una mañana, en poner en orden la cama, Annunziata se sorprendió: ¡Las sabanas estaban manchadas con sangre! El hijo, con franqueza, le mostró el cilicio, que rodeaba su cintura. ¡Una verdadera bomba! "Una cuerda, equipada con piezas de lata cortados a formas de estrellitas, cuyas puntas retorcidas, penetrado en las tiernas carnes, le hacían chorrear sangre". La madre, horrorizada, se lo soltó y limpió las lesiones. Gaspar, comprendiendo el dolor y los temores de su madre, se echó sobre su cuello, la acarició y le prometió: “Mamá, yo quería imitar a San Luis. No lo volveré a hacer”.

    El episodio es auténtico. E1 cilicio, celosamente guardado en la memoria por un compañero de infancia, Pippo Berga, después de la muerte del Santo lo entregó a su segundo sucesor, Don Giovanni Merlini.

    Esa sangre inocente, derramada por el niño Gaspar "en expiación de los propios pecados y los de los demás", es como el amanecer de su vida misionera, cuando en las iglesias, en las plazas públicas y en la cabecera de los moribundos, se flagelará con instrumentos mucho más doloroso, para inducir a los pecadores obstinados al arrepentimiento.

04. La huida

4. La huida

 

Mamá Annunziata y papá Antonio, impresionados por el exagerado fervor de penitencia del pequeño Gaspar, lo confiaron a un guía sabio y prudente: Monseñor Giovanni Marchetti. El piadoso sacerdote le hizo comprender que Dios no quería de él duras penitencias, sino ferviente oración, obediencia, compromiso de estudio y, sobre todo, un esfuerzo continuo por dominar el carácter. Con un guía tan atento y cauteloso, Gaspar siguió avanzando en las cosas del espíritu.

Acompañaba a su madre todas las mañanas en la iglesia del Jesús, donde escuchaban la misa y nunca dejaba de dar las gracias al  Javier por la sanación. Recibiendo a menudo la Eucaristía "veía la Hostia Consagrada encendido en el rosto como un querubín". Mirando la imagen de Javier, " una vez " - Como él mismo lo contó cuando grande - "se sintió inundar el corazón de tanta dulzura, que le pareció estar en el paraíso". A menudo decía: "¡Pudiera volverme en un apóstol como él. Yo podría morir como un mártir para la conversión los infieles!".

En el Palacio Altieri y alrededores, fue llamado el “Santito”. Pero un día, el santito, la hizo gorda.

Llegó a la casa un fraile mendicante camino a Tierra Santa y, mientras que Annunziata iba a tomar una donación en la dispensa, los muchachos lo rodearon para escuchar la historia de los lugares empapados por la Sangre de Jesús y los turcos que, sin creer el Evangelio, martirizaban a los misioneros que querían convertirlos.

No tardó mucho para dar rienda suelta a la imaginación de Gaspar. ¡El fraile fue sin duda un enviado de Dios! ¡Era el llamado a predicar el Evangelio y morir como un mártir de la fe! Pasó la noche entera en darle vuelta al plan de escape, en los mínimos detalles. ¡Ya no podía más detener la locura! Sin confiarse con alguien, le habría reventado el corazón en el pecho!

 En el mismo edificio vivía María Tamini, de siete años; era la hija el mayordomo del Príncipe. Gran familia los Tamini, tales como los del Búfalo.

María era compañera de Gaspar en el estudio, oración y juegos. - María - dijo - voy a huir de casa y predicar el Evangelio a Los turcos. ¿Vienes?

La niña, en un primer momento, se mantuvo indecisa, luego se entusiasmó ella también. - Pero - dijo - los turcos son muchos, ¿Qué haremos los dos solos? Vamos a decírselo a los demás.

Gaspar de inmediato convocó a una reunión secreta y se dirigió a los pequeños amigos. Solían ser encantados por el Santito y a imitarlo en la vida de cada día, por lo tanto se entusiasmaron de inmediato. Discutieron el plan con seriedad. - ¡Sí, vamos todos! Pero los turcos; ¿Dónde se encuentran? ¿Quién nos enseñará el camino?".

Gaspar siempre tenía una respuesta preparada. Él dijo - preguntaremos por ahí. Y entonces el Señor nos enviará su estrella como a los Reyes Magos.

 - ¿Y para comer? –

Le pediremos a la buena gente. ¿Quién negará un pedazo de pan para los misioneros que van a morir por la fe?

- Debe ir María también…

– Sí, lo haré - dice ella - pero yo soy una mujer. ¿Qué dirá la gente? – Te disfrazarás de hombre - respondió de inmediato Gaspar - Toma el vestido de tu hermano.        

María, en la noche, se robó la ropa del hermano que estaba dormido; pero luego éste al despertarse, al no encontrarlo en la silla, se echó a llorar. María, confundida, reveló todo a su madre… Y el plan fracasó, de hecho, ¡Terminó en nalgadas!

La hazaña, en su absurdez, revela el espíritu audaz de Gaspar; su deseo precoz de emular a Francisco Javier, que se había ido tan lejos a anunciar el Evangelio. 

La buena compañía no se deshizo; se quedó compacta para actuar en Roma lo que no podían hacer entre los turcos. Los queridos compañeros de Gaspar se mantuvieron unidos entre sí, incluso de adultos. Bajo su dirección, María se convirtió en una santa monja, Felipe Berga monje Basiliano en Grottaferrata, Carlos Valletta se volvió en el cardenal, Domingo Girometti canónigo de San Marcos, con el mismo Gaspar.

La huida solamente fue postergada. Nadie podrá detenerlo cuando llegara el momento de empezar la peregrinación misionera, en busca de almas para salvar. 

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 5. Tienen más hambre que yo

El amor de Dios estaba siempre calentando el corazón del pequeño Gaspar y lo hacía más activo. Habiendo recibido la prohibición para lastimarse la carne con el cilicio, encontró otras maneras de mortificarse. Así fue que comenzó a ayunar el viernes, lo que limita la comida a una sopa y un trozo de pan. Así lo hizo también durante la cuaresma, las vigilias, el mes de María como “manda” a la Virgen.

Annunziata se vio obligada a observarlo con máxima atención y, a veces, también levantar la voz: "¡A tu edad no estás obligado a ayunar!".

"Si tengo la edad suficiente para pecar, también la tengo para ayunar?" - Respondía. Pero cuando leía la preocupación en el rostro de la madre, la acariciaba diciéndole: “Vamos, mamá, no se agite, se feliz, comeré…”.

Sabemos que la familia del Búfalo vivía en el “patio antiguo” del Palacio Altieri y que las ventanas de las dos habitaciones pequeñas, defendidas por fuertes barandillas, asomaban sobre la calle de la Gatta y la callejuela de Santo Stefano del Cacco. A través de estas rejillas el niño podía ver el vaivén de la gran miseria humana de Roma. Mendigos asquerosos y repugnantes, lisiados y discapacitados de todo tipo, que daban disgusto. A ellos se sumaban reales desocupados y ociosos de profesión dedicados a la mendicidad; no faltaban ladrones y estafadores. Las barbas y el pelo revuelto y lleno de insectos y los cuerpos, apenas cubiertos con trapos, dejaban ver impresionantes llagas purulentas. Algunos, sobre todo en verano, pasaban la noche tirado en las calles sucias e inseguras.

El ojo de Gaspar los escudriñaba, el corazón se apretaba y algunas lágrimas mojaban las pestañas. “¡Pobrecitos! lo tengo todo: amor, limpieza, comida. Ellos nada!”

Desde las profundidades de su alma surgió de forma natural un impulso generoso para hacer algo de inmediato. Con una mano fuera de la rejilla hizo ademán hizo una tímida invitación. Un pobre hombre que pasaba se acercó y vio entregándole con la otra mano un pancito partido en dos con algo dentro.

Se pasó la noticia y se multiplicaron los pobres. "¡En el Palacio Altieri hay un príncipe tan bueno!". Ahora aquel ayuda se volvió un derecho. Si los vídriales de aquella ventana a cierta hora no se abrían, multiplicaban los golpes de palos:

¡Una autentica protesta sindical! Entonces Gaspar, corriendo, sacaba lo más que podía, como podía agarrar y se lo llevaba.

No distinguía cosas de cosas y a menudo daba lo que tenía para el almuerzo o la cena de la pequeña familia. Fue realmente conmovedor verlo privarse de un caramelo: ¡Un verdadero heroísmo para un chico de su edad!

No es infrecuente que se convirtió en un mendigo con el fin de dar a los demás. A María y a los pequeños amigos decía: “Vamos, ustedes también consigan alimentos para los que mueren de hambre…”.

Los pobres ya había estudiado todo hábito de su pequeño benefactor y al aproximarse la hora de escuela, se decían entre ellos: "Vamos, el Santito está por salir”. "Para mí, a mí..." – Gritaban en coro, y Gaspar sacaba la colación que se había deslizado en secreto en la carpeta, haciendo creen a la mamá de habérsela comido. El mismo final hacía aquel centavo de baiocco que le regalaban en las festividades.

Una mañana Annunziata, descubriendo el truco, le reprendió con severidad. Si continuaría de esa manera se convertiría en tísico. Gaspar con su genuina sinceridad respondió: “¡Mamá, esa pobre gente tiene más hambre que yo!”.

06. Entre los vendedores campesinos

 

Gaspar, ahora ya, entrevé, más allá de los muros del palacio, horizontes más espaciosos e invitantes para su apostolado. Ha comprendido, después de la huida fallida, que ciertos propósitos hay que madurarlos con los años y que un mundo a evangelizar se encuentra a poca distancia, e incluso en el interior del Palacio.

Llega a integrarse al grupo del pequeño clero. Se puso la sotana permanentemente; Como se decía entonces, "se vistió como abadito". Expresó la voluntad de lanzarse a la vida eclesial. La elección, por supuesto no es definitiva, ocurría alrededor de doce años. Gaspar, sabe que con la vestidura clerical hay un compromiso más solemne, una responsabilidad más evidente de progresar en la virtud. La lleva con decoro y dignidad que genera respeto por parte de todos.

Un día, volviendo de la escuela, se encontró en el patio del palacio al príncipe Altieri con su esposa y su hijo pequeño. El príncipe, cosa que asombra para la época, se quitó el sombrero y saludó con respeto al hijo del cocinero, mientras que la princesa ordenó al hijo de besar la mano del Santito, y éste, asombrado y confuso, se sonrojó y trató de protegerse. El príncipe, finalmente se encomendó a sus oraciones. "Es mi deber, excelencia "- dijo Gaspar con sincera gratitud. Debía mucho a él, ya que había acogido a sus padres en momentos de necesidad.

Gaspar asiste al famoso Colegio Romano y se desempeña con provecho en materias difíciles, ganando buenas calificaciones y medallas. Se está haciendo la reputación de mateo y no faltan compañeros bromistas que, de vez en cuando, le hacen mala jugada. Él no se descompone: incluso la escuela es para él un lugar de evangelización.

De todas las iniciativas, prefiere la más humilde y esquivadas por otros, que  comprometen mucho y no procuran ninguna gloria. Hay muchas, en Roma, otras las empieza él. Por ejemplo la de los “Barozzari”.

Una multitud de campesinos que venían del campo romano, que lleva a Roma la cosecha de heno de los campos y venden al mejor precio. Era el combustible, ya que alimentaba a los caballos que tiraban los carruajes.

El heno era apilado en “Campo Vaccino” – el famoso Foro Romano – reducido a almacenamiento y pastoreo. A los barozzari se unían trabajadores de todo tipo, que llegaban desde Marche, Abruzzo y Campania, como temporeros, aunque sea por unos pocos centavos, para no morir de hambre. No he oían nada más y nada menos que improperios, blasfemias y maldiciones. Cegados por el vino, entre riñas y peleas, no pocas veces se quedaba algún muertos.

"¿Desde cuanto tiempo” – se preguntaba Gaspar - "esa pobre gente de la manos callosas, quemados por el sol y las heladas, harapientos y sucios y con grandes calzados a los pies, no han oído hablar de Dios?". Salió de la pregunta, en respuesta, la página más hermosa de su vida en el período de preparación al sacerdocio.

Así fue que se pudo ver un curita limpio y agradable, andar alrededor de hombres y bestias, hecho signo de muecas, gestos malintencionados e incluso amenazas. Llegó a unos pocos: una palabra y un pequeño regalo sirvieron para romper el hielo. Los brutos ocupantes de Campo Vaccino, de los insultos pasaron a la curiosidad, y luego a los intereses, al fin el respeto. Sentado sobre un haz de heno, el joven curita les contaba las parábolas del Evangelio, hablaba del amor de Dios, de la Sangre derramada por Jesús para ellos también. Tocó teclas sensibles: les hizo recordar la infancia, la oración aprendida de rodillas frente sus madres - ahora tal vez desaparecidas – y nunca más recitada, la Primera Comunión. En sus rostros endurecidos y barbudos se veían algunas lágrimas. "¡Jesús ha ganado!" - Exclamaba el joven curita. "¡Jesús retoma posesión de vuestros corazones!".

Así nació la obra de los “Barozzari”, con un programa bien planificado de evangelización: Ante todo, conocer a Dios, respetar su ley; organizarse para encontrar un trabajo honesto y decente; ayudarse y respetarse unos a otros; unir las fuerzas para la defensa de un salario más justo y dirigirse a la autoridad, si es necesario. Un verdadero sindicato en vista previa, por el bien del alma y de una vida más humana.

07. Niños y ancianos

 

"Muchas personalidades eminentes y muchos Santos han puesto sus acciones y llevado su contribución a la inmensa riqueza espiritual de tradiciones, instituciones, obras de bien de las que andaba muy orgullosa la Roma de1 ’800 y que la convirtió en capital del Espíritu y de la caridad, pero sin duda nadie como San Gaspar". Así escribe el biógrafo de don Giuseppe De Libero. E1 joven del Búfalo, con mucho desempeño, quemó etapas, se insertó de golpe en la vida romana religiosa y social de esa época y no fue solo un participante más, sino el animador de innumerables actividades.

Como siempre, se ocupa del espíritu y del cuerpo. Crea grupos de oración; promueve la adoración perpetua, diaria y nocturna, la Eucaristía; daconferencias, forma un grupo de catequistas bien preparados para la educación de los niños y adultos en la Ciudad y los pueblos vecinos; organiza visitas a los enfermos en hospitales y hogares, y promueve diversas iniciativas la caridad.

Tal vez nadie sabe que el joven Gaspar fue el primero en idear el teatro parroquial, ya que deseaba que los niños fuesen santamente alegres; escribía el mismo dramas y comedias, y también fue un director muy bueno, muy cierto que, entre los espectadores, no faltaban hombres de cultura, personalidades eincluso cardenales.

Es el caso de preguntarse si hay un sólo lugar de Roma de las miles iglesias y mil obras de bien en las que no haya cumplido su apostolado el joven Gaspar. "movido por su gran amor por el prójimo - Se informa en los Procesos de Canonización – se hubiese partido en cien con tal de abrazar a toda la las obras de caridad".

Un día pasó frente el Hospicio de San Galla, erigido por el Papa Gregorio, a los pies de la Rupe Tarpea, donde la patricia Galla había hecho su noblepalacio el centro de caridad al tiempo de los primeros cristianos. En aquel hospicio muchos sacerdotes romanos, entre ellos los Santos De Rossi y Parisi, habían competido para aliviar los sufrimientos de los romanos pobres y enfermos. Gaspar, viéndolo abandonado ya en ruinas, sintió una punzada al corazón y gritó a sí mismo y a los demás: “¡Debe resucitar de nuevo!"” Y pasó de inmediato a la acción.

“Estás loco - le dijeron - ¡No lo han logrado hasta ahora muchas personas más importantes que tú! ¡Pecas de arrogancia, pobre curita!”Ellos no entendían que el amor derrumba todos los obstáculos…

Encontró antiguos benefactores, y buscó nuevos; arrastró a los inciertos, tendió la mano, tocó las puertas, comenzó la limpieza yalguna restauración, rehabilitando funciones y usos; instruyó y socorrió. En su corazón el fuego se expandía y encendía a los demás. Iba por las calles, plazas, barrios pobres, los barrios pobres. Reunía niños, ancianos, personas enfermas que pululaban en todas partes, lleno de piojos, tiña, repugnantes, apenas cubierto por jirones quedejaban ver la suciedad y las llagas. "¡Vengan, vengan a Santa Galla!"-decía. Él que no podía tolerar ni siquiera una mancha en su vestidura,cargaba sobre sus hombros aquellos restos humanos y los llevaba alhospicio. Allí, encontraban limpieza y cuidado, un plato de sopa, que calentaba el estómago, y el gran amor de Gaspar que calentaba el corazón. Se preocupaba del cuerpo de los pobres y redimía sus almas."¡Ser pobres, querido hermanos, no es una vergüenza! - Decía – ¡Cristo fue pobre y ustedes son la herencia de Cristo!"

El celo lo llevó también en la Casa de Corrección. Losmuchachos, acostumbrados al látigo, se quedaban fascinados por aqueljoven cura que les hablaba con tanta dulzura y no traicionaron su confianza, cuando, bajo su responsabilidad, los llevó a caminar libremente por las calles de Roma. Adultos salidos de aquella Casa, sabrán por quién ir.

Gaspar también tuvo tiempo para pasar muchas horas en elHospital de los Cien Curas, donde se encontraban sacerdotes mayores,donde la edad y el mal los dejaron al olvido. Hermosa imagen la deljoven que, en el umbral de la ordenación sacerdotal, impulsado por un afecto compasivo, se siente atraído y retenido por viejitos que lo han precedido y que están a punto de morir.

¡Por supuesto que no todas son flores! Gaspar está tachado de quién sabe cuales  objetivos e incluso beneficios. Pero, siempre pasa, es un coro de bendiciones. Una multitud de niños corren detrás de él y lo llaman, los ancianos se conmueven, las mamás lo miran con ternura.

El pueblo siempre sabe distinguir quién lo ama de verdad.

08. Fortaleza romana

 

        Todas las puertas, ahora se abrían al joven apóstol. La subida continuó sin obstáculos. Después de su graduación recibió el subdiaconado y fue nombrado canónigo de la Basílica de San Marco en Roma. El 12.3.1808, fue ordenado Diácono.

¡Podemos imaginar con cuánto fervor y cuánta alegría se estaba preparando al sacerdocio! Una noche, estando en oración, mientras meditaba sobre la gran dignidad y responsabilidad que estaba a punto de tomar, le pasó por delante la gran figura de Francisco de Asís, quién no se consideró digno permaneció siempre Diácono. Hábilmente el demonio, conociendo cuantas almas le robará un día aquel curita, se insinuó en su mente y lo atemorizó. "¡No, voy a subir al altar, no soy muy digno!". Exclamó Gaspar. Se recomendó a las oraciones de muchas personas piadosas para que el Señor lo iluminase, pidió consejo, le escribió a sucompañera del pasado, María Tamini, ahora una monja en Macerata. Ella, con fino instinto, mostró las cartas al obispo de Tolentino, monseñor Vincenzo MariaStrambi, quién gozaba de gran fama de santidad, y que conocía bien a Gaspar, quien a su vez, tenía una gran veneración por él. E1 santo Obispo pensó por un momento, iluminado desde lo alto, dijo con seguridad: "Escriba a don Gaspar que acuda de inmediato al altar, ya que esta es la voluntad de Dios".  La humildad, de la cual el demonio se había servido para aterrorizarlo, es precisamente la virtud que le inclinó la cabeza de Gaspar frente el santo obispo: el 31 de julio de ese año, fue ordenado sacerdote y el 02 de agosto celebró su primera misa en San Marcos.

Se lanzó con renovado celo en el apostolado, restauró la iglesia de Santa María in Vincis y allí fundó dos cofradías: la de San Francisco Javier para los hombres y la de las Hermanas de la Caridad para las mujeres, con tarea de unaferviente actividad espiritual y compromiso de asistir al cercano hospital. La iglesia se encuentra cerca de la Basílica de San Nicola in Carcere, donde se venerabauna insigne reliquia de la Preciosa Sangre. Aquí Gaspar conocía un santo sacerdote, mons. Francesco Albertini, y se unió a él en la fundación de la Cofradía de la Preciosísima Sangre.

El Albertini, como veremos más adelante, se convirtió en su Director Espiritual y desempeñó un papel importante, incluso decisivo, en la vida de Gaspar y su Instituto.

E1 02 de febrero 1808, el general Miollis, por orden de Napoleón, ocupó Caste1 Sant'Angelo y la Plaza del Quirinale, en ese entonces residencia de los Papas. Las hostilidades entre el Papa y Napoleón se hicieron manifiestas. Se sabe que siempre los prepotentes y los más fuertes son los que ganan. Pío VII, que no lo quiso y no pudo doblegarse a la voluntad del Emperador, fue deportado a Francia y a los sacerdotes romanos y del Estados Pontificio, quegozaban de cierto Beneficio Eclesial, se les ordenó el juramento de lealtad al usurpador.

Es la mañana del 13 de junio de 1810, cuando Gaspar recibe la orden de presentarse en lugar de Policía. El padre quiso absolutamente acompañarlo. También sabemos el nombre del policía - un cierto Olivetti – que sin preámbulos le exige juramento. La respuesta esorgullosa y seca: "¡No puedo, no debo, no quiero!" Gaspar tiene sólo 24 años de edad y su valor suscita admiración. El policía pasa a la adulación, a las promesas, y por último las amenazas. La respuesta es siempre la misma: "¡No puedo, no debo, no quiero!"  Como último intento trata inducir al padre para persuadir a su hijo a someterse. Y aquí surge el orgullo romano del buen cocinero, que, a pesar de sus defectos, es de una inagotable fidelidad a la Iglesia y su Cabeza. Levanta la cabeza, mira con orgullo a la Olivetti y exclama: "¡Ciudadano, dispare a mi primero y luego mi hijo, pero no hable de juramento!".

Padre e hijo no juegan a la política y no defender el Poder Temporal de los Papas por un capricho, pero no aceptan la arrogancia, la intimidación y la imposición de aquel que hizo saquear las iglesias de Roma y robar las obras de arte más valiosas, incluso arrogándose el derecho de transformar la doctrina católica.
           La condena para Gaspar está decidida de inmediato como su justa respuesta: ¡Exilio y prisión! El joven no mueve ceja. En su corazón se alegra de sufrir por Cristo y Su Vicario. Gaspar y el padre regresan lentamente a casa. Gaspar quisiera retrasar lo más posible el anuncio de la terrible noticia a su madre, que está allí, en angustiosa espera. Pero a la llegada, antes el padre sin palabras y la madre que pregunta, ya previendo lo peor, Gaspar colapsa en una silla y da en lágrimas. ¡Estehumano e interior llanto nos lo hace querer tanto! A partir de este momento él se acercará a todos los sufrimientos y enjugará las lágrimas de todos, porque él mismo ha vivido el dolor.

Aquel llanto lo dice todo a su madre, que viene a su hijo, lo levanta, le infunde valor, venciendo y dominando su propia alma en estado de agitación. Entonces va a preparar el baúl, poniendo cuanto cree que el pueda necesitar.

09. Su Misa

 

        Don Gaspar, alcanzado el umbral del sacerdocio, se sintió tan indigno que, de no haber sido su amigo el fraile Vincenzo María Strambi, Obispo de Toledo, para persuadirlo de que sus escrúpulos eran bien obra diabólica ,para frustrar el gran bien que él un día habría hecho a las almas, nunca habría decidido subir al altar.

Superado todo escrúpulo, entonces, fue siempre feliz y se alegró de su ordenación sacerdotal y celebraba con especial recogimiento el aniversario. Tenía mucha estima por los ministros de Dios, besaba sus manos y los llamaba siempre "Venerables Hermanos". Nunca descuidó celebrar Misa. E1 martirio mayor, durante su encarcelamiento, no se debe tanto por el sufrimiento físico, como la prohibición de celebrar Misa, y cuando él y compañeros, eludiendo la estricta supervisión de guardias, lograrán en secreto a ofrecer el sacrificio del altar, "la prisión se convertirá en un paraíso."

Su día puede considerarse dividido en dos partes: una de preparación; Misa de acción de gracias el otro. Reservaba para sí mismo, cuando estaba seguro de no provocar susceptibilidades, el "privilegio" de mantener lindo el altar de Santísimo Sacramento, cambiar el agua de las flores - no permitía flores artificiales - Quitar el polvo, asegúrese de que la lámpara estuviese encendida de forma permanente, que las paramentas sagradas estuviesen impecables y bien dorados de los cálices, las patenas, el copón y las custodias. Al limpiar el altar amaba llamar a su alrededor a los estudiantes para animarlos a servir en el altar, y así animarlos al sacerdocio. Decía: "¡El más bonito recipiente para recibir a Jesús debe ser nuestra alma!".

Así se confesaba, indiferente al pecado, incluso varias veces en la semana. Era un ardiente el celo con que se encargó de erigir Cofradías del Santísimo Sacramento, Horas de Adoración diarias y nocturnas, y procesiones eucarísticas. Durante las Misiones nunca dejará de aportar gran solemnidad de la Comunión a los enfermos y concluirlas con la Comunión General. Cada decisión importante era tomada sólo después de haber orado intensamente en la Santa Misa.

 

Y ahora he aquí algunos de los unánimes y numerosos testimonios recogidos en los Procesos Canónicos:

 

Celebraba con máxima devoción y estaba siempre inflamado en el rostro durante la misa". “En la celebración parecía un ángel”. "Su rostro se inflamaba y despertaba una gran devoción incluso en los espectadores". "Durante la celebración fue tal su emoción que, a veces, por los ojos brotaban copiosas lágrimas y se temía que iba a desmayarse en el altar". Cuando celebrada en privado, después de la consagración hacía ademán al sacristán de dejarlo solo y de regresar después de una hora. Cuando el sacristán regresaba, siempre se lo encontraba en éxtasis.

Los fieles acudían en masa, cuando sabían que iba a celebrar el canónico del Búfalo: "¡Vamos a la misa de un santo!"

No es de asombrarse, por lo tanto, si durante sus misas se han producido muchos episodios extraordinarios. El propio Santo confió a su confesor Taviani de la Compañía de Jesús, que, después de la consagración, sentía a menudo "voces celestiales" que predecían los sufrimientos que se habría encontrado en el apostolado.

10. El atroz alejamiento

 

    Todos los hilos de la vida de la caridad y celo de Gaspar se cortaron de golpe. Después de haber encomendado a sus colaboradores las obras de caridad y despedirse de los más íntimos, se prepara para ir a la Plaza San Marcos, donde lo espera la policía con un carruaje. Se van con él tres amigos tan queridos: Don Francesco Albertini, don Bernardino Filippo Marchetti y Don Francisco Gambini, ellos también orgullosos y valientes al negarse el juramento.

    A pesar de saber con anticipación la fecha y hora de partida, lo ha mantenido oculto a la madre querida. ¡Dejarla se le hacía intolerable! Tampoco sentía desaparecer en secreto, sin un beso, sin aquella bendición, que estaba acostumbrado a pedir siempre a sus padres, antes de salir de la casa.

    Cuando se acercó a ella para besarle la mano y pedir una bendición, la madre comprendió que había llegado el momento temido de la separación y rompió en sollozos. Recientemente Luis había muerto, el primogénito, dejando una viuda y una hija; ahora pierde a su hijo menor, ¡Aquel que supo realizar todos sus sueños maternales!

    Para no hacerla sufrir más, Gaspar, con el rostro surcado por las lágrimas, rompe todo retraso, se precipita por las escaleras y corre hacia Plaza San Marcos. Antonio va rápidamente detrás de él. Pero no acaba de llegar cuando Annunziata, acompañada de Paola, la nuera, y Luigia, su sobrina, lo alcanza. Toma entre sus manos  la mano derecha del hijo y se la aprieta fuerte, tanto como puede una madre que tiene la premonición de no volver a verlo en la tierra. Paola nos ha transmitido también las últimas palabras de Annunziata: "Hijo, deja que te bese por última vez la mano sacerdotal, porque ya presiento que ya no volveré a verte nunca más en esta tierra". por el inmenso dolor, había medido la brevedad de su vida.

Subiendo a los prisioneros, el cochero azota los caballos; el que está en tierra firme busca seguir el carro por un rato, pero al aumento de la velocidad desiste. Annunziata, entumecida por el dolor, con una calma sobrehumana, dice: “Prefiero morir sin él, que  verlo infame en Roma”.

 

¡Madre digna de tal hijo!

Pero sería más justo decir: “¡Hijo digno de tal madre!”.

Porque fue ella quien lo educó en los valores verdaderos.

Lo ha engendrado en el espíritu, así como en el cuerpo.

 

Desde ese día una sutil languidez la envuelve, consumiéndola de a poco, y sus movimientos, una tiempo tan activa, cada vez serán más lentos. Hay días en los que se sienten terriblemente cansada y vaga dispersa como en un vacío de habitaciones, calles, vida, pensamientos.

Los prisioneros se recogen en oración. Gaspar, con los ojos inflamados por las lágrimas, se esfuerza de poner la cara sonriente. Es el más joven, pero trata de animar a sus compañeros, mientras que el carruaje, ahora con rapidez, horas lentamente, recurre el camino del calvario que les llevará a la terrible experiencia del exilio y las cárceles.

 

¡Y ahí es donde el Señor forjará al futuro apóstol de su Sangre Divina!

 

11. El ratón.

 

        ¡El viaje de los cuatro presos fue un verdadero desastre! Imaginémonos las calles de aquellos tiempos y el carruaje sacudido por todas partes que, primero entre Roma y Florencia, después de Florencia a Bolonia, y, finalmente de Bolonia a Piacenza, tuvo que cruzar decenas y decenas de pueblos, con muchas curvas, colinas y valles.

Gaspar, como todos los romanos de la época, estaba muy apegado a su ciudad, de la que no estaba acostumbrado a salir, excepto para el catecismo en algunos poblados de los alrededores y los muy raros paseos en las inmediaciones de Castelli Romani.

En Piacenza, por cuanto rica en palacios y hermosísimas iglesias, que atestiguan la fe de la gente y en la magnificencia de los Duques, el joven sacerdote de repente se sintió abrumado por la nostalgia de su patrio suelo.

Llegaron en plena noche el 15 de julio de 1810. La ciudad estaba dormida y el aire oscuro, sofocante y húmedo, por las aguas del río Po y del Trebbia, penetraba en los huesos. Los prisioneros estaban reducidos "como trapos" y "Gaspar sentía muy mal y apenas se mantenía de pie". Mientras muchos sacerdotes y prelados que, con valentía habían negado el juramento, fueron mantenidos en las prisiones correccionales de Santo Sepulcro, ellos fueron dejados y abandonados en una plaza con la obligación de nunca salir de la ciudad y obligados a buscar alojamiento por su propia cuenta.
          En la esquina de la plaza vieron una linterna y el letrero con inscrito “Posada”; tocaron la puerta y pidieron alojamiento. Fueron llevados a dos apestosas habitaciones, con colchones de paja extendidos en el suelo desnudo, sin siquiera una vela. Junto con Gaspar, para el deleite de ambos, dormía el Albertini que, veinte años mayor que él, actuaba como un padre.

Gaspar no podía dormir. Tantos recuerdos, felices y dolorosas, desde la infancia hasta el momento de su alejamiento aparecían en su mente. Y luego la mamá… Ya, la madre querida, cariñosa, afectuosa. ¿Qué estaría haciendo a esa hora? Ciertamente lo pensaba y ni siquiera ella, entre lágrimas, lograría dormir.

A detener estos pensamientos vinieron a él extraños ruidos guturales y de repente la agitación del Albertini. Gaspar saltó de la camilla y, a tientas, llegó a su lado: - ¿Don Francesco, que tienes? ¿Te encuentras mal? Hable…

Preocupado gritó fuerte y pidió ayuda. El "camarero", viejo decaído y flemático, que dormía en una habitación del mismo piso, irritado por la llamada inusual, se quejó diciendo: - Ahora voy, ahora voy.

Pero ¿Qué le estaba sucediendo al pobre Albertini? Durmiendo se le había cortado la respiración. Algo viscoso había penetrado en la boca y se la rasguñaba, no pudiendo seguir adelante, o salir… El pobrecito se sentía asfixiar, jadeaba ahora. Finalmente logró sacar al intruso: ¡Era un Ratón!

Después de media hora llegó el anciano, y sabido lo que era, dijo enojado: - ¡Y me han molestado por tan poco a esta hora! ¡Qué cosa! ¡Qué cosa!

Gaspar, sensible como lo fue también en el físico, sintió tanta repulsión que, en lo largo de su vida, tuvo terror indecible de los ratones, y también para otros animales acostumbrados a introducirse en las habitaciones, tales como lagartos y cucarachas.

Los cuatro sacerdotes eran, por el momento, sólo unos exiliados y no unos presos. Al amanecer llegaron a la parroquia de San Mateo y pidieron hospitalidad pagando. E1 párroco les dio la bienvenida con gran respeto, cuidado y veneración con razón de su convicción y buena prueba de fidelidad al Papa.

Las primera semanas pasaron tremendamente muy parecidas: aislamiento, aburrimiento, tristeza sombría, monotonía de una ciudad plana y húmeda, que hizo escribir a Gaspar: "¿Piacenza? (agradable) ¡No. Más bien debería llamarse Dispiacenza (desagradable)!".

12. La profecia

E1 Señor, cuando elige a sus apóstoles, antes de lanzarlos al acción, los hace pasar a través del crisol del dolor. La prueba para Gaspar, inició en Piacenza… para no terminar nunca, hasta el último aliento. 

Después de unos días de su llegada, Gaspar es tomado por una debilidad cada vez más grave, acompañada de falta de apetito, vómitos y continuos dolores de cabeza. Ningún medicamento le sirve, los nervios se endurecen y revientan al roce más suave, finalmente la fiebre lo agrede y lo postra, lo que complica terriblemente la neurastenia ya en marcha. De los amigos de Roma se entera de que su madre, al mismo tiempo, como él, está en declive en la salud. El dolor aún más lo deprime, ¡lo sofoca! Los médicos ya están empezando a comprender que sus facultades se están acabando.

Y, de hecho un mal día dicen que el joven sacerdote está sin remedio. Les administran los Sacramentos; ¡por lo que es el final! Don Giuseppe Marchetti y Don Francesco Gambini están al lado de su cama, petrificados del dolor: ¡Gaspar es tan joven! Extrañamente la cara de1 Albertini se ve serena; ¡propio él, que lo quiere! En efecto, parece que su mirada es brillante, alegre.

Marchetti y Gambini, para dejar solos el padre espiritual y su dirigido en esos últimos momentos, salen. No es bueno molestar la última entrevista entre ellos sobre la tierra.

Aquí el Albertini se sienta tranquilamente en la cabecera de la cama del enfermo y cuenta: "Escucha, hijo mío. En el Monasterio de Le Paolotte, en Roma, conocí a Sor María Inés del Verbo Encarnado, nacida con el nombre de Barbara Schiavi, y me volví su confesor. Incluso tú la conoces bien, porque era famosa en toda Roma".

Por supuesto que la conocía y que se había hablado mucho de ella durante los pocos meses antes de su partida hacia el exilio, cuando ella estaba muerta. Era venerada por el obispo Vincenzo Strambi y Clotilde de Saboya. "Tenía fama de ser santa - continúa el Albertini - favorecida de Dios por el don de milagros, profecías y consejos. Yo la conocía bien, porque yo la dirigí en el espíritu unos pocos años y hablaba con ella todos los días. Hemos hablado de ti también. Ella me aseguró que habrías de lider a los Misioneros de la Preciosísima Sangre".

El Albertini concluye: "Hijo, yo no siento dudar de las palabras Sor María Inés, porque oré tanto para este propósito y me parece que el Señor me lo haya mostrado como un proyecto suyo. Tú sin duda sanarás. Tú has aceptado en tu corazón el sacrificio supremo, la muerte, resignado a la voluntad de Dios. Pero los designios de la Providencia son diferente, no puedes morir".

Gaspar obedece dócilmente y, contra todo pronóstico, la fiebre baja, el estómago comienza a tomar los alimentos, poco a poco regresan a las fuerzas y la cara retoma el color habitual.

Gaspar siente en el corazón, como un susurro, la voz de Jesús: "¡Esta enfermedad no es para la muerte, sino para que se manifieste la gloria de Dios. Levántate y camina!"

14. Como los primeros cristianos.

 

Gaspar se encontraba desde unos meses en la prisión de Bolonia, cuando se enteró de la fatal noticia de la muerte de su querida madre. Madre e hijo, en rarascorrespondencias, que se intercambiaron, siempre se habían amorosamente ocultado unos a otros el triste estado de salud y las penas del corazón. Sin embargo, por esos caminos misteriosos, que los que se aman saben encontrar, Annunziata se enteró de la grave enfermedad del hijo y Gaspar de las precarias condiciones de la madre. Noticias graves por ambos lados, aunque suavizadas y redimensionadas por la comunión con la pasión de Cristo. Annunziata, desde la partida de su hijo, nunca más se había recuperado e "iba bebiendo la muerte a sorbos". Durante la agonía, casi con una sonrisa, murmuró: "Que se haga la voluntad de Dios;volveré a ver a mi hijo en el Cielo". Y se durmió en el Señor el 20 de octubre de 1811.

El Albertini se dio la delicada y dolorosa tarea de comunicar a Gaspar la noticia. ¡Él se quedó petrificado! Al principio trató casi de no creerlo y logró contener las lágrimas, y luego se impuso la ley del corazón y se echó a llorar ininterrumpidamente. Estas son las palabras con las que confió la propia condición interior a Sor María Tamini, amiga de infancia: "Entre otras tribulaciones, con la que se complació el Señor visitarme, se ha agregado, entre todas la más pesada, es decir la pérdida, de mi santa e incomparable madre. La conformidad a la voluntad divina no excluye en mi humanidad, el gran peso que por tal falta. No me detendré sobre este asunto por ahora, ya que muy viva está la herida… ¡Estoy aturdido! ¡El dolor por mi madre es inexpresable!".

Con el corazón roto y las extremidades entumecidas por el frío, Gaspar, con ocho sacerdotes, es trasladado de la prisión a Bolonia para Imola. La amorosa concurrencia de los bolonienses e imoleses en proporcionar ayuda y comodidad irritó al gobierno, que ordenó el traslado de ellos al Fuerte, donde el endurecimiento de la pena era de un tipo diferente. Más humanos la alimentación y alojamiento, pero rigurosa prohibición de cualquier tipo de contacto, incluyendo la correspondencia externa, y estricta prohibición de la celebración de la Misa.

Fue la culminación de la persecución, la catacumba. Lo máximo de los padecimientos para un sacerdote celante y ferviente.

La fama de los presos, y de Gaspar en particular, les había precedido. Los imoleses sabían todo sobre el orgullo del joven sacerdote romano, de su santidad y doctrina y su abnegación en favor de los compañeros de desaventura. Es por eso que, el día del traslado, el pueblo estaba allí para acompañar el carruaje que los llevaba a la Fortaleza aplaudiéndoles.

Los imoleses entonces, habiendo oído hablar de la prohibición de celebrar Misa, al principio trataron de enviar alguna forma misteriosala Eucaristía, al igual que en la época de los primeros cristianos -¿Recuerden San Tarsicio? - con la complicidad del guardia, conseguía lo que necesitaba para celebrar Misa. Así que la noche la fortalezabrillaba de luz en los ojos de los ciudadanos, como un farol. ¡Allí, ocho sacerdotes, levantaban al cielo para sí y para ellos la Hostia consagrada y el Cáliz de la Sangre Cristo!

Mientras tanto, Napoleón había logrado arrebatar a Pío VII,prisionero en Fontainebleau, un concordato, obviamente todo a su favor, y de inmediato lo utilizó para convencer a los sacerdotes presos que el juramento era deseado por el Papa. Dos compañeros de Gaspar, a pesar de que tratara de evitárselo, cayeron en la trampa, mientras quelos otros, más nunca siguen firmes en la negación, por eso que fueronsometidos a un tratamiento aún más duro e injusto. Confiados a lasupervisión de un terrible guardia apodado “El Lobo”, tuvieron que constatar que el apodo del carcelero era bien merecido.

¡Un agresor de verdad! Dispuso a los quince prisioneros en tres celdas estrechas. Los reclusos cedieron una de las habitaciones a un compañero listo para morir de tisis y se apretaron aún más en las dos restantes. “El Lobo” redujo a la mitad la ya repugnante comida, se apoderó de los libros y la correspondencia, les robaron sus escasosobjetos. Por último prohibió la celebración de la Misa y recepción de la comunión.
          Una mañana, sin embargo, llegó una buena noticia: el comisario francés había
dejado Lugo; las cosas para Napoleón estaban tomando una mala pasada.
La liberación era inminente. Sin embargo, algunos déspotas se vuelven más crueles cuando tienen el agua hasta el cuello. E1 grupo de “héroes” fue llevado a Bolonia
con la intención de hacerlos ir a Córcega. La noticia de que Napoleón fue capturado lo alcanzó a Livorno, mientras espera para el embarque para Bastia. Ya podría tomar, en lugar del mar, el camino de regreso a Roma.

15. El envío.

 

Gaspar, de regreso de la cautividad, al acercarse a Roma, divisó desde lejos la gran Cúpula de San Pedro y sintió su cara arañada por las lágrimas. Ahora que Dios,en su infinita misericordia, lo conducía de vuelta a ciudad, sabía que comenzaría una nueva vida, la de un apóstol de Cristo y que para él habría tenido que sufrir sin cesar hasta la muerte. El exilio fue sólo el prólogo. A su regreso lo esperaba la vacuidad de la casa. ¡Es tan triste volver donde se había vivido junto a un ser querido y no encontrarlo más! Inmediatamente se fue a orar y desahogar sus lágrimas sobre la tumba de la querida madre.

E1 padre se había vuelto a casar. Gaspar, si bien no criticando su elección
y teniendo un gran respeto por la madrastra, no sintió poder vivir juntos con ellos. Tomó su residencia donde un sacerdote amigo y reanudó su apostolado en Roma, extendiéndolo también fuera de la ciudad para establecerse allí en algún momento futuro. Quién ya lo conocía, dijo: "He aquí una vez más es el motorperpetuo."

Reflorecieron las Obras muertas durante su ausencia: Santa María in Vincis, Santa Galla, San Nicola in Carcere y muchas otras. En San Nicola, donderegresó Albertini, predicó una gran Misión. La Providencia envió hacía él Monseñor Belisario Cristaldi, Tesorero de la Santa Romana Iglesia, un hombre de amplias miradas y gran corazón. Él será su más grande benefactor y protector, el verdadero amigo de los días difíciles toda su vida.

El caos reinaba en el Estado Pontificio y la misma Roma se había descristianizado. Era necesario reconstruir las conciencias. Gaspar se asoció con mucho gusto a Los Operarios Evangélicos, un grupo de sacerdotes fundado por su amigo Bonanni: ¡Las Misiones Populares eran su sueño! Pronto surgió el primer plande acción y fue capaz de convencer a los co-hermanos a ponerse bajo el amparo de San Francisco Javier y a propagar la devoción a la Preciosísima Sangre, que lehabía sido inculcada por su director Albertini.

La reputación de mártir, la predicación sencilla y clara, que expresaba fuego y sincera pasión, la dulzura paternal y la infalible fe, tuvieron eco hasta “arriba”; así que afloraron ofertas a cargos de gran prestigio, Obispados y Nunciaturas. ¡Siempre se negó! No había regresado a Roma pararodearse del aura del hombre de éxito! ¡No había sufrido de las cárceles para honras tan efímeras! Anhelaba iglesias y plazas llenas de multitudes para convertir a los pecadores, para apoyar a los honestos,pedir justicia para los desposeídos, los despreciados y perseguidos, y para erradicar los herejes y sectarios. ¡Quería, en definitiva, ganar las almas de los hermanos tan equivocados!

Pero el contacto con personajes tan “altos”, sin escrúpulos, codicioso solamente de privilegios y lujosas prebendas, lo remeció ytemió ser arrastrado hacia la perdición. Así que decidió, junto a su amigo Carlo Odescalchi, a entrar entre los Jesuitas. Pidió consejo alAlbertini y este, quién tenía sobre él proyectos diferente, no dijo que no, convencido de que el proyecto no habría ido a buen término. En cambio, los dos amigos fueron aceptados. Entonces Don Francescobuscó remedios, por medio de Monseñor Cristaldi.

Sucedió que Pío VII, a propuesta del monseñor su estrecho colaborador, llamó para a entrevista a los dos sacerdotes, y sin muchas palabras, ordenó a Odescalchi que tomara la carrera diplomática y aGaspar dedicarse por completo a las Misiones. E1 velo cayó de los ojos de Gaspar, que, en la voz del Papa, escuchó la voz de Cristo, e inmediatamente comenzó la obra.

La Congregación, como todas las obras de Dios, nació entre miles de dificultades. Para una fundación se necesita un "nido" y hombres adecuados, dispuestos a toda renuncia. ¡Carecían de la una y la otra! Finalmente el Cristaldi obtuvo del Papa un antiguo monasterio en la diócesis de Spoleto, después de varias dificultades.

Sin embargo, muchos Operarios Evangélicos, mientras se trataba de permanecer en Roma, eran Misiones entusiastas, pero cuando se enteraron de tener que ir lejos, no tuvieron el coraje. Gaspar no era precisamente el hombre que se rinde frente estas dificultades. Les hizo comprender que esa era la voluntad de Dios y logró convencerlos. El Cristaldi hizo saber que hasta el Santo Padre quería que la nueva Congregación fuera dedicada a la Preciosísima Sangre, y que desearíarecibirlos en audiencia.    

Con el mandato y la bendición del Papa Pío VII, el primer grupo comenzó desde Roma. La “cuna” del nuevo Instituto sería el antiguo monasterio de San Felice en Umbría, la tierra de San Francisco de Asís…  La profecía se estaba realizando.

16. La cuna

 

Gaspar llegó en el lugar de fundación varios días antes de que arribaran sus compañeros, para preparar todo. Había una razón. Él ya conocía el estado del antiguo convento y tenía miedo de que sus amigos, ya tan reacios a salir de Roma, se habrían quedado horrorizados. De hecho había estado en Giano para la predicación del triduo de la Fiesta de Todos los Santos en el año anterior y fue a echar un vistazo al sitio. Para él, el antiguo convento era un regalo del cielo, ¿Y para los demás?

San Felice está situado en un lugar encantador, hermoso como todo el resto de Umbría por sus suaves colinas, su color verde, sus campos, sus monumentos; surge entre poderosos árboles, sobre un plan suficientemente ancho. La construcción es muy amplia por los multíplices locales: patio interno con pozo monumental, pórtico y logia; muchas celdas, refectorio, interior con muchos frescos de inspiración clásica o barroca: Es también barroco y lleno de frescosel interior de la iglesia. Pero... ¡por aquí y por allá todo se desmorona y amenaza con caerse! Techos acribillados, de los cuales, en algún lugar, se podía ver el cielo; un sinnúmero de puertas, sin bisagras, amplios salones abiertos de los cuales estaba derrumbado el suelo, por lo que se pueden ver en el umbral  los cuartos inferiores. Montones de escombros y ladrillos bloquean los pasillos… Los vitrales sucios y rotos, y telas de araña en abundancia. En el más mínimo ruido revolotean los murciélagos. En todas partes, frases en latín y cuadros ruidosos que contrastan con el silencio casi sepulcral del templo, donde desde hace años noentra nadie. La bancas hinchadas por la humedad y el desorden, obstruyen el piso; huyen murciélagos también de los confesionarios y golondrinas pasan de un ventanal al otro.

En la mente de Gaspar se asoma, con la legendaria historia de San Felice Mártir, encerrado en un sarcófago en la cripta, la multitud de Benedictinos, Agustinos, Pasionistas que lo había poblado, muchos de los que yacían  en la cripta o bajo el suelo de la iglesia. ¡Gaspar se encontró disperso en medio de lapoderosa ruina! Cualquier persona habría huido, como si el monasterio estuviese de pronto derrumbándose, pero él, en ese edificio desolado, saludó en elsecreto del corazón, a la primera Casa, la Cuna, el tan esperada “Nido” del Instituto de los Misioneros, quedesde allí habrían salido por todas partes, para llevar al mundo entero la insignia Sangre de Cristo!

Por ahora, la abogado Paolucci, que se improvisa en el arte de albañilería, carpintería y herrería para las reparaciones más urgentes a fin de dejar el ambiente arreglado lo más posible para los compañeros, para las necesidades básicas de los primeros días. E1 Papa le había dado una cierta cantidad de dinero; la generosidad de los campesinosse expresaba en todos los modos y las familias más ricas daban regalos y préstamos, garantizados por la devolución de la… ¡Providencia!

La voz de la llegada de los Misioneros llegó por todas partes! Gaspar no se contenía por la alegría y lo escribía a Monseñor Cristaldi y a los compañeros para entusiasmarlos. ¡Finalmente llegó la hora de Dios! Don Gaetano Bonanni, don Adriano Giampedi, Don Vincenzo Tani - los tres primeros congregantes con Gaspar en nombre de la Sangre de Cristo – fueron recibidos por grandes multitudes, que aclamaba y bendecía, confundiendo su voz con el sonido de campanasen fiesta. En la iglesia, limpia y decorada para la fiesta, se cantó el Te Deum. "En la mañana siguiente – escribe Gaspare a Cristaldi –comenzó la exacta observancia de las reglas". ¡Gaspar se multiplicaba! Después de un Solemne Triduo, el 15 de agosto de 1815 la nueva Congregación tuvo oficialmente su nacimiento.

"La multitud es inmensa - escribió Gaspar - y corre por todos lados". A las Funciones Sagradas asistieron el Clero y las Comunidades Religiosas de los pueblos vecinos. Los sacerdotes romanos, de primeratan incierta, ese día olvidaron tomar comida por la emoción. La alegríafue plena y gozosa. ¡Gaspar brillaba! Nunca fue y nunca será tan feliz como ese día.

Por la noche, cuando los compañeros cansados ​​caen en un sueño profundo, él en un parpadeo de una vela, escribe una maravillosa cartaal Cristaldi. La carta empieza así: "Convendría escribir la presente más con lagrimas de ternura, que con tinta" - y termina -  "He encomendadola Opera a la Virgen María, ella pensará a protegerla desde el Cielo y a bendecirla con amor".

17. No tenían más vino.

    Hemos puesto en relieve en que don Gaspar, desde el primer día de Fundación, estableció la "estricta observancia de las normas" que él mismo había dado a su nueva Congregación. Y este es la primer secreto del desarrollo maravilloso del Instituto: la perfecta observancia. Decía a sus compañeros en desánimo por los cambios en los niveles de vida, acostumbrados en Roma, donde no hacían falta comodidades, parientes y amigos: ¡"Los cartujos hacer votos, y nosotros los observamos!". De hecho, él quiso una Congregación que parecía extraña en aquellos tiempos, es decir, sin votos y sin obligaciones especiales, a excepción deaquellos que cada buen sacerdote debe tomar. ¡Esta tenía que cimentarse sobre Caridad! No es por nada que San Pablo había escrito que “la caridad es el vínculo de la perfección”.

La quiso pobre: "Si la Congregación algún día llegara a ser rica, ya no sería mi congregación". Aceptar todo, pero servirse sólo de lo necesario, el resto sería para los pobres.

¡Realmente no se podía hablar de la riqueza en aquellos días! Comían y bebían lo que donaban benefactores. Dormían en un antiguo convento, más encima en ruinas, donde murciélagos y ratones se pasaban de dueños.

Nunca un misionero o un hermano lego se quejaron. Tenía corazón y alma unidos y vivían en el perfecto regocijo. La bendición del Señor estaba con ellos. Y aquí está lo que sucedió un día en San Felice. Un episodio que trae a la mente la belleza de las Florecillas de San Francisco de Asís y la simplicidad del FraileGinepro. También lo eran los primeros compañeros del Santo Gaspar.

Uno de ellos era Hno. Alessandro Pontoni de Camerino, quién, habiendo interrumpido sus estudios en el seminario durante la invasión napoleónica, pidió al Fundador ser aceptado como un hermano lego en San Felice, ya que se "sentía llamado a la vida religiosa". De él así está escrito en la crónica de esa primera Casa: "Ha sido ejemplar en la observancia de las Reglas y para la premura y la destreza en las tareas de a él asignadas". Era de gran porte y dotado de fuerza física considerable, en contraste con su dulzura y la sencillez interior. Para los animales, tenía un amor todo franciscano, a tal punto que, en los caminos cuesta arriba, cargaba sobre las espaldas parte de la carga de los burritos, que ya cansados arrancaban sin aliento. Tenía tanta compasión que reprendía severamente a los amosque los pegaban sin piedad. Por lo tanto – ¡es histórico! - Los burritos, más agradecidos que los hombres, con carga o sin carga, cuando lo veían, salían a  su encuentro trotando y rebuznando.

Ahora pasó que los Padres que se encontraban en San Felice, a causa de la crónica pobreza, desde hace unos días no bebían siquiera un vaso de vino,aunque si Regla le asignaba uno para el almuerzo y otro para la cena. Un día, mientras estaban en la mesa, un burro cargado con dos barriles del “bueno”, entró derechito al refectorio, que estaba en la planta baja, arrastrando consigo el amo, quien se había aferrado a la rienda para detenerlo. ¡Hubo una risa general!Aquellos buenos Padres invitaron al caballero a sentarse a la mesa con ellos: "No hay mucho, pero nos dé el gusto de compartir con nosotros lo que hoy pasa laProvidencia". El buen hombre aceptó con gusto, pero, observando que en las mesas que había sólo agua embotellada, "¿Cómo lo hacemos para comer - dijo - sin siquiera un vaso de vino? ¿Es posible que el su santo Superior no les permite que usted tomen, incluso en la mesa? ". "No, amigo, no es culpa de su Superior, de hecho lo puso incluso en el reglamento que tocaría un vaso para almuerzo y uno para cena; pero… cuando hay dinero para comprarlo. Ahora hace tiempo que no vemos ni un centavo de baiocchi y el vino no se puede comprar". El buen hombre se conmovió y se volvió hacia el hermano Alessandro: "¡Ven, - le dijo - dame una mano!" Descargaron los barriles y riendo agregó: "El asno y su amo ruegan a los santos Padres de aceptar este regalo. Ahora tomemos un vaso brindando anuestra salud”. ¡Pero aquí está tu mano, querido Hno. Alessandro, encantador de burros!" .

Gaspar que estaba presente, añadió, feliz y de buen humor: "Tiene usted razón, sin duda esté la mano del Hno. Alessandro, pero no hay duda de que estéla mano del Señor. ¿Quién dice que el burrito, una criatura de Dios, no haya, mientras pasaba, escuchado la exhortación evangélica: Den de beber a los sedientos?".

18. Verá el dinero multiplicarse.

 

    La nueva Congregación, bendecida por la Divina Sangre de Jesús, iba progresando. Gaspar, de vez en cuando, se vio obligado a ir a Roma para las prácticas formales, proporcionar fondos, buscar nuevos reclutas. Las solicitudes a los Misioneros en Umbría se multiplicaban. ¡La fama de los santos sacerdotes ahora se estaba extendiendo por todas partes!

No faltaron tribulaciones. Gaspar, cuando estaba ausente, escribía cartas para alentar, inspirar, aconsejar. Y en estas, insistía Siempre: "Unidos en el vínculo de la caridad de la Sangre de Cristo, celantes para su gloria y la salvación de las almas; pobres con Cristo en la Cruz”. “Somos pobres, pero hay quién siempre es más pobre que nosotros; los pobres son los amos de nuestras pertenencias, ay de nosotros si los despedimos sin haberles dado al menos un poco de ayuda"."¡hemos sido enviados como Cristo a evangelizar a los pobres, es decir las poblaciones humildes,  y los ricos, tan pobres del espíritu!".

Sería un error pensar que Gaspar hiciera pasar de hambre y molestias a sus “hijos”. Velaba personalmente, que la pobreza no fuese una excusa para la suciedad y la miseria. Alimentos sencillos, pero abundante; hogar y cuartos muy bien equipados de lo necesario para una vida tranquila y saludable.

El daba en todo el más alumbrante ejemplo. Aquí está lo que leemos en crónica de la Casa: "¡Cuántas veces el pobre canónigo del Búfalo se sacaba los zapatos, ropa, abrigo, y mucho más para dar a los pobres! ¡Entonces trataba de entrar a escondite de nuevo para evitar ser visto casi desnudo!" En otro registro se lee: "En tiempos de lluvia no pueden salir más de dos misioneros, porque en la casa hay un solo paraguas". Gaspar mismo, de su puño y letra señala: “En lafundación de este Instituto, hubo que sufrir mucho no sólo debido a la falta de personal, sino de lo necesario para sustentarse. Los Misioneros van en pares, como los apóstoles, para predicar la palabra de Dios. Gracias a la Providencia de Dios y a la buena gente, nunca nos hizo falta nuestro pan de cada día”.

¡No pocas veces Gaspar también se encontró a tener que hacer frente a los plazos con los proveedores! No existían facturaciones y ellos siempre estaban confiados de su palabra dada.

Pero, a veces, incluso los proveedores no pasaban por buenos momentos y, en algunos casos, intervino claramente la Providencia.

Ocurrió que, en ausencia del Fundador, Don Biagio Valentini,tesorero de la casa de San Felice, se había quedado con las cuentas en rojo. No teniendo más valor para pedir prórrogas y nuevos créditos al proveedor, escribió al Santo Gaspar que, con pocos centavos de baiocchi restantes en el cajón, y sin ninguna posibilidad de conseguir más, no sabía dónde más golpearse la cabeza. La respuesta de Gasparfue inmediata y precisa: "Tenga fe y el dinero se multiplicará en sus manos".

Don Blas, que también era un santo, conocía bien a Gaspar (luego será su primer sucesor). Su vocación y el ingreso a la Congregación fueron acompañados por una serie de circunstancias con sabor a milagrosas. Pensó: "El Canónigo  es un Santo y... si él lo dice,así será. El caso quiso - ¿o el Señor? - Que la carta de Gaspar fuereentregada en presencia del proveedor de Giano quién fue para pedir dinero. Le hizo leer el papelito y este, sacudiendo la cabeza, observó:“Sin lugar a dudas el Canónigo es un santo y hace milagros, pero si el dinero en el cajón, usted padre Biagio, no los puso, no pudieron haber brotado por si solos”.

Don Biagio se persignó, y abrió el cajón: - “Uno, dos, tres, cuatro…”

Cuando llegó a la cantidad exacta a abonar, ¡el recipiente quedólimpio, limpio! E1 rostro de don Biagio, mientras contaba, se habíaquedado sereno, sin mostrar absoluto asombro, como si fuera todo muy natural. E1 acreedor en cambio se quedó con asombro y alegría:¡Iba a recibirlo todo, hasta el último centavo!

Saliendo del monasterio, daba vueltas mostrando el montoncito de dinero, y diciendo: ¡Haga crédito al canónigo del Búfalo todas las veces que quiera, tanto, si no paga él, paga siempre el Señor!

19. Una corona de cálices.

    Cada santo tiene su propio secreto y alma que lo inspira: es un carisma, que lo distingue en la vida y, al mismo tiempo lo hace parecer a Cristo. Gaspar puede ser en muchas cosas comparado con el “apóstol amado” del evangelio de Juan, sea por la manifiesta pureas, tanto para el abandono filial sobre el pecho sangrante deSeñor; también se puede comparar a Pablo de Tarso por la predicación cálida y sincera del Cristo Crucificado. Nuestro Santo, sin embargo, será para toda la vidaparticularmente prendido, cautivado, enamorado de la Sangre Redentora, que cada mañana, consagra en el Cáliz de la Misa. El atractivo comienza, bajo la orientación de Albertini, durante el horror del exilio. Los transportes de amor hacia aquella Sangre lo confirman en la inquebrantable elección de vida: ¡derramarsu propia sangre si necesario, por “la Sangre”!

 

En Florencia, primera parada después de la liberación, amanecer del apostolado para difundir la devoción a la Sangre de Cristo. Gaspar está convencido de que, por dar a conocer el gran signo del amor de Cristo por la humanidad, deberá ir mucho más allá del deber sacerdotal diario. Él comienza a sentir dentro de sí el mismo entusiasmo con el cual Cristo ha derramado su Sangre. Quién se atrevió acusar de sentimentalismo a Gaspar, no entendió nada del tremendo porteespiritual que había alcanzado. Porque él es el santo que más que otros se aproxima a Pedro y Pablo en el concepto de Redención universal, obrada por Cristo derramando Sangre. Y de esta verdad, hace su constante regla de vida.

 

Vida virginal, alejada del mundo, de las personas y cosas más queridas por una práctica heroica de toda virtud cristiana. Vida de oración y meditación que cada vez más lo empuja hacia la raíz de la Sangre púrpura y lo asemeje mayormente al Mártir del Gólgota. Vida apostólica, de modo que aquella Sangre, desde el corazón traspasado de Cristo, alcance a todas las almas y a él las devuelva. A la luz de aquella Sangre comprende todo el mal de la vida y la tristeza del pecado. Cristo quiere lavar toda impuridad del mal con su Sangre y ha puesto en las manos de los sacerdotes, para cumplir con su cooperación, este misterio de amor.Gaspar hace suyos los sufrimiento y miserias de los demás y se siente sangrar para el prójimo que está lejos de Cristo. ¡Adora aquella Sangre, desborda de amor por esa Sangre, distribuye aquella Sangre, llama a su alrededor a un grupo de apóstoles de la Sangre, lucha para el triunfo de la Sangre!

 

"¡Es el arma de los tiempos, el arma más poderosa para ganar y humillar a Lucifer!”. Es de su puño y letra lo que nos encontramos en una carta al Cristaldi:"El diablo me devoraría, si no fuera una corona de Cálices de los cuales parece ver a mi espíritu rodeado". Como se desprende de sus escritos no se trataba de unmodo de decir, sino una visión auténtica y casi constante. El Pallotti; santo, amigo y confesor de Gaspar, afirma: "El diablo perseguía al Siervo de Dios, porque propagaba la devoción a la Preciosísima Sangre". Y así tantos otros testigos de episodios del santo lo confirmarían. "Los contrastes del demonio - escribe Gaspar -confirman que la Obra es de Dios. El enemigo teme por muchas almas que le arrebata la Sangre Divina y le arrancará en el futuro por la difusión que hacen los Operarios Evangélicos de este Santo Instituto".

 

Gaspar sabe que la Sangre es el emblema inigualable de la caridad no sólo en quién la había derramado, sino también en aquellos que se hicieron portadores de ella a las almas. La Sangre de Jesús no conoce la ley de la estática, mas es el motor perenne, la perpetuación de la multiplicación de los creyentes.Gaspar se convierte en el “serafín”, que con su trompeta anuncia sus glorias hasta la muerte, y más allá, a través de sus hijos.

 

Él desea que, al igual que su vida, la nuestra también sea es un continuo himno de amor a la Sangre de Jesús.

20. Habla con la Virgen.

    Inmediatamente después de la llama de la Sangre de Cristo, que por encima de todas las demás, ardía en el corazón de Gaspar, de modo que fuera un “serafín”en la tierra, su corazón latía de intenso amor por María, que aquella Sangre donó a la humanidad. “A esta madre celestial, él amó con el corazón de un serafín; la veía toda inundada de esplendor sobrehumano, radiante desde el Misterio de la Sangre, que es la fuente de toda su grandeza”. El Santo supo admirablementeentrelazar los dos Misterios de su corazón haciendo pintar un cuadro, donde la Virgen está representada con el Niño en sus brazos, quien levanta con su mano derecha el cáliz de su Sangre y lo muestra a la humanidad, mientras ella, con un gesto de la mano, invita a los pecadores a recurrir a la Sangre que para ellos Jesúsderramó con tanto amor. Esta dulce imagen, que el Santo llevaba siempre consigo en la predicación, fue por él llamada “Nuestra Señora de las Misiones”, porque, decía que, desde el momento en que la imagen era expuestas en el escenario, la Misión se encendía, debido a que la Misión la realizaba la Virgen. Solía darle muchos otros títulos afectuosos, tales como: Gran Misionera, Comandante de la Misión, Cazadora de corazones. El pueblo llamó de pronto Nuestra Señora de la Preciosa Sangre y Reina de la Preciosísima Sangre, títulos bajo los cuales es invocada y venerada en nuestros días.

 

“Hablando de Virgen - encontramos escritos en muchos testimonios - Gaspar exhortaba a todos a recurrir a ella, sacando lágrimas de ternura a los ojos de los espectadores”. Al llamar a los fieles a cantar himnos de alabanza a María, - gritaba él mismo, a plenos pulmones: "¡Viva María!". Aquel grito parecía un trueno, al que todo el pueblo respondía con un estruendo hacía temblar las bóvedas de las: "¡Viva María!". "Cuando exaltaba las glorias la Virgen, lo hacía con tanto entusiasmo y pasión que parecía un serafín de amor en ella capturado, y se llevaba el corazón de todos". Así que anunciaba desde el escenario la “predicaciónfavorita”, lo que le hacía enrojecer la cara como un amante. Exhortaba diciendo: "¿Saben de quién les hablaré ahora? ¡De Nuestra Mamá!".

 

 

Nuestra Señora de la Preciosa Sangre

(Retrato original de la “Virgen del Cáliz”. Museo de Albano Laziale, Roma - Italia)

 

En las Misiones, en las Casas del Instituto y en las privadas, durante los viajes, en las oscuras prisiones, hospitales, invitaba a todos aamar a María.

Este amor tan grande y tan dulce lo había aprendido por su madre. La buena Annunziata, sosteniendo en sus brazos o de la mano, lo llevabaa orar en las hermosas iglesias de Roma dedicadas a la Virgen, y en la calle se detenían para admirar los muchos hermosos nichos, que eldevoto pueblo romano solía erigir sobre las esquinas de los palacios y en las intersecciones de las calles.

Solía ​​recomendar vivamente el rezo del Rosario, la devoción a la Virgen Dolorosa y la celebración de las grandes solemnidades de la Inmaculada y Asunción. En su Regla prescribe que los Misioneros deben rezar los cinco salmos, cuyas iniciales componen el nombre de María, ytengan un sermón con tema “el ejemplo de María”. Fue uno de los principales promotores de la práctica del “Mes de María” y, como ya hemos dicho, por una providencial coincidencia, la primera Casa de la Congregación se inauguró el 15 de agosto, Fiesta de la Asunción. Él quisoque en el escudo de la Congregación estuviesen cruzados los nombres de Jesús y María.

Sabemos que Gaspar tenía, como hermano lego a BartolomeoPanzini, que con sus excentricidades lo hicieron sufrir tanto. Por otro lado fue muy fiel, lo seguía siempre y habría dado la vida por él.Bartolomeo sabía, por lo tanto, más que otros toda la vida del Santo;¡mucho más porque a veces lo espiaba a propósito! Bueno, Bartolomeocontaba que, ¡el canónigo del Búfalo hablaba con la Virgen!

- Sí, cierto - le decían - ¡Reza en voz alta!

- No, no, - precisaba - hablan juntos, es un diálogo, no un rezo. Es cierto, yo escucho solo las palabras del canónigo, pero está claro que se trata de una conversación. Cuánto él ame a la Virgen yo lo sé, ya que después de este dialogo, ¡encuentro quemaduras en camisas y vestidos a la altura del corazón!

21. Habia una viejita

Hasta hace unos años, los ancianos de las colinas y los valles que rodean San Felice, les narraban a sus hijos y nietos sobre las bellas misas  que se  hacían  en la iglesia del Convento, cuando la campana llama a sus abuelos y estos se recaban en masa a la ermita de los santos sacerdotes. 

 

¡Cuántas historias, cuántos hechos reales, atribuidos a don Gaspar! Gente perdida que regresaba a Dios, después de oírle predicar una sola vez,  enfermos recuperados por su simple bendición,  previsiones buenas para los fieles a Dios y malas para los que se negaron a arrepentirse de sus fechorías. Los buenos que, a su paso, corrían  a besar su mano y los perversos pasaban de largo temiendo que leería sus conciencias. 

 

¿Y cuándo oraba y celebraba la Santa Misa? ¡Un ángel, un verdadero ángel! 

 

Y narraban que en ese entonces en Arrone, un pueblo no muy lejos de San Felice, había una  viejita que… no estaba decidida en morirse. Estaba siempre allí,  con el alma apretada  entre los dientes, sin que la muerte  lograra arrebatársela. Tal vez el Señor se había olvidado que en la tierra ella estaba también. La llamaban “la loca”, es decir, que ya  no  estaba  bien del cerebro, porque, delirante, siempre repetía, hasta al párroco,  que  trataba de convencerla a recibir la Extrema Unción: "¿Cuándo vendrán los Misioneros de  San Felice a confesarme?..." y al escucharla caían perplejos, porque San Felice era  entonces un convento abandonado y en peligro de  derrumbes. Pero la anciana se  mostraba inflexible: "¡Ellos vendrán, vendrán!". 

 

Pasaron meses y años hasta que, una tarde, las campanas de Arrone comenzaron repentinamente a sonar un repique completo. Las calles se llenaban de gentes en grupos  y expeditos, llegaban en  la ciudad los habitantes desde el campo, cantando canciones  sagradas. Las Cofradías en uniforme y el Clero con roquete y estola llegaban en  procesión, también ellos cantando, en la entrada del pueblo.

 

Y  en todo esto, subiendo desde la llanura un carruaje con unos sacerdotes con  sotana, ceñidos con faja y el crucifijo en el pecho, apoyados a un bastón, al igual que antiguos peregrinos. La gente los miraba con respeto y curiosidad.

 

Nunca los habían visto vestidos así. "¡Ellos son los santos Padres, los Misioneros de San Felice!

 

- ¿Quién es don Gaspar? – se preguntan los presentes. 

- ¿El más anciano?

– Sí

- No.

 

Allí están, se arrodillan,  besan el suelo… Abrazan a los sacerdotes de Arrone; el pastor les entrega un gran crucifijo… lo toma el más joven posiblemente sea él Gaspar, ¿El que hace milagros? 

 

La procesión se dirige hacia la iglesia principal, cantando una canción penitencial: ¡Perdón, Dios mío! En ese momento nadie más piensa en la  viejita. Después de la  función de apertura, Gaspar pide ser acompañado a una humilde casita. Anda derecho, rápido, como si ya conociera el camino desde siempre,  pero nunca había estado en Arrone.

 

Toca la puerta, entra… La anciana al instante queda como iluminada por un rayo que desciende desde el cielo.

- ¡Oh! He aquí el santo misionero de San Felice!

Se confiesa, recibe los sacramentos, se duerme en la paz en Señor. En el funeral,  nadie se queda en su casa. La Misión tuvo un éxito rotundo.

22. Ángeles y demonios

Mil deseos de paraíso al Hno. Giosafat, tengan de él mucha caridad; se lo encomiendo más que a mí mismo y díganle que ore por mi y que, cuando irá al cielo, bese por mí la mano a María". Así don Gaspar escribía desde Roma al hermano Sante Angelini, quien se encontraba en San Felice.

     "El Hno. Giosafat, digno de mucha estima, fue uno de los primeros laicos, hermanos legos o auxiliares, de gran virtud, que dejó en el Instituto gran “olor” de santidad". Así se lee en las memorias de la época.

     Hace poco se había abierto Casa de San Felice, cuando, al atardecer, un hombre de unos setenta años, de apariencia recogida y digna, tocó la puerta del antiguo Convento. Fue don Gaspar a abrirle la puerta y el hombre, enterándose de quién era él, se arrodilló delante, le besó la mano y le imploró: "La fama de santidad de estos Padres ha llegado hasta en Marche; se lo ruego, padre santo, recíbanme entre ustedes, como su humilde siervo". Gaspar lo miró un momento, lo abrazó y dijo: "Usted es bienvenido entre nosotros, hermano, y Dios le bendiga”.

     "Nacido en San Elpidio en Marche, criado los niños y muerta su excelente esposa, Giosafat había dado al apostolado entre las familias. "Era un hombre de extraordinaria piedad, de singular inocencia, humildad grande, viva caridad, simple como una paloma". Finalmente una de aquellas almas que Dios ama y prefiere revelarse.

     A San Elpidio todo el mundo sabía que Giosafat, desde la terraza de su casa, le gustaba contemplar en la oración a la Santa Casa de Loreto y que, en las noches estrelladas, el Señor se complacía en mostrarle a los ángeles, que desde el cielo bajaban sobre el Santuario. Que los ángeles bajasen realmente o fuese solo el piadoso orante a verlos, en éxtasis, aquí poco importa.

     E1 santo hombre iba de casa en casa: con el rostro suave, maneras amables, la dulzura expresión y compostura fueron abriendo todas las puertas. ¡Era agradable entretenerse con aquel anciano que sabía reunir familias, leer buenos libros, contar historias de las vidas de los santos y rezar el Rosario con tanta devoción!                        ¡Sabía escoger el buen momento y la oportunidad para hablar de una manera sencilla y sincera del amor de Cristo y conducía hacia él a los pecadores!

     Y entonces lo vemos en San Felice. "A pesar de la edad avanzada - dice Merlini – se prestaba a todos los servicios, iba a pedir limosna, enseñaba el catecismo a los niños y sus compañeros hermanos legos, y pasaba largas horas y, a veces noches enteras en oración. Quien no encontraba en casa Giosafat, sabía dónde mirar: se ocultaba siempre en la cripta de la iglesia de San Felice, recogidos en oración ferviente".

     “Desafortunadamente, Dios lo permite - dice siempre Merlini - también sufrió mucho por parte de algunos co-hermanos. Dios quería con aquellas tribulaciones madurarlo aún mejor para el Cielo. Pero él siempre fue paciente y lo toleró todo con risa maravillosa, sin presentar quejas a los superiores".

     "Predijo - citando siempre el Merlini - a otro hermano asistente, seguro de sí mismo, que contrariamente habría dejado la Congregación, y a otro, tan inseguro y encontrado, que duraría hasta la muerte. Luego exhortaba a que nadie se sintiese consternado por el Instituto, cuando estaba en dificultades, porque se habría preocupado la Virgen". "Sufrió no poco para a causa del demonio, que se le aparecía en diversas formas y espectros". Incluso don Camilo Rossi cuenta que a veces Giosafat gritaba fuerte, como si ahuyentara algo horrible. Se escuchaba, al final, un gran ruido por toda la casa: era una señal de que Satanás había perdido la batalla.

     ¡Como sabía este hombre de Dios ocultar sus sufrimientos! Sufrió aún más en los últimos días. Su muerte, que él había predicho ya con anticipación, fue preciosa frente a Dios y a los hombres. Muchos afirmaron que habían recibido gracias por su intercesión. Enterrado en la cripta de San Felice, después de algunos meses, el cuerpo fue encontrado intacto.

     Este hombre, que pasó su vida en el amor de Dios y al prójimo, entre la visión de ángeles y tormento de los demonios, fue llorado por largo tiempo por aquellas buenas poblaciones que decían inconsolables: "¡Hemos perdido a  nuestro santo Hno. Giosafat!". 

23. El hedor de los pecados

Entre las figuras luminosas de sacerdotes que, encabezados por Gaspar, lo ayudaron en la fundación del nuevo Instituto y también fueron los cimientos, estuvo aquella “cándida alma” del joven don Vincenzo Tani, marqués, perteneciente a la noble familia de los Tani de Ferentino. A pesar de la fuerte oposición de su padre, renunció a su derecho primogenitura y acudió entre aquellos primeros que, conmovidos por la sabia elocuencia y virtudes de Gaspar, lo había seguido. Gaspar había recibido de Dios, entre otros dones, el de un poderoso atractivo para muchos, tanto sacerdotes como laicos, listos para abandonarlo todo, quienes pedían ser aceptados entre los suyos.

     Sabemos como en Roma, cuando Gaspar hablaba del nuevo Instituto que habría tenido el nombre de la Preciosísima Sangre, muchos sacerdotes se declaraban dispuestos para unirse. Luego, cuando se trataba de poner sus manos al arado - como dice el Evangelio - casi todo el mundo se volvía atrás, abandonando todo propósito. No fue así para don Vincenzo, quien formó parte de Cofradía de la Preciosísima Sangre erigida por Albertini en la basílica San Nicola in Carcere. De hecho, fue la gran devoción a la Sangre de Jesús, que indujo al sacerdote marqués a preferir la nueva Congregación a otros Institutos quien debido a sus virtudes, se lo peleaban.

     Así  que fue uno de los cuatro presentes en el nacimiento de la Congregación, en el Convento de San Felice el 15 de agosto de 1815. De él escribe el Merlini: "De costumbres cándidas, para conservarse tal hacía grandes penitencias hasta el punto de causar graves daños a su delicado estado de salud. Hacía voto de dedicarse a los presos y los enfermos en los hospitales y hacer largas peregrinaciones a pie, aun cuando, por razón de su ministerio, tenía que ir a países lejanos, desafiando el calor de verano y el rígido clima invernal".

     Cuentan testigos oculares dignos de confianza, que al Señor le agradaban mucho tales penitencias, ya que varias veces lo encontraban sin un paraguas bajo la furia de la tormenta, imperturbable, como si nada, capturado en la lectura del breviario. Notaron que un misterioso rayo de sol, incluso en la tormenta, precedía sus pasos. Bajo el pretexto de besarle la mano se acercaban y con asombro vieron que su ropa estaba perfectamente seca.

     Con humildad prestaba los servicios más bajos; no tenía nunca un centavo de baiocco en el bolsillo, porque lo daba todo a los pobres, incluso ropa, zapatos, mantas, sábanas y colchones.

     Otro don de Dios era el de leer las conciencias, hasta el punto de sentir el hedor del pecado.

     Se dice, y no es una fábula, que acercándose a un joven lo exhortó a que se confesara. Habiéndole respondido que no tenía nada que confesar, don Vincenzo le reveló los crímenes de los que se había manchado. E1 joven airado comenzó a golpearlo con su bastón, y él, en lugar de reaccionar se arrodilló, y a los golpes respondía con las plegarias. Pero fue el joven en cansarse primero, recapacitó, y arrodillándose junto a él, se confesó.

     Don Vincenzo abrió el listado de los muertos de la Congregación. "Fue el primero - dijo Gaspar - en comparecer ante Dios con las insignias de la Congregación. ¡Oh feliz augurio para todos nosotros, que un santo nos haya precedido!".

     Devotísimo de la Virgen escribió también un libro conmovedor: el infierno cerrado a los verdaderos devotos de María, y murió con su nombre en los labios, ¡a la edad de 50 años!

     Así  está escrito en las crónicas del Instituto: "Don Vincenzo Tani fue el primero con el título glorioso de Misionero de la Preciosísima Sangre a entrar por las puertas benditas del Cielo. Los elegidos se deleitaron acogiendo esta primera flor de una planta nueva que Dios suscitó en su viña, repitiendo junto a él el canto sublime de Apocalipsis: "¡Nos has redimidos, oh Señor, con tu Sangre!".

24. ¡El mirlo vuela alto!

 

 

Recién había volado al cielo don Vincenzo Tani y el Señor quiso remplazarlo con un alma para que lo sustituya, al igual cándida y dotada de virtudes todavía más altas: don Giovanni Merlini, nacido en Spoleto el 28 de agosto de 1795.

 

Había oído hablar tanto de Gaspar y de los santos sacerdotes de San Felice, que sintió el deseo de ir al Convento, sin tener intención alguna de permanecer allí. Pero apenas conoció a Gaspar quedó fascinado, y Gaspar de él: el Santo lo miró, lo amó y le dijo: "Quédate conmigo, serás misionero, y en el nombre de la Sangre de Cristo, salvarás a muchas almas". Don Giovanni se quedó. A la escuela de tan grande maestro, dispuestos sólo a obedecerle e imitarlo, alcanzó las más altas cimas de la perfección, suficiente para ser considerado incluso superior a él.

 

Gaspar le nombró, tan joven, su secretario; se lo llevó a la predicación y, en caso de impedimento, se hacía reemplazar por él en las Misiones más importantes y delicadas. En L'Aquila, en Abruzzo, autoridades y pueblo en espera de Gaspar quedaron decepcionados y enojados con la aparición de aquel curita colorín y delgado, ¡pero cuando lo oyeron!

 

La sabiduría y la santidad de don Giovanni resulta especialmente en el papel de guía que supo jugar, aunque muy joven, frente a María De Mattias, la futura fundadora de lasAdoratrices de la Sangre de Cristo. Vio en ella el gran carisma e hizo de ella una joya de santidad. ¡Hoy la veneramos en los altares como Santa!

 

Otro acontecimiento importante de su vida, fue el apostolado para la conversión de los bandidos de la Ciociaria. Logró cautivarlos en la confianza hasta el punto que, en la noche, hombres tan feroces se recaban a abrirle el alma, dispuestos a seguir las recomendaciones. En los Archivos de la Congregación se conserva una famosa carta que le escribieronlos bandidos, en la que se declararon dispuestos a rendirse y pedían, a través de él, intercesión de Gaspar para obtener clemencia del Papa.

 

Las llamas que ardían en don Giovanni y lo encendían en místicos ardores, eran la Sangre de Cristo y la Virgen. Su vida está llena de episodios maravillosos. Fue el segundo sucesor de Gaspar en el gobierno de la Congregación y la condujo por una gran expansión en Italia y en el extranjero; perfeccionó las Reglas y supo traducirla en actos de sabiduría yfirmeza el espíritu. Obtuvo del Papa Pío IX la extensión de la Fiesta de La PreciosísimaSangre a toda la Iglesia, y a aquel gran Papa le era tan querido, hasta el punto de quererlocomo consejero en algunas circunstancias puntuales.

 

A pesar de ser sordo, en conversaciones del espíritu con aquellos que se confiaban en él, en la dirección espiritual y en el confesionario, lograba escuchar bien. Leía con agudeza en el secreto de las conciencias, preveía el futuro y daba consejos más adecuados por el bien espiritual de los que escuchaban. ¡Siempre resultaban ser exactos! Las maravillas por él realizados no bastan con los dedos de las manos para contarlos; sanótoda enfermedad y en particular, quién sufría de ceguera.

 

En Sonnino, el pueblo salvado por Gaspar de la destrucción, nido de los más feroces bandidos, lo llamaban “el santo que no se moja”, porque había sido visto varias veces caminando a toda prisa por las calles del pueblo bajo una lluvia torrencial, sin paraguas, tal vez olvidado por correr rápidamente a la cabecera de los moribundos. Los sonninensescurioseaban detrás de las ventanas para mirarlo.

 

- ¿Quién es ese sacerdote tan loco - preguntaba quién no lo conocía – que camina por ahí sin un paraguas en con este mal tiempo?

- ¡Es don Giovanni, el santo misionero, que no se moja! - Respondían.

Y los incrédulos, que fueron a ver por sí mismos se vieron obligados a admitir ante el asombro: - ¡Es cierto!

 

Víctima de un atropello del carruaje de un anticlerical, murió en Roma el 12 deEnero de 1873. En esos últimos instantes, los que rodeaban su cama, tuvieron la certeza de que él tuvo la visión reconfortante de la Virgen. De hecho, murió con el rostro brillante y mirada hacia arriba, exclamando: - ¡Señora mía, esperanza mía!

 

De él, el elogio más grande mientras ambos estaban en vida, lo hizo el mismo don Gaspar, en alusión a su alto grado de santidad: “¡El Mirlo vuela alto, muy alto! Don Giovanni es un hombre de santidad y de milagros".

25. ¡Sube niño!

    Se quitó la faja que le ceñía la cintura, la hizo bajar en el pozo, donde flotaba el cuerpo sin vida de un niño, y dijo en voz alta: "¡Vamos, sube niño!". Lo sacó afuera y lo devolvió a la madre que lloraba con desesperación.

     Un día se escuchó un grito de la gente: "¡Está muerto, está muerto!" Un relámpago había matado a un pobre vendedor ambulante. Gaspar dijo: "Ve, don Biagio, ve a socorrerlo". Don Biagio corrió y le devolvió la vida. El hombre apenas abrió sus ojos, despertando como de una pesadilla, dijo: “Ya estaba condenado al borde del infierno, porque estaba muerto en el pecado. ¡Qué gracia grande he recibido!” 

         Cuando le preguntaban a don Biagio si estos milagros fueran realmente ciertos, él respondía: "Sí, son de verdad, ¡pero no los hice yo! Sólo hice lo que me mandó hacer  don Gaspar".

     ¿Quién era este misionero que estaba haciendo gracias tan prodigiosas, con o sin orden de don Gaspar?

     Nació  en Porto Recanati, en 1792. Sacerdote culto de óptima y santa vida, era de carácter tímido y hogareño. Gravemente enfermo, conoció a don Gaspar en Loreto, donde había ido "a morir junto a la Virgen". El misionero lo hizo arrodillar con él ante la Virgen y después de haber orado juntos, lo invitó a unirse con él, prometiéndole la sanación. Don Biagio predicó con el Santo alguna Misión, pero ya que su familia se oponía a su distanciamiento, regresó a su casa. Gaspar, después de un año, llegó a insistir, pero don Biagio titubeaba, en parte debido a que la hemoptisis continuaba. Entonces el santo le escribió: - ¡Ven! Para su estado de salud no sufrirá ningún daño, de hecho!

     Al darse cuenta, sin duda, que era la voluntad de Dios que se convirtiera en un misionero y que Gaspar era un hombre de Dios, se abandonó por completo a la nueva vocación. Pero no fue fácil convencer a los miembros de su familia.

     E1 padre de don Biagio, Crispino, era una autoridad en el puerto de Recanati. Gaspar fue varias veces a hablar con él y un día lo llevó a andar sobre el mar. El misionero tuvo la oportunidad de hablar a muchos pescadores que, con sus barcos se reunieron alrededor del donde estaba. Fue un momento muy bonito .Una imagen, una de las muchas, que lo hicieron repensar a la vida y ministerio de Jesús: un pescador de hombres entre los muchos pescadores de peces…

     Predicó con Gaspar en Gualdo Tadino, cuando recibió una carta desde su casa: “Mamá se está muriendo y quiere verlo absolutamente”. Gaspar convocó a las oraciones públicas en la iglesia y dijo a don Biagio: "No abandones esta población, Dios proveerá". Pero aquí está la noticia de la fatal muerte de la buena mujer, con un detalle impresionante: la mujer había muerto feliz porque pudo ver a su hijo, hablarle y ser por el consolada y tranquilizada. Pero, ¿Cómo? ¡Don Biagio no se había alejado ni por un momento de Gualdo Tadino, a ochenta millas de su pueblo!

     La vida de este santo misionero está llena de acontecimientos milagrosos, pero aún más de las muchas anécdotas acerca de su caridad, los dones sobrenaturales de todo su estilo de conmover a los pecadores y llevarlos hasta las lágrimas y devolverlos a Dios. Él amaba pasar el tiempo entre la gente humilde. En Rimini, por ejemplo, pasó días enteros entre los pescadores en el puerto, donde San Antonio de Padua predicó a los peces. Fue un hombre de profunda piedad y también fueron frecuentes éxtasis; preveía el futuro y leía el secreto de la conciencia. Recorrió con Gaspar y otros hermanos toda Italia Central, predicando con gran celo, a pesar de las dificultades, las fatigas y exponiéndose a toda clase de privaciones y dificultades; pero nunca resentido del antiguo mal. ¡Así que fue un milagro viviente!.

     E1 demonio para vengarse de las almas perdidas por su celo, lo molestaba continuamente con abierta persecución y violencia. Muchos fueron testimonios de hechos humanamente inexplicables.

     Muerto don Gaspar, todos los misioneros, por unanimidad de votos, lo eligieron su sucesor. Supo, en un momento tan delicado, guiar el Instituto y continuar con la obra de su maestro. Murió serenamente y santamente el 22 de noviembre de 1846, dejando largo pesar.

     No debemos permanecer en silencio, antes de concluir, dos episodios extraordinarios.

     En Frosinone, bajando a la iglesia para celebrar, se encontró con la señora Teresa Chiappini, quien lloraba amargamente: su hija era ciega. Don Biagio bendijo a la pequeña y le devolvió a su madre: había sanado.

     En Rimini, a menudo asistía en los últimos momentos a los condenados a la pena de muerte, en ese entonces lamentablemente muy en boga como remedio a los males sociales. Uno de los infelices se negó obstinadamente a recibir los sacramentos. Don Biagio abrazándolo, dijo: "Hermano antes de que caiga en el cuello el hacha, al menos recita conmigo un Ave María". Cuando llegaron a las palabras "ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte" el condenado se echó a llorar y pidió la absolución. ¡Una vez más, la gracia del Señor había triunfado por la dulzura de don Biagio!

26. ¡Es San Jorge, Monseñor!

"Necesitamos muchas cosas... aquí, sin embargo, encuentro mi alegría, porque hay soledad y espacio para hacer el bien a las almas". Así escribía desde San Felice don Gaetano Bonanni, romano, nacido el 16 de junio de 1776. Se cuenta que la madre antes de darlo a luz, habría visto desde la terraza un rayo luminoso, como una estrella, cayendo sobre su casa, y que interpretó el fenómeno como feliz augurio para la futura santidad de su hijo. No estaba equivocada.

Para Gaspar el Bonanni, incluso antes de que la prisión, era como un hermano para él, unidos en todas las buenas obras de la ciudad de Roma, y ​​luego compañero en poner la primera piedra en la base espiritual de la nueva Congregación, nacida en San Felice. De hecho, como él también, sin saber nada de Gaspar, tuvo la idea de reunir a sacerdotes de buena voluntad, que se dedicasen a predicar Misiones, tanto que por algunos años, hubo dudas sobre quién fuera el verdadero fundador.

E1 Bonanni, de familia pobre, fue adoptado por un rico carnicero. Fue curado milagrosamente de un tumor en el cuello y vio en el milagro el llamado de Dios, por lo que renunció a las riquezas de la familia adoptiva y se encaminó al sacerdocio. Solícito hacia las necesidades de los pobres, a aquellos en especial se dedicó. Hospitales, niños abandonados, prisiones, visita a familias desfavorecidas, predicaciones en los pueblos más remotos… Estas eran las ocupaciones del santo sacerdote.

Al Bonanni no se impuso el injusto juramento napoleónico y pudo permanecer en Roma. Poco después del encarcelamiento don Gaetano y don Gaspar se encontraron unidos,primero en los Operarios Evangélicos, que Bonanni había fundado y luego en San Felice, el 15 de agosto de 1815, cuando se asentaron las bases para la Congregación soñada por donFrancesco Albertini.

¡No es muy fácil hablar de la obra de este hombre de Dios! En la crónica de San Felice está la lista el gran número de sus sermones en Umbría y otras partes de Italia. A estos esfuerzos, como si no fuera suficiente, agregaba las más difíciles mortificaciones, ayunos y disciplinas. Así él también fue uno de los primeros santos misioneros, que hicieron de San Felice una casa de santos y atrajeron hacia esa colina un gran número de almas ansiosas para volver a Dios. "¡Vamos al paraíso de San Felice!" decían los fieles, y subían de todas partes.

El celo apostólico y la santidad atrajeron sobre él la mirada del Papa Pío VII, que lo quiso obispo de Nurcia, a pesar del reiterado humilde rechazo. Sin embargo, para él fuesólo una cuestión de "cambian de lugar", porque incluso en el obispado continuó con su vida misionera. En la diócesis y alrededores era llamado Obispo Santo, tanto era su modestia, el rechazo de todo honor y lujo, la extrema pobreza, la dedicación absoluta al bien de la Diócesis. Incluso los revolucionarios y los sectarios depusieron cualquier idea de rebelión y rechazaron sus ideas ateas en obsequio a la santidad de su Obispo. De él quedaron también numerosos testimonios de eventos extraordinarios.   

Naturalmente, dedicaba atenciones especiales a los jóvenes seminaristas y a menudo iba a orar, a estudiar y comer con ellos. Un día llegó, inesperadamente, en el lugar de estudio de los más grandes, quienes, en vez de estudiar, ¡jugaban a naipes españoles! Se apresuraron a esconderlas entre los libros, pero no tanto, ya que dejaron en la mesa una con la figura de caballo y jinete. El buen obispo, que nunca en su vida había jugado a las cartas, le preguntó: - ¿Qué santo es?

El seminarista dándose cuenta de la ingenuidad del obispo, se apresuró a responder: - ¡Es San Jorge, Monseñor!

Monseñor Bonanni besó la carta y devolviéndola al seminarista dijo: - ¡Ténganle mucha devoción, fue un gran santo. Luchó contra el demonio, y lo derrotó!

Algunos se sonreirán con este episodio y se preguntará: "¿Puede un Obispo de mucha doctrina y mucha experiencia sobre la malicia humana y, además, “avispado romano”, ser tan volado? San Gregorio Magno así escribía: "Las personas del mundo no saben nada de la verdadera simplicidad de los santos y llaman tonta la inocencia de los justos". El cándidocorazón del santo obispo, ¿cómo iba a pensar mal de sus jóvenes, que habían elegido dedicarse a Dios en el sacerdocio? ¿Y luego, qué fue tan grave que aquellos jóvenes, rompiendo las reglas, sólo querían un poco de diversión?

El Santo Obispo, murió santamente el 17 de agosto de 1848

27. El lanzamiento de las Misiones.

 

¿Recuerdan el episodio del intento de fuga del hogar del pequeño Gaspar para ir, como San Francisco Javier, a predicar el Evangelio a los Turcos? Se pensó a una aventura infantil, pero no fue así. Esa llama florecida en su ánimo a temprana edad, como sacerdote se fue ampliando poco a poco, hasta emanar en toda su fuerza, especialmente después de la fundación de la nueva Congregación. En él, el espíritu misionero era uno con el deseo de propagar la devoción a la Preciosa Sangre de Jesús. La practicaba y predicaba, basándose en la Escritura y los Padres de la Iglesia. El quehacer misionero tenía el propósito principal de llevar a todas las almas tibias o lejanas a Dios aquella Sangre que Jesús había derramado para la redención del mundo.

    Gracias a su liderazgo, el Instituto y las Misiones tuvieron de inmediato un impulso fuerte. Él condujo hasta el fondo el colosal apostolado misionero,  y a este se dedicó durante años, mejor dicho por vida, con un crescendo que, poco a poco, superó sus fuerzas físicas, escasas, pero con el apoyo de una fuerza de voluntad y una tenacidad que tiene algo de prodigioso y que, no pocas veces, se volvieron prodigio.

    Sus sermones – llamadas de máximas, porque recordaban máximas eternas - por lo general duraban dos horas; a veces tenía muchas al día. En Nocera Umbra, en un solo día, predicó catorce veces, ¡y en el mismo día en que también tuvo dieciséis comentarios para el Vía Crucis! Y la gente lo escuchaba porque él - y así los suyos – rechazaban la elocuencia oratoria, conformándose únicamente al Cristo Crucificado, la verdad del evangelio, a la ansia de bien para los demás, la caridad, la justicia.

    Gaspar fue capaz de dar un estilo todo personal, su método de predicar las misiones, que tenían que ser un verdadero "asalto espiritual a los pueblos". Actuaba con tanta fuerza como para ser llamado Terremoto Espiritual. Las preparaba meticulosamente con el clero y las autoridades locales; quería que la recepción de los misioneros en la entrada a la ciudad o de los pueblos, fuera entre las más solemnes: sonido de campanas y participación del obispo, del clero, de las autoridades civiles, de las cofradías con sus estandartes.

     Los misioneros besaban el suelo y recibían el Crucifijo; luego, en medio de cantos penitenciales, desfilaba la procesión hasta la iglesia principal, donde realizaba su predicación de introducción y, flagelándose, invitaba a los fieles a hacer penitencia.

    Durante la Misión, al atardecer, los Padres se dispersaban por las calles y plazas, donde llevando Crucifijo y tocando una campanita, llamaban la atención de los que pasaban y que estaban encerrados en casa, invitando a las funciones religiosas. También entraban en las tabernas y centros nocturnos, donde la recepción no fue siempre la más cordial. ¡A veces, padecían humillaciones ardientes! De las ventanas no llovían por cierto flores, ni agua limpia, y en las tabernas no se les convidaba tragos, ¡sino insultos!

    Gaspar no se limitaba a los sermones en la iglesia, más organizaba conferencias preparadas para cada grupo social, enviaba a sus compañeros a solicitar la presencia de poblaciones vecinas; por lo que al caer la tarde se veían llegar gente de los pueblos en procesión trayendo antorchas y estandartes. Cientos, a menudo miles acudían a escucharlos. Las iglesias ya no eran suficientes y Gaspar tenía que predicar en las plazas.

    Los misioneros también iban de casa en casa para visitar a los enfermos, para convencer a los más obstinados a volver a Dios, a pacificar a las familias y a visitar a los prisioneros.

    Tres eran los acontecimientos más conmovedores: el repentino ingreso de la estatua de la Virgen dolorosa en la Iglesia, durante el sermón sobre el infierno, entre sonidos de campanas, campanitas y órgano, y al grito de "¡Viva María!"; la Solemne Comunión a los enfermos, la procesión de penitencia, que cerraba la Misión.

    La gente se entusiasmaba, lloraba, hacían cola en los confesionarios; pecadores empedernidos se convertían; se apaciguaban individuos y enteras poblaciones.

    Tampoco faltaban milagros auténticos, que poco a poco vamos a estar narrando.

    El fin de las Misiones era poner remedio a una moral general gravemente sacudida; por lo tanto, para que tanto bien no resultara inútil, Gaspar inculcaba al clero de continuar la labor de los Misioneros y erigía Pías Uniones, Cofradías, Círculos que mantuviesen vivo el recuerdo de las Misiones y las prácticas en honor de la Preciosa Sangre que habían establecidas.

    La última noche se erigía la Cruz Recuerdo, en cuyos pies se quemaban libros y estampas obscenas, emblemas irreligiosos y armas. Los enemigos se reconciliaban públicamente, abrazándose entre la conmoción general.

    Tras éxitos triunfales, Gaspar y los suyos, para evitar complacencia humana y  tentación de vanagloria, se iban a escondidas. ¡Todo mérito, toda gloria debía ser atribuida sólo a Dios!

 

28. Una cándida paloma.

    Inmediatamente después de abrir la primera Casa de los Misioneros en San Felice, Pío 
VII llamó a Gaspar y sus compañeros y les ordenó ir a predicar una misión a Benevento; los bendijo y sonriente recomendó a ellos: “Allí no tienen que decirle a la Virgen María “Señora mía”, sino más bien “Eñora mía”.

    El Delegado Apostólico - la más alta autoridad de gobierno del lugar – había descrito el miserable estado moral de esa ciudad, que pertenecía al Estado Pontificio a pesar de estar rodeado por todo el Reino de Nápoles, como una isla en el mar. La predicación de los Misioneros cambió su cara, de modo que el mismo Delegado, antes alarmado, sintió la necesidad de escribir al Santo Padre: "¡No hay más odio, ni asesinados; muchos son los sectarios convertidos, la ciudad ha cambiado la cara!".

    Diecisiete estudiantes, empapados en las escuelas públicas de doctrinas ateas, habían puesto panfletos en versos ridiculizando a Dios y la Misión. Quisieron, o por curiosidad, o por pifiar, o contestar, escuchar un sermón del Santo y se quedaron tan fascinados que se arrepintieron públicamente.

    Esa misión ha permanecido famosa hasta nuestros días, también porque en la terrible Segunda Guerra Mundial, mientras que el bombardeo de los Aliados Estadunidenses arrasaba por todas partes la ciudad y el antiguo Domo, dejaron del todo intacta la cruz de recuerdo erigida en aquella ocasión, propio en la plaza de la catedral reducida en escombros.  

    Desde Frosinone, en Ciociaria, donde llegó el eco resonante de la Misión de Benevento, a su vez, exigían la presencia de don Gaspar. La presencia el Santo se consideró "indispensable". La audacia de los bandidos en esa zona creció más atrevida: ¡Los crímenes no se podía contar, las luchas internas, negligencia y corrupción eran desenfrenadas!

    E1 Viaje desde Benevento hasta Frosinone, ¡en pleno invierno fue desastroso! Por la noche, sobre las montañas, bajo la lluvia y la nieve, el madero se vino abajo. Así informó la crónica del tiempo: "¡Gaspar y sus compañeros llegaron con tres días de retraso y en ruinas! Era de noche; en un momento se aprecian todas las calles y ventanas alumbradas y se escucha un grito general de conmoción: ¡Ya están aquí. Ya están aquí!".

    Las iglesias resultaron inadecuadas para contener a las multitudes, y aunque la temporada fuera pésima, en la plaza había una larga cola de gente, que no alcanzaron a entrar. Leemos en una crónica de la época: "Durante la Misión la cantidad de armas llevadas a los pies de la Virgen es infinita. A las confesiones concurren multitudes. Frosinone parece una ciudad santa. Es agradable ver a los fieles disciplinarse con los Misioneros”.  

    Es fácil entender por qué la población, en varias ocasiones, impidió que don Gaspar se fuera y porque en la plaza principal estaba colgado un pendón que decía con amorosa delicadeza: “Don Gaspar, nos has robado el corazón”.

    El celo del Santo, no tiene tregua y, después de la Misión de Frosinone, por deseo unánime del pueblo, se abre una casa de Misión, y después de algunas predicaciones en Roma, se va a Civitavecchia. E1 22  de mayo de 1816 se encuentra en Rieti, deseado durante mucho tiempo por el santo obispo, su querido amigo.

    Desde las primeras predicas la concurrencia del pueblo fue extraordinaria. Llegó gente del campo y de los pueblos cercanos. Gaspar y sus compañeros multiplicaban las propias energías: funciones, confesiones, visitas a los enfermos y encarcelados, sermones en la iglesia, predicas en las plazas. Y en la misma Plaza del Domo, en la presencia de una gran multitud, de todo el clero y el obispo, el pueblo de repente se agita, se conmueve, llora… ¿Qué pasaría?

    Una cándida paloma aparece de repente, como proveniente de la nada, y vuela alrededor de la cabeza del hombre de Dios, que está hablando con fervor. No es una paloma común, es algo realmente extraordinario. Esa paloma mana un vivísimo resplandor, no se turba por las aclamaciones de la multitud, permanece suspendida a unos cuantos centímetros de la cabeza del Santo, como símbolo del Espíritu Celestial que inspira sus palabras y lo inflama de ardor divino para que toque los corazones, y las almas regresen convertidas a Dios.

    Por supuesto, ese día no se habló de otras cosas en Rieti, y las palabras de Misionero recibieron una potencia suplementar. Los sermones siguientes fueron aún más frecuentados. Pronto la noticia se difundió hasta los pueblos cercanos. El nombre de Gaspar pasaba de boca en boca y la gente cada vez más acudía en masa para verlo, oírlo, tocar el borde de su manto, y confesarse.

    Parecía un pasaje del Evangelio: la que describe Jesús rodeado por una gran multitud, ansiosa por escuchar la palabra de salvación, y Él conmovido que desearía hacerse todo en todos.

29. El relampago.

    La Misión en Rieti había terminado, pero Gaspar no pudo partir de allí. E1 Obispo le pidió permanecer por algunos días más; no podía defraudar el deseo de muchas personas. ¡Cuánto bien se podría hacer todavía; cuántos pecadores tocado por la Gracia, por medio de sus cálidas palabras, habrían vuelto a Dios! No, el deseo de la multitud no se debía a curiosidad morbosa de los hechos prodigiosos, tal vez hubo también; , pero no era tal vez el anzuelo arrojado por Dios para atraer a una fe más viva y una mayor coherencia en la vida cristiana?

    ¡Los frutos fueron realmente sensacionales! Los campesinos salían temprano de sus casas, dispersas en el vasto territorio del reatino, con el fin de asistir y escuchar los sermones. También fueron frecuentadas las interesantes funciones de la primera hora de la mañana. Despreocupado del largo recorrido, la gente volvía rápidamente y satisfecha al duro trabajo del campo. Por la noche grandes grupos llegaban de los vecinos pueblos y era un espectáculo conmovedor ver desde arriba de la ciudad llamas de antorchas, esparcidas en la llanura de los que regresaban a sus hogares. Los confesionarios siempre estaban llenos. La prensa local así comentaba el evento: "No se puede suficientemente describir el fruto que aquí produce la predicación del Canónigo del Búfalo y de su compañeros en todo estado social de personas: devolución de grandes sumas de dinero (una hasta 74.000 escudos romanos), reconciliaciones deseadas durante varios años, entrega abundante de armas prohibidas, libros y manuscritos malos, cese de escándalos públicos, abandono de prácticas deshonestas. Estos frutos consuelan a los incansables misioneros, el santo Obispo y los sacerdotes de la ciudad y de los pueblos vecinos".

    Algún misionero, por su parte, estaba empezando a sentir las consecuencias de la gran cantidad de trabajo. Alguien murmura, unos se retiran. Gaspar en cambio no conoce cansancio, está siempre en la brecha y alienta a sus compañeros. ¡Su palabra es remedio que sana!

    ¡Pero no todas fueron flores! los malignos y los que no le gustaba el buen quehacer de los Misioneros, andaban propagando el mensaje que la aparición de una paloma blanca había sido un truco: se trataría un animal entrenado. Pero pronto llegó la respuesta de Dios, con otro signo aún más extraordinario que el anterior.

    Esto es lo que cuenta un testigo ocular, don Antonio Muccioli, sobrino de Monseñor Belisario Cristaldi: "Durante el discurso sobre el Juicio Universal, tenido por el canónigo del Búfalo, aunque el cielo estaba de un esplendor extraordinario, un rayo luminoso entra en la iglesia a través de una ventana y, zigzagueando sin ningún tipo de ruido y daño, sale por otra, ¡desapareciendo en el aire! El pueblo deslumbrado por la luz y conmocionado por el signo inusual, primero irrumpe en altos gritos, luego se recoge desconcertado en tumbal silencio. Gaspar cae arrodillado frente el Crucifijo, animando a todos a hacer sana penitencia y termina dando la bendición con el santo madero".

    Un hecho tan impresionante provoca muchas sorprendentes conversiones, pero los denigrantes andan diciendo que se trataba de un truco repetido y vulgar de comediantes para engañar la buena voluntad de un pueblo crédulo. Bien para ellos que el pueblo fue domesticado por las vivas recomendaciones del Santo, de otro modo los fieles habrían reaccionado en modo poco evangélico en contra de ellos.

    E1 día 4 de junio los Misioneros iban saliendo en secreto, como de costumbre; pero el pueblo, tras haberse percatado, corrió en multitud para saludarlos. Gaspar fue obligado a hablar una vez más ante la imagen de Virgen, suscitando emoción y  lágrimas en esa población que se puso a correr tras el carruaje mientras se alejaba, gritando: - ¡Padre santo, vuelve, vuelve!

    Pero don Gaspar podría decir, y dijo las palabras del Evangelio: - ¡La cosecha es abundante y los operarios pocos! Es necesario ir por todo el mundo, para predicar la palabra de salvación.

30. ¡Son perlas!

    "En primer lugar diré, - escribe el Merlini - que Gaspar acerca de su prójimo, en referencia a Dios y según Dios lo amó… No buscaba que solo Dios y su agrado, el solo deseo, el único anhelo de llevar almas a Dios… A eso se debieron muchos disgustos y amarguras, tantas preocupaciones y humillaciones, muchas aflicciones, desprecios…". “Su corazón, tan tierno, no permanecía insensible al sufrimiento humano, tan largamente presente en este mundo, donde, decía somos todos como enfermos en un gran hospital. Así que la gran caridad que emanaba de su corazón salía en primer lugar por el bien de las almas. Ponía la mano de consuelo a los atribulados, aliviándoles el dolor. Eran muchos los afligidos, que se recurrían a él y se quedaban consolados. Estaba tan encendido por esta obra de caridad que enfrentaba a veces largas jornadas de camino para llevar consuelo ¡y despreciaba incluso su vida! Teniendo otra visión de  misericordia divina, acogía con gran amabilidad a los pecadores… No omitía, cuando necesario, amonestarlos, pero lo hacía con tal discreción que no podían resistirle".

    "No tenía miedo a ser vilipendiado y, ansioso de que todas las personas se salvaran, hacia todo el mundo corría, incluso si burlasen y hablaran mal de él". ¡Sabemos cómo llegó  a amar a sus enemigos! Humillados, encarcelado, perseguido a muerte, oraba y hacía orar por la conversión de ellos". "¡Qué habilidad tenía de inducir el sentido de la mansedumbre corazones más obstinado y cegados de odio!". Basta pensar en su apostolado entre bandidos y sectarios. Pero estaba en contra de quién embarraba el buen nombre de los demás y en contra los murmuradores.

    Cualquier dolor se hizo eco profundo en su corazón; por lo que no se limitó simplemente a la caridad de la sola alma. "Veía a su alrededor desnudos a revestir, pobres que alzaban la mano por un trozo de pan, peregrinos que en la noche fría, golpeaban a su puerta, enfermo yacientes en la cama del dolor y trabajó para levantar tanta miseria y todo lo daba, de acuerdo con su posibilidad, a los mendigos". ¡Cuántas veces se le ha visto, con una mochila a espaldas, ir pidiendo para los pobres!

    A Gaspar le hubiera gustado tener mucho dinero para los necesitados. Recordamos todavía su dicho: "Para hacer el bien son necesarios la gracia de Dios y el dinero". También confesaba que a veces veía misteriosamente multiplicar el dinero en sus manos. Se podía verlo día y noche merodeando por las calles, los tugurios y locales y luego salir descalzo y sin ropa, excepto la sotana para cubrir su desnudez. A los compañeros que salían de casa siempre daba unos centavos de baiocco para los pobres, y había dado órdenes estrictas que ningún pobre tenía que alejarse de las puertas de las Casas de Misión sin el consuelo de "una sopa, una rebanada de pan y un baiocchetto".

    Le fue de agrado desde niño, visitar a los enfermos en los hospitales y, cuando Misionero, multiplicó esta caridad. ¡Cuántos, tocados de tanto amor, regresaban a Dios en punto de muerte! Instó a sus compañeros a seguir su ejemplo; en las Misiones los presos y los enfermos tenían prioridad de su premurosa caridad.

    Era el año 1816 y Gaspar, que ya gozaba de gran fama de santidad, se encontraba en una misión en Porto d'Anzio, donde había una especie de posta-hospital en estado de completo abandono. Él como de costumbre, se puso con sus compañeros a curar, limpiar, lavar, medicar y descansar esa pobre gente alojada allí y tratados tan mal. Los paciente decían: "Vino un arcángel del cielo entre nosotros y con él muchos ángeles piadosos!".

    Un misionero, más sensible que el otro, llamó un día Gaspar aparte y le dijo: "¡Padre, ya no tengo más estómago para continuar! No tanto por las llagas, sino por muchos bichos que caminan abundantemente sobre el cuerpo de los enfermos y en las camas. ¡Son piojos y también están bajo la piel! Y ya me los encuentro encima".

    El Santo, como cayendo de las nubes, le preguntó: "¿Pero ha mirado bien? ¿Cuáles piojos? Mire: ¡Son perlas!"  E1 misionero perplejo pensó que Gaspar amablemente se burlaba de él para consolarlo, luego miró y remiró: "¡Sí, padre, tiene razón, son perlas de verdad!"

    Cuando ese misionero relataba el episodio, los compañeros, apretando los ojos, le decían: - "¡Fingiste creerle, verdad?

    - ¡No, no! – Afirmaba él, convencido - ¡No podía creer a mis ojos. Eran perlas de verdad!

31. Cadáveres en el pantano

    Gaspar, sin descansar un solo día, desde Rieti fue por una docena de días en Cittaducale, e inmediatamente después a Bagnaia, donde, a pesar de estar postrado en cama con fiebre alta, a la hora de la predicación "sube al escenario y es tal su elocuencia y el celo con que habla, para aparecer como el más sano mundo". Desde Bagnaia se dirige a Porto d'Anzio. El cochero, quién sabe poco la ruta, se pierde en el enmarañado matorral de Nettuno, donde están obligados a pasar la noche.

    En Anzio se dedica con amor a los marineros y pescadores, que "olvidados por todos, en la torpeza y la ignorancia vivían sin el conocimiento de la fe y la virtud cristiana". Con tanto amor también pasa días enteros entre los condenados, quienes, "encerrados en esos terribles centros penitenciarios, nunca escuchan la palabra de Dios, se entregan a la desesperación y nuevos atroces crímenes, incluso en las cárceles".

    Estamos próximos a la Navidad y Gaspar, por la insistencia del cardenal Mario Mattei, se conduce a Velletri. Los habitantes de Velletri, que para la Navidad habrían preferido divertirse en lugar de escuchar predicación penitencial, recibieron de mal gusto a los Misioneros y se burlaban de ellos a regañadientes; y después, fascinados por el habla y la amabilidad de Gaspar, cambiando el parecer, le obligaron a permanecer hasta después de mediados de enero, ¡organizando también una procesión de penitencia en plena noche! En Velletri, en aquellos días, llegaban de forma continua grupos de ciudadanos de la cercana Cisterna, y lo convencieron para ir allí, porque la gente lo anhelaba tanto. Gaspar, que en su predicación no iba en busca de cotizados púlpitos, sino prefería los lugares donde mayor era la necesidad, se dirigió allí con mucho gusto.

    En aquellos días, Cisterna estaba en los límites de los “Pantanos Pontinos”, donde junto al agua estancada, dominaba la tristeza más oscura, la vida más tétrica, víctimas de malaria, el tifus y las malas costumbres. Aquí preferimos dar la pluma para las crónicas del tiempo: "Sólo faltaban veinte y cinco días al carnaval y hubo un gran regocijo del pueblo para escuchar hablar la venida de él, y un clamor de alegría despertó en cada persona. Y ya que llegó en la noche, las calles se encendieron y de inmediato abierta la iglesia, sonaron las campanas y la gente acudió en masa".

    Cisterna estaba compuesta, en la mayoría, de "bufaleros torpes y campesinos, que trabajaban principalmente en las pampas y entre pantanos; se consideraban comúnmente ignorantes y delictuosos. Robos, estafas, asesinatos estaban en el orden del día". Tan grande fue el bien obrado por los Misioneros en esos ánimos, solo porque encontraron finalmente alguien que se preocupaba por ellos.

    Gaspar, comprendiendo "el estado miserable de aquellas almas de aquellos cuerpos", comenzó a recorrer el pantano de palma a palma, entre tugurios y chozas esparcidas en aquellas aguas pestíferas y atroces, llevando a todos la bendición de Dios, una palabra de consuelo y algunos medicamentos, sin tener en cuenta los peligros de la malaria y el tifus.

    Se encontraba con frecuencia con carros pesados tirados por enormes búfalos, que encima cargado de pasto o estiércol, a menudo mostraban cadáveres desnudos y descompuestos, que eran llevados a la sepultura: sin un sacerdote, una cruz, una vela, ni siquiera un signo de piedad humana y cristiana, parecía barbarie, pero era ya un signo de piedad cristiana haber recogido los cuerpos del pantano infinito, para evitar que se convirtiera en comida de los halcones y chacales, o se descompusieran al aire libre, como carcasa de cualquier animal.

    Gaspar, sin saberlo, chocado y horrorizados, detenía los carros y en el llanto trataba de recomponer los cuerpos humanos; agarraba matas de pasto, algunas flores silvestres y las deponía encima de los cadáveres, y los bendecía; y entonces, siguiendo el carro hasta el cementerio, recitaba las oraciones de los difuntos.

    - ¿Por qué – preguntaba a los cocheros – tanta insensibilidad?

    - En estos vastos pantanos a menudo los pobres cristianos mueren abandonados por todos y permanecen al aire libre, presa de perros, cerdos y buitres.

    Así respondían esos hombres rudos, que parecían pertenecer a otro mundo. Don Gaspar apreció sus buenas intenciones, pero para dar una solución más estable y digna al problema, erigió en Cisterna la Cofradía de la Muerte, cuyos inscritos  se comprometían a hacer celebrar el funeral y a dar cristiana sepultura a los cadáveres del “Pantano Pontino”. ¡Así terminó aquel abominio!

    En el último día de la Misión llegaron desde Velletri, con pancartas y banderas diversas Cofradías para recoger a los Misioneros. En el momento de la salida se desencadenó una furiosa tormenta, pero el Santo "bendecido el horizonte con un estandarte y el agua la detuvo al instante". Al pasar el carruaje, que fue seguido a pie por las Cofradías, los campesinos encendían haces de juncos y ramas. Eran las dos de la mañana cuando llegaron a Velletri y encontraron el Domo rebosante de fieles. Gaspar se vio obligado a dar un sermón.

    Cuando el pueblo llegó todo al amparo “las nubes que desde Cisterna habían detenido las propias aguas, como un signo acordado, se descargaron en lluvia violenta”, que fue a alimentar el lejano pantano, entre las montañas y el mar.

31. ¡Un sorbo del bueno!

    Pontecorvo fue y sigue siendo, una bella ciudadela cerca de Cassino. Si bien en los tiempos de Gaspar se encontrase dentro del territorio del Reino de Nápoles, era "ciudad del Estado de la Iglesia". Allí, sobresalía la furia sectaria, que buscaba no tanto debilitar el poder temporal de los Papas, cuanto a eliminar a Dios de sus conciencias, empapando el pueblo de doctrinas ateas y anticlericales. Estaba presente el bandidaje también ya que la frontera estaba muy cerca. Por esto el clero local le insistía al Santo, que tantos sensacionales éxitos había logrado con su predicación y en Marche y en Romagna, para tener una misión en su ciudad, con su mejores compañeros. E1 Santo fue allí con ocho misioneros "todos excelsos en cuanto a conocimiento y virtud", entre los cuales el futuro cardenal Gabriele Ferretti, el 10 de septiembre de 1822, "cuando las golondrinas se preparan para salir de la bella tierra de Italia".

“Incluso en Pontecorvo se renovaron las maravillas y los prodigios de las más célebres Misiones” y claramente el Señor quiso sostener la palabra de su Santo y los compañeros de una manera extraordinaria. Ya hemos mencionado en otra parte como: "Durante la misión se llevó con gran solemnidad la comunión a 200 enfermos. Gaspar uno por uno los roció con agua bendita y los bendijo con la reliquia de San Francisco Javier. Todos sanaron milagrosamente, de manera que, después de tal evento, las conversiones no podían contarse, ¡ni se contaron las armas mortales entregadas! ¡Había montones y montones y se tuvo que fatigar mucho para romperlas y quemarlas!

Entre las conversiones maravillosas hechas por el Santo vale contar, además por la manera única en la que pasó, una puesta bien en relieve en los procesos de Beatificación.

Uno de los "señores principales" de la ciudad, famoso líder revolucionario, huía de la misión como la peste. Sobresaliente fue su aversión a Gaspar, considerado un santo por todos. No sólo huía de la misión, además se burlaba de los misioneros e incitaba a la gente en contra de ellos, maltratando con vehemencia cualquier persona que se atrevía a sugerirle de encontrarse con él. Gaspar, de su parte, se comprometió junto a los hermanos a obtener su conversión por medio de oraciones y ayunos, y finalmente llegó el día del triunfo de la gracia. Una tarde, Gaspar, sin duda inspirado por Dios, invitó al padre Barrera, de los Doctrinarios, a dar una vuelta en el jardín del Convento. Mientras caminaban por el caminito, conversando de cosas de Dios, vieron a ese señor.

 - Rápido - dijo Gaspar al fraile - invítelo a entrar.

En una invitación tan amable, el líder sectario, aunque fuera enemigo de los curas, no se atrevió a responder con una negativa. Pero cuál no sería su desaprobación cuando, entrado en el jardín, ¡se encontró frente a Gaspar! Trató de fugarse, pero el santo no le dio tiempo. Con su innata y sincera gentileza, vino a él y lo saludó cordialmente. Luego sin demora, dirigiéndose a Padre Barrera, le dijo en un avispado tono romanesco:            - Usted vaya a buscar un sorbo del bueno, porque este amigo y yo queremos pasar una hora en alegría.

Cuando el padre regresó con el frasco, los dos ya se habían desaparecidos. Espera y espera, he aquí viéndolos salir de la habitación del Santo en una conversación amistosa. ¡Los ojos del sectario, estaban todavía húmedos por las lágrimas!

"Así, aquel que era un escandaloso y un enemigo declarado de Dios, no sólo durante la misión, sino por toda la vida, ¡se convirtió en el hombre más edificante de Pontecorvo!". A los amigos que lo regañaban, acusándolo de traición, contestaba: "¡Aquel Padre Santo, me ha dicho cosas tales, que no me pude resistir. A ustedes les habría pasado lo mismo. Traten de hacer lo mismo que yo hice!".

Gaspar muchas veces, con toda humildad, solía decir a los compañeros que el Señor le daba luces extraordinarias en la refutación de los escépticos, tanto durante los sermones, que en conversaciones privadas.

Esta célebre conversión asombró mucho a las personas, que cada vez más numerosas acudían a escuchar al Misionero, de modo que no fueron suficientes las iglesias, plazas a contenerlas. ¡Balcones, ventanas, terrazas, árboles estaban siempre repletos de gente!

La última noche nadie quiso perderse su palabra, tan así que el sacristán "al no encontrar a alguien dispuesto a ayudarle a tocar las campanas, desesperado tuvo que rogar al futuro cardenal Ferretti correr en su ayuda".

Después el cardenal solía decir: "¡Con el Canónigo del Búfalo aprendí que, incluso tocando las campanas, se pueden convertir los pecadores!".

32. Un santo entre los bandidos

 

    Los episodios que aquí se narran son históricos y constituyen quizás la página, que más nos revela la estatura de Gaspar hombre y santo. El papel que desempeñó en la erradicación del bandidaje en el Estado Pontificio, entre 1815 y 1822, fue de primera línea; nos lo muestra no solamente como santo intachable y hombre de corazón grande, sino también como un agudo pensador, sociólogo y atento diplomático, porque, sin el ingenio y la sola caridad, nunca podría generar una serie de acontecimientos históricos tan importantes. El enorme éxito no se debió a combinaciones aleatorias de compromisos políticos, acciones improvisadas o de fuerza, sino sólo a la clara visión que tenía de esa triste situación, donde los gobernantes de un estado como el de la Iglesia habían fracasado, aunque teniendo inagotables recursos humanos, y sobre todo morales. Ni las armas, ni la ley del talión, o una feroz represión, sino la intuición, el coraje, la paciente insistencia, la persuasión y el Crucifijo fueron el secreto de Gaspar. 


          La imaginación de los escritores e historiadores se ha desvariado sobre este tema tan siniestro y atractivo, pero ahora está demostrado que el bandidaje tuvo su origen en el servicio militar impuesto por Napoleón, desconocido hasta ese entonces a los súbditos del Papa. Este servicio alborotó las poblaciones del campo y de las montañas, acostumbrados a una vida sencilla y patriarcal, aunque torpe, pero reacios a abandonar sus posesiones. Jóvenes de espíritu, con el respaldo de las familias y el pueblo, salieron a las montañas y lograron no ser encontrados por los gendarmes franceses, para no tener que ir a luchar las guerras de Napoleón.

Partidos con la noble intención de resistir a la opresión del hombre extranjero, vueltos brutos por la vida en los bosques, acostumbrados a la ociosidad y el vicio, muchos de ellos se dejaron llevar por la venganza en contra de los informadores y a todo tipo de robo, incluso después del regreso de Pío VII en Roma. Su lema, tristemente célebre, 
era: "Tu dinero o tu vida".

Para multiplicar sus filas y aumentar la ferocidad acudieron auténticos delincuentes y criminales, escapados de la horca y la prisión. 

En resumen, los bandidos se agruparon en el territorio a lo largo de la frontera sur entre el Estado Pontificio y el Reino de Nápoles, en la provincia de Marittima y Campagna, para poner trampas a los pasajeros de las dos grandes arterias: la vía Appia y la vía Casilina, que unían Roma y Nápoles. La frontera resultaba muy útil para ellos, no sólo porque favorecía el contrabando, sino también un refugio cuando eran perseguidos por uno de las dos fuerzas policiales.

Ellos tenían su propio estilo distintivo de vestir: chaquetas y pantalones de cuero de diablo, bien ajustados, calzaduras de la época llamadas “cioce”, sombrero en forma de cono, enguirnaldados con cintas extravagantes. El ornamento (!) más vistoso estaba constituido obviamente de pistolas, cuchillos, dagas en la cintura y fusiles trombones a la correa. A los más feroces les encantaba traer con orgullo un collar de orejas cortadas a sus víctimas, para que el adversario pudiese hacer el recuento inmediato de los delitos. Por la ferocidad fueron llamados comúnmente “los caníbales de Italia”. Si por desgracia alguien se encontrase con ellos, única cosa que tenía tiempo para hacer, era persignarse y recomendar su alma a Dios. Las mujeres andaban vestidas al estilo “ciociaro”, y para no ser menos que los hombres, en lugar de horquillas, en el cabello, ponían punzones para hacer su propia justicia.

Alessandro Massaroni, apodado “el Triturador”; Michele Magari, apodado “el Mediapinta”. Antonio Gasbarrone de Sonnino, el más longevo, apodado “el Fuerte”, después llamado “el Rey de las Montañas”. De ellos historiadores y pintores nos han transmitido hechos y semblantes.

Los nombres de estos hombres fascinaban a cierta juventud desempleada, dispuestos a todo para hacer gestos desenfrenados, y alimentar la esperanza de ser capaces de proporcionar rápidamente fabulosos tesoros. Casi poco importa haber tenido tiempo de disfrutar de lo robado, porque la mayoría acababa baleada por integrantes de otra pandilla o de la policía; ya a veces les pasaba algo peor, porque seguían viviendo en mano de la justicia, que los trataba con métodos de baja carnicería. Una desesperación valía otra y con la inconsciencia típica de la juventud, decidían que valía la pena ser dueños de sus vidas, fuera de las leyes divinas y humanas.

Dos jóvenes de Vallecorsa, en Ciociaria, tomados de esta obsesión morbosa, lograron llegar a la presencia de un líder. “¿Qué hay que hacer – le preguntaron – para entrar en tu pandilla?” “¡Matar al menos un hombre!” fue la respuesta. En el camino de regreso se encontraron con un anciano inofensivo, un cierto Onorato De Bonis, conocido por su estado de ánimo alegre, y le preguntaron: "¿Qué hora es?".

- “Las hora de ayer, en este momento” - respondió.

- “No, es la hora de morir” - gritó uno de los aspirantes al bandidaje y lo dejaron en el suelo lleno de puñaladas. Rápidamente volvieron arriba en las montañas para mostrar los puñales aún goteando sangre. ¡Fueron elogiados y enrolados como novatos valientes y de grandes promesa!

No es posible volver a contar aquí, incluso algunas de las más famosas atrocidades de estas bestias sedientas de sangre, sin embargo es necesario reportar algún episodio, con el fin de comprender mejor con que se encontraba Gaspar, y poner en mayor relieve su generosa acción.

En Frosinone dieciséis personas fueron arrastradas por los bandidos en la plaza y sacrificados delante de la gente horrorizada. Al enterarse de este hecho, Gaspar fue a predicar una misión para consolar al pueblo. De aquella predicación se ha transmitido un episodio que conmovió mucho el Santo por su inocente simplicidad.

Un niño, después de haber aprendido de su madre que Gaspar confesaba a los pecadores más calificados, y en particular a los bandidos y masones, logró acercarse al Misionero entre las masas y, tirándolo por su sotana, en el tira y afloja , le pidió que escuchara su confesión. Gaspar, que era tan aficionado a los niños, lo tomó en brazos y le preguntó: "¿Qué has hecho tan grave que quieres confesar?" "Padre, yo soy un bandito y un masón...". El santo sonrió, lo abrazó y lo bendijo, diciendo: “Ve ahora, pórtate bien y sin duda irás al paraíso”.

 En Terracina, con la complicidad del portero del Seminario, el bandido Massaroni se presentó con sus matones y, apuntando con su daga en el pecho del Rector, secuestró a todos los seminaristas y los arrastraron hasta la montaña. El único gendarme de turno, un verdadero héroe, ordenó que se pararan, pero a cambio tuvo una gran descarga de balas; un sacerdote que se acercó a bendecir el cadáver era asesinado a su vez. En la confusión dos seminaristas huyeron y llevaron la mala noticia al obispo, que era Monseñor Carlo Manassi, un amigo de don Gaspar. Acudieron los gendarmes y el pueblo, pero ya los ladrones habían llegado a la montaña.

Durante ocho días, los prisioneros fueron torturados, porque se retrasó en llegar el rescate; alguno fue enviado, no sin muestras de su ferocidad, para solicitar el dinero; otros lograron escapar y esconderse en las montañas, pero dos de los jóvenes fueron asesinados.

Durante años el pueblo acertaba que, en el silencio de la noche, en el lugar de martirio sentía oían cantos armoniosos de jovencitos, como melodías de ángeles que vuelan en el cielo azul.

En 1821 un grupo de bandidos secuestraron a todos los monjes de Camaldoli en Tuscolo, cerca de Frascati, dejando sólo un anciano de cien años, al cual dictaron las condiciones del rescate. Aquellos religiosos al final fueron afortunados. Un cómplice para salvar su vida, traicionó a sus compañeros y guió a los gendarmes al escondite. La banda fue capturada y los religiosos, aunque horriblemente torturados, pudieron regresar a la ermita.

La audacia de los bandidos ya no conocía límites y los caminos hacia el sur eran inseguros. Sin carro, Ningún carruaje aunque con poco valor, ¡la salvaba el pellejo! era asaltado con muertos y heridos.

Incluso las poblaciones, habiendo perdido toda confianza en las fuerzas policiales - al igual que en nuestros días – pensaron hacer justicias de propia iniciativa. Las familias estaban bien provistas de armas, los padres entregaban como en un rito sagrado los puñales a los hijos y les hacían jurar venganza de los cuerpos de sus familiares asesinados. Obviamente, de esta manera, se abrió una serie de masacres y crímenes, cuyos círculos viciosos no se rompían nunca.

Las autoridades intensificaron el castigo y la represión; las cabezas cortadas de los bandidos eran puestas sobre estacas y expuestas en plazas y a lo largo de calles más frecuentadas; pero los bandidos sacaban casi siempre la mejor parte. Sus venganzas eran rápidas y terribles, bastaba solo una sospecha para ser descuartizado y colgado entre arboles, a fin de que los transeúntes aprendiesen la lección.

El pueblo romano estaba aterrorizado, ¡y Pío VII exhausto!

Los refugios más famosos de los bandidos eran Vallecorsa y Sonnino. Este último pueblo detuvo el primado y fue nombrado “Bandidopolis”. Ambos, por características de su construcción, se prestaban como fortalezas inexpugnables, tanto en la defensa como en las emboscadas. Pueblos severos, pedregosos, de callejuelas estrechas y empedradas con enormes piedras, escalones altos y escaleras empinadas, casi en barranco entre las casitas, cerradas con enormes puertas y múltiples trabas y cerrojos. Pero esa gente, por otro lado valiente y orgullosa, era patrullada por gendarmes y manadas de malhechores, despertados en plena noche de alaridos y desgarradores gritos, entre los cuales a menudo se reconocía la voz de un ser querido.

En todas partes los gendarmes comenzaron a invocar puño y hierro, pero había de resultar inútil. Finalmente se pensó en un recurso extremo: "¡Destruir los dos pueblos!". Se pensó útil empezar por Sonnino. Y el 22 de julio de 1819 en muchos rincones de la Ciudad Eterna fueron puestos el decreto del Papa, con el cual se ordenaba que, dentro de un mes, Sonnino iba a ser arrasada hasta los cimientos.

Fue una decisión terrible. Destruidas las casas, ¿dónde iría la población? Existía el riesgo de que incluso las personas buenas, tomadas por la desesperación, se dedicaran al bandidaje. Se decidió iniciar la aplicación del Edicto desde las casas de los delincuentes en fuga. Pero dado que la lección no fue entendida, se dio la orden de proceder a la solución final.

Se levantó la voz de la Preciosísima Sangre, derramada por amor: voz cálida, valiente, decidida y suplicante en defensa de las personas: ¡Dios no quiere la muerte del pecador, sino su conversión! La tesis encontró después forma en una maravillosa carta al Papa Pio VII de Gaspar, enviada por Monseñor Belisario Cristaldi, su amigo y gran admirador. He aquí algunos pasajes de la hermosa peroración:

"¡Beatísimo Padre!

La justicia y la misericordia siempre han animado todas las operaciones de Su Santidad. La demolición de Sonnino también venía de un espíritu de justicia y esta demolición se llevó sobre las casas de los criminales. Sin embargo, consumida esta primera demolición, parecía que debiera entrar la clemencia y que esta clemencia se uniera con la justicia, la cual puede descargarse por encima de los culpables y de los que tales no son. De hecho, anteriormente, se utilizó siempre que, cuando fue el gran número de delincuentes, que se decimara la mayoría, y rescatar a los demás, aunque reos; acerca del caso presente se vendría a deshacer por completo. La demolición de Sonnino ahora sería tardía, o más bien ineficaz… Sería un inconveniente a la mansedumbre excelsa del Vicario de Dios y de la paz, si fuese inexorable la destrucción de un pueblo de tres mil personas… La dispersión de todos los habitantes, sería fatal para la agricultura… El territorio de Sonnino es fértil… Poco a poco el terreno fértil se convertiría en un desierto. Sería peligroso para la pública tranquilidad poner una población en desesperación tan grande… Si aunque en mínima parte se uniese a los delincuentes, resultaría contraproducente. Por otra parte, la demolición es injusta, porque no puede caer sobre inocentes, si no se paga el precio de lo que se demuele. Sin embargo, si se paga el precio la suma sería tan alta que pasaría a agravarse sobre los asalariados de modo insostenible.

Por último, la clemencia de Su Santidad vuelve la mirada piadosa hacia una entera población, ¡a la cual no les quedan más que los ojos para llorar!”

Pío VII, alma sensible, que tenía gran estima por Cristaldi, leyendo la carta se sintió profundamente conmovido. Cada medio violento fue rápidamente vetado  y – por interés de Gaspar – una suma de dinero fue otorgada para la reconstrucción de las casas destruidas.

Sonnino fue salvado y en el regocijo se declaró a Gaspar como el salvador de pueblo y tal se le aclama hasta el día de hoy, celebrándolo con fiesta, gran solemnidad, alegría y devoción.

El método de la mansedumbre fue mucho más productivo que el de la fuerza, en la solución del problema del bandidaje. De este se hablaba desde el regreso de Pío VII, pero todo quedaba "en proyecto", incluso en muchos proyectos, a veces extravagantes. Se necesitaba un proyecto global y homogéneo, basado en las Casas de Misión. Gaspar hablaba y escribía a menudo al Cristaldi, hasta que este hizo suyo el proyecto y lo presentó al Pontífice, alentando la transferencia, sin restricciones, a la acción sola de Gaspar "Es decir el célebre Canónigo del Búfalo, como pequeño de estatura, y a la vez tan grande de alma y virtud. Hombre incansable para la acción: ¡prodigioso en la efectividad! Hombre renombrado al signo, que se llama Apóstol de Marche, Martillo de los Masones, el Fundador de los más útiles Institutos, dirigidos a la cultura religiosa y moral". ¡Así escribía Cristaldi de don Gaspar! Pío VI1 aprobó el plan sin reservas y el Cristaldi comenzó a tratar con Gaspar la dificilísima hazaña.

Seguimos el apóstol hasta el fondo en su programa que contrastaba la ferocidad con la palabra evangélica cartujamente insistente, persuasiva, caritativa, educativa, con la eliminación de las injusticias sociales y privadas.

Ya había viajado por los varios pueblos de Marittima y Campagna para recomponer odiosidades irreconciliables, catequizando con paciencia a campesinos rudos y obstinados, poblaciones litigiosas y arrogantes, ricos orgullosos y ambiciosos. Los bandidos habían oído hablar mucho de él, algunos lo conocían.

En octubre de 1821, recorre las montañas de la región, donde los bandidos se esconden como en fortalezas inexpugnables; pasa por los pueblos frecuentados, acompañados por el fiel compañero Bartolomeo Panzini, que no hace más que andar asustado, pero que estás más que nunca decidido a morir, si es necesario, con su héroe. Las autoridades lo han instado a aceptar una escolta armadas, pero siempre la ha negado enérgicamente. Este viaje de diagnóstico tiene el propósito de encontrar, al menos en seis pueblos, una local apto para erigir Casas de Misión,  porque está firmísimo en sostener el principio de que hay que volver a empezar desde Dios y por lo tanto, muchas y muchas Misiones capilares en cada pueblo.

Reconducidos los pueblos a Dios, habrían observado sus mandamientos y sin duda Dios habría finalmente tocado el corazón de los bandidos. Fue considerado de todos modos un exaltado, hasta loco; cierto es que los llamados “expertos” no conocen los recursos de los santos. A quienes argumentaban que sólo la escuela habría sido suficiente para reconciliar a las poblaciones oprimidas, él replicaba: "Sí, la educación es esencial, pero nunca se ha oído decir que, sin el temor de Dios, se puedan cambiar los hábitos poco saludables de la sociedad. Cuantas personas cultas actúan a su pinta burlándose de la ley".

Finalmente logró encontrar a tres antiguos monasterios abandonados fuera de la ciudad de Terracina, Sermoneta y Sonnino, ya divisados por su padre y maestro Albertini. Le parecían tres casonas regias y la posición parecía ideal para la libertad de apostolado. En vano se resistió a la orden del Delegado Apostólico de Frosinone quién pretendió la aplicación de una orden del gobierno en virtud del cual, los Misioneros tuvieron que vivir en el pueblo. "Mi única arma siempre será el Crucificado. Su Sangre finalmente remecerá los corazones endurecidos". Pero la prudencia del gobierno no era injustificada. Los casos del seminario de Terracina y la comunidad cartuja de Frascati, de los que hablamos, tenía que enseñar algo.

Don Gaspar subió sólo en la sierra, mientras que centenares de ojos lo escudriñaban listos para criticarlo. Valientemente se metía en los recovecos para explorar las cuevas, las encontraba, hablaba con un lenguaje de amor y mansedumbre. ¡Nadie les había jamás hablado así! Vencidos por tanto heroísmo, fascinados como por un ser arcano, no de este mundo, caían a sus pies, botaban lejos sus armas, que antes le habían apuntado al pecho, besaban sus manos con respeto. Gaspar había e encontrado su punto débil y le escribió al Papa, intercediendo por sus causas.

Un día se encontró con unos gendarmes que llevaban en loma de burro, tirado como un saco, el cadáver de un bandido muerto y continuaban a apuñalándolo como estuviera aun vivo. Horrorizado suplicó al Papa que, también por un sentido cívico, además que piedad cristiana, se empezase a dar a los bandidos un entierro digno, en lugar de llevar sus cabezas como trofeos por todos lados, clavados en estacas en las plazas, instigando a la población y los traviesos a picarlos con punzones, haciendo estragos con sádica brutalidad.

Tarde, en la noche las casas de Misión estaban abiertas a los bandidos, que confiados iban por poco tiempo. Gaspar llegó a juntar hasta varios grupos en la Casa de  Canne en Sonnino y por varias tardes les dio un curso de Ejercicios espirituales.  Los transeúntes entonces oían robustas voces cantando cantos sagrados e, ignaros pensaban: ¡Cuántos padres Misioneros están esta noche en el convento! De esta forma la confianza de los bandidos hacia Gaspar era completa, por lo que podría pasar en cualquier lugar tranquilo, y bajo protección de ellos, nadie se atrevería a hacerle daño. Ahora, habrían también dado la vida para él.

Divisándolo brincaban de los matorrales para irle a besar la mano. De a poco la misma confianza fueron teniéndola con los demás misioneros, los cuales, guiados y animados por él, iban por aquellos pueblos y se subían las montañas, cantando las Laudes de las Misiones, reuniendo la población en la iglesia o en plazas públicas, y con sus palabras  “los enternecían hasta las lágrimas”.

 Entre los fieles, por aquí y por allá, bien camuflados, no faltaban los bandidos, siempre más ávidos de las palabras del Santo.

Un hecho que tiene algo extraordinario se nos narra por el misionero don Rossi: "Fue en enero de 1822 y el Canon del Búfalo había recién terminado el panegírico de San Antonio Abad, patrón de la iglesia de los Misioneros en Vallecorsa, cuando, con decisión repentina, quiso partir instantáneamente a Sonnino… En aquellos tiempos, a excepción de algunos pocos tramos, el camino podía ser recorrido solamente a pie. Caminando entre rocas y barrancos, en el barro y la nieve, empapado hasta los huesos, cantaba las Laudes a la Preciosa Sangre. Algunos vallecorsanos, que fueron a acompañarlo hasta Sonnino, de regreso contaron: "¡Sólo el Canónigo podría hacer una tonterías tan grande! Fuimos solo porque era él, para cualquier otra persona no nos habríamos movido ni siquiera por todo el oro del mundo, ¡porque él estaba dispuesto a morir por el camino!". Contaron también que, llegados cerca de las 22:00, pronto hizo tocar las campanas y, sin tener un minuto de descanso, ni algo para tomar un refresco, empapado y tiritando de frío, dio un largo sermón en la plaza de la iglesia, donde la gente se había precipitado, curiosa e incluso asustada de aquel llamado fuera de horario".

¿Por qué tanta prisa y un sermón a esa hora?

Sonnino era la guarida principal de los bandidos, la ciudadela donde no pasaba una mañana sin que se encontraran muertos o moribundos en las casas y por las calles.

Se supo después que el Santo esa noche había evitado una masacre, del cual quién sabe cómo, pero sin duda por vías misteriosas, se había enterado.

34. La vendimia milagrosa

    La llegada de los misioneros no siempre fue de agrado a los párrocos. Las razones pueden ser varias: el miedo a los ataques de los sectarios; poco deseo de trabajar después de la misión, para mantener despierto el fuego reavivado; reticencia en enfrentar algunos gastos para el mantenimiento de los misioneros durante la predicación... A veces los pobres párrocos no fueron más que intérpretes de la voluntad popular.

Fue este el caso de un pueblo de Romagna. E1 párroco, antes de que el Santo llegara a su parroquia, le hizo saber con palabras claras que no era deseado, ni de agrado, y por lo tanto no sería bien recibido por su pueblo. Gaspar le dijo que iría de todos modos, porque así había sido ordenado por la legítima autoridad eclesiástica: El Papa. ¡Por eso tenía que considerar a Gaspar como misionero apostólico!

Cuando llegó, entre la población en fiesta faltaba justo el párroco. ¿Por qué tanta obstinación? Informó que había sido víctima de una fuerte fiebre. Solo en el final de la Misión empezó a mejorarse. La gente quería saber si había sido una enfermedad verdadera o diplomática. Confirmada la autenticidad, se comentaba por todas partes: “¡Un justo castigo de Dios!”.

Pero no fue sólo el párroco a no aceptar la misión. Cuando los misioneros habían llegado estaban en plena vendimia, y sabemos que, si la cosecha es abundante, la vendimia es también una oportunidad para estar feliz, enamorarse, cantar y compartir cenas fastuosas. Los patrones murmuraban: "¡Estos cuervos negros han venido a echar a perder la fiesta!". El Santo, que no había elegido caprichosamente ese periodo, trató de hacer obra de persuasión. Aseguró a los campesinos y los patrones en particular, que los sermones no  causarían ni pérdida de tiempo, ni daño alguno; de hecho, Dios bendeciría la cosecha, y quedarían igualmente alegres, pero sin pecar.

Algunos propietarios, convencidos, dejaron libre a los trabajadores para seguir estas funciones religiosas y estos acudían puntualmente; mientras que otros, no sólo no les importaba, sino también se dedicaron a obstaculizar la labor del Santo, intimidando a los trabajadores haciéndoles trabajar durante las funciones más hermosas. Sucedió que, terminada la Misión con gran éxito, incluso los patrones y los campesinos sacaron la cuenta. Quienes se opusieron al Santo "tuvieron una cosecha muy baja, estimada la mitad de los peores años, los demás, el doble de los mejores años y uva de primera calidad".

Ya que estamos en tema de cosecha y entonces de vino, nos gusta contar aquí también lo que sucedió en Prossedi, en el Lazio, a medio camino entre Vallecorsa y Sonnino. El pueblito era la patria de los célebres Giuseppe De Cesaris y Antonio Vettori, bandidos de primera clase y feroces que "no se apiadaban ni siquiera de sus parientes". En 1823, Gaspar llegó allí en mayo con Valentini, don Pierantoni y el canónigo Bonderli. Fue aclamado ángel paz: "... inclinó las mentes nubladas por la venganza, arrebató de las manos de los malvados armas sangrientas, alejó a los jóvenes de las calles y de la delincuencia, inculcó la devoción a la Preciosa Sangre, y aseguró a la población que, si se mantuviese devota, la plaga desafortunada del bandidaje se erradicaría y regresaría la tranquilidad tan ansiada".

El Señor. Luigi Petoni Giglioli, notario del pueblo, quería tener el honor de alojar en su casa a Gaspar y sus Compañeros durante todo el tiempo de Misión. Él mismo lo narra en una carta: "Tuve el placer de acoger a los Santos Misioneros y al Canónigo del Búfalo en agradecimiento al bien que hizo a mi pueblo. Después de haberles convidado vino, me percaté que este salió mejor que otros barriles de mi propiedad y otras de cualidades únicas, lo cual nunca antes había pasado. Era vigoroso y agradable sabor y así permaneció hasta el final del barril. Tuve después un año de cosecha mayor todavía, que los expertos consideraron con admiración el hecho de ser extraordinario". El hecho está confirmado también por el Merlini.

En otras palabras, para los Misioneros eligió el vino de más mala calidad que se encontraba en la surtida bodega de vinos, porque siendo hombres de penitencia, tenían que conformarse con lo que se les ponía delante.

¡Gaspar se… vengó incluso apremiándolo! ¡Bromas de santos!

El prodigio fue recordado por mucho tiempo; incluso se contaba también que la buena y piadosa esposa del Señor Luigi dijo a su marido: "Este vino milagroso tenemos que conservarlo como una reliquia y beberlo de vez en cuando y sólo en grandes circunstancias…" El marido, sin embargo, tenía una opinión diferente. “¡No, no! ¿Si después se echa a perder? Se debe beber de inmediato, hasta terminarlo”.

¡Creemos que la disputa fue ganada por el marido!

35. ¡Umbria dulce!

 

    ¡Cuán amplio es campo de apostolado de don Gaspar! Lazio, Abruzzo, Campania, Romagna, Umbría. Regiones y poblaciones tan diferentes la una de la otra y todas igualmente queridas a su corazón. Todas las recorre con celo incansable y apasionado, porque todas necesitan de Dios.

 "La tierra de San Francisco de Asís, dice con expresión ardientemente poética una ilustre biografía del santo, fue su primer amor misionero". ¿Y cómo podría haber sido diferente, si el Señor quiso que en Umbría, sobre el cerro San Felice, en un antiguo monasterio en ruinas, se levantara el Instituto de los Misioneros de la Preciosa Sangre? Y de hecho Umbría fue también el primer campo de apostolado del Santo, como lo hemos ya narrado en otra parte.

Los umbros lo vieron merodeando por sus calles, las montañas, en los dulces valles verdes ondulantes, las plazas medievales, en iglesias ricas en arte y repletas de personas. La gente lo amaba por instinto, admirando el sacrificio y el desinterés. El pueblo sabía que Gaspar buscaba exclusivamente el bien de ellos.

Umbría no se desbordaba, como Marche y Romagna, de sectarios y masones, de anticlericales y blasfemadores refinado; ni afortunadamente fue sangrienta como Lazio, por los feroces bandidos. ¡Se respiraba todavía el aire del espíritu del Seráfico de Asís! La gente era muy laboriosa, del carácter calmo y naturalmente religioso; por lo tanto, atraídos por la palabra fascinante y persuasiva del Santo, de todas partes acudían a escucharlo, dejando de lado sus intereses y ocupaciones cotidianas para satisfacer la ansiedad de escucharlo, aunque tenían que recorrer kilómetros y kilómetros de carreteras a pies, los caminos a menudo, no siempre buenos, o durante el bruto invierno o bajo la ola de calor abrasador".

Gaspar, por su parte, se daba cuenta de que estas personas no eran tontas; tal vez "fue la fragilidad humana, el orgullo, la pobreza y a veces la escasez de clero que los mantenían alejados de Dios". Trató por lo tanto, hacer hincapié sobre sus sentimientos para despertarles la fe y las prácticas cristianas. "Los frutos, que siempre superaban las expectativas, doquier eran evidentes en todas partes y extraordinarios", y Umbría, al igual que otras regiones, fue el teatro de acontecimientos extraordinarios y maravillosos.

Spello, entre Foligno y Asís, parece ser la ciudadela privilegiada de estos.

Por la tarde, del 11 de mayo 1820, día de la Ascensión, Gaspar con unos compañeros dio inicio a la increíble misión en la catedral de San Lorenzo, cautivando, desde la primera noche, el corazón de este pueblo". Monseñor Lucchesi, obispo de Foligno, así relata un primer milagro: "Mis clérigos me contaron que habían reconocido en el Siervo de Dios el don de adivinar el futuro. De hecho, dijo que de inmediato dieran los sacramentos a un enfermo, que él nunca había visto, ya que estaría muerto al día siguiente, lo que ocurrió sin duda".E1 biógrafo don Amilcare Rey cita otras dos predicciones, declaradas en los procesos de canonización. Luigi Fortini, al igual que otros señores, se puso el sayal de la cofradía de San Francisco Javier para presidir al buen orden del pueblo, pero en el quinto día de la misión se enfermo. Después del décimo día, al canónigo Raschi, al visitarlo, no parecía empeorar, aunque el Santo dijo que por la mañana: "El señor Fortini, esta noche, después de la bendición papal, irá al Cielo". De hecho, murió justo al final del día predicho por Gaspar."Incluso allí, a uno de los miembros de la misión, dijo que al final de esta habría muerto. Se enfermó de hecho, y aunque la enfermedad no parecía mortal, se murió en el momento predicho".

Estos acontecimientos provocaron tal revuelo que todo el pueblo iba diciendo: "¡Ha llegado un santo entre nosotros!", y la convicción era tan fuerte que el agua que utilizaba el misionero para afeitarse la barba, se distribuyó a los enfermos, que sanaban al instante.

La estima que el clero le tenía - y sabemos que lamentablemente, no pocos sufrimientos le llegaban por los eclesiásticos - le dio también modo de haber triunfar la inocencia de los padres Redentoristas que, por cobardes calumnias, estaban a punto de ser expulsado por el obispo de la ciudad de Spello, con grave escándalo de la población.

Ahora se nos cuenta por la pluma del venerable don Giovanni Merlini, testigo ocular, otro episodio no menos extraordinario: "El Sr. Canónigo don Felice Perrucchini, asignado a la Misión, fue llamado por el Siervo de Dios, quién mostró gran deseo de que la iglesia estuviese alumbrada en toda su extensión en el momento en que la procesión, que se hacía para la instalación de las cruces, habría regresado a la iglesia.

 

Habiendo don Perrucchini dado a conocer que el Colegiado no tenía recursos económicos suficientes para la suntuosa iluminación, ni tenía medios para conseguirlos, el Siervo de Dios le dijo de poner la cuenta a su nombre, y que habría proveído San Francisco Javier".

"Don Perrucchini, para complacerlo, se dirigió a tres personas que tenían cera para prestar por kilo, es decir, Feliciano Angelini, Lorenzo Merallo y Giovanni Bellucci, y de sus respectivos talleres trajeron luego de haberlas pesadas un buen número de cirios, para después pagar la diferencia de lo consumido. Estos cirios se distribuyeron en la iglesia. A medida que comenzó a regresar al templo la procesión, que era muy larga, se encendieron y quemados por todo el tiempo que el señor Canónigo del Búfalo hizo un sermón hasta el cierre de la función sagrada. En la mañana siguiente, dejados caer los restos, fueron devueltos por don Perrucchini donde sus respectivos dueños, quienes los volvieron a pesar, para entonces sacar la cuenta y pagar la diferencia del consumo. Pero la suma fue una sorpresa, ya que colocado las diferentes cantidades en tres diferentes balanzas, cada empaque de cera se encontró no sólo nada consumido, sino para cada uno crecido en tres onzas. El primero en pesar el empaque, creyó errónea la cuenta sacada la primera vez, pero cuando se enteró que el mismo hecho ocurrió en los otros dos casos, se reconoció el verdadero milagro. Al anuncio del hecho que le hice yo mismo al Siervo de Dios, él respondió, sonriendo: ¡Alabado sea Dios y al gran padre San Francisco Javier!".

El comerciante señor Angelini, afirmó que “en sus manos ocurrió este milagro, al cual solo el recuerdo, dice, se me suaviza el corazón y me brotan lágrimas de los ojos”.

El 27 de mayo, durante la función de cierre, tenida durante una media hora antes de la puesta del sol, mientras que el santo estaba predicando en el escenario en la Plaza Mayor repleta de seis mil personas, y teniendo sobre el escenario la imagen de Nuestra Señora de la Reina Preciosa Sangre, antes de impartir la bendición papal, se vio en el cielo hacia oriente, (el fenómeno no era por lo tanto, un efecto del sol al ocaso), "una cruz de color pálido, resultante de tres estrellas, cada una  del tamaño de dos medallas de oro". Estas se veían a "tres o cuatro palmas por encima de la cabeza del Siervo de Dios y formaban un triángulo, ya que una estaba arriba y dos laterales más bajas" y "no tanto como las estrellas Fósforo o Espero lucían", sino tenían "una luz más brillante". Esta           "cruz luminosa se iba achicando poco a poco al aproximarse el cierre del discurso del Santo, hasta tomar la forma de una rama y luego desvanecer".

 Frente a este fenómeno inusual, ciertamente no natural, las personas quedaron como sorprendidas; muchos fueron tomados por profunda conmoción y él mismo obispo diocesano, Monseñor Lucchesi, allí presente, "asombrado y sorprendido", rompiendo en llanto, lo aclamó como el nuevo san Vicente Ferrer, bendiciendo a Dios que, con tales signos, acreditaba las obras de su apóstol.

Esta misión fue, después de algún tiempo, por así decirlo, "una secuela asombrosa", por el fenómeno de la bilocación, casi igual, pero más portentosa por la forma en que se presentó en Meldola, en Romagna, de la cual hablaremos.

Así narra durante el Proceso Canónico don Domenico Silvestri: "En Spello había sido erigido la Cofradía de San Francisco Javier, no poco contrariada por otra Hermandades. Al enterarse de este conflicto, me encontré con el Canónigo Perrucchini, nombrado por el del Búfalo como director de la cofradía y le pregunté cómo iban las cosas. Él respondió que, afortunadamente, se encontró dando una vuelta con el padre del Búfalo, quién con buenos modales "había resuelto las diferencias surgidas" entre los Hermanos, evitando que recurrieran a la manos y dar escándalo al pueblo. Fue entonces que con admiración le pregunté a qué hora había sucedido, y él me precisó una época que, por recientes cartas el canónigo del Búfalo decía encontrarse actuando en la Misión en Romagna. Por lo cual me aseguré la asertividad de sus dichos pidiéndole aclarar las circunstancias. Él respondió: ¡El hecho es así! ¡Ni lo he visto en sueños o en estado de embriaguez! Yo callé, ni pude combinar las cosas, sino admitir una prodigiosa bilocación".

Como de costumbre, Gaspar, que quería escapar del triunfo que quería otorgarle el pueblo, llevando consigo al Valentini, al Pierantoni, Antonio Caccia y el Moscatelli, sin “ni siquiera tomar un poco de descanso” desde Spello pasó a una parroquia rural, no muy lejos de esta ciudad, Fiamenga, donde comenzó una nueva misión el 28 de mayo, fiesta de la Santísima Trinidad.

Precedidos por la fama de los grandes prodigios, los misioneros fueron recibidos con gran júbilo.

 

Gaspar comenzó su primer sermón dando gracias a Dios, porque sin darse cuenta, había viajado peligrosamente "en un carruaje, cuyas ruedas, por falta de unos hierros llamados acerinos, resultaron mal alineadas, y no se sabe cómo, no fue a causa de un grave desastre". Gaspar, siempre sereno, primero habían alentado a los hermanos asustados: "Dios nos acompaña siempre y cuida de nosotros".

Es de imaginar con qué  alegría el párroco, don Bernardo Moncolini, ya heroico compañero de prisión de Gaspar en Bologna, le dio la bienvenida, ¡encantado de verlo consigo! Debemos ciertamente a sus preciosos apuntes, que aún se conservan en aquel Archivo Parroquial, algunas noticias sobre la Misión.

En Fiamenga iban en procesión, para escuchar al Santo, desde muchos pueblos vecinos, por lo que el público presente en las funciones siempre fue muy grande. Los acontecimientos de Spello se habían difundido ampliamente en cualquier lugar y don Bernardo, decía: "Al oír que el Apóstol predicaba en Fiamenga, Las personas iniciaron extraordinarias peregrinaciones desde todos los lados Umbría, lo que salieron muy tiernas la procesiones penitenciales"; y "Una noche, mientras que el Canónigo estaba predicando en la vía pública, se vio una vívida luz venir del Cielo y cubrir la imagen de María y desde esta como un reflejo, se vio una fulgida luz en el rostro del Misionero. Frente al espectáculo la compunción fue extraordinaria y varios, que despreciando la predicación se quedaron a deleitarse en una taberna cercana, detenido el juego y el trago, pronto lo dejaron todo y fueron a escucharlo en la iglesia para luego confesarse. Esa luz, siendo noche, no se debió a los rayos del sol, ya ido".

Era también muy agradable y emocionante ver al Santo merodeando por campañas cargando con una gran cruz, junto con un compañero que tocaba una campanita, para convocar a los niños a la catequesis cristiana e invitar a los campesinos a las funciones. La gente cerraba las casas y lo seguía, cantando las canciones de la Misión. "Añade importancia a la Misión de Fiamenga, escribió el párroco, el estado de máxima elevación de ánimo en que se encontraba Gaspar". No era cosa excepcional para el Santo, sin embargo, debió ser algo extraordinario, porque, hecho inusual, él mismo lo escribió al Cardenal Cristaldi en una carta del 5 de junio, que dice así: "El amor de Cristo, me entusiasma a compartir con Usted de los dulces consuelos que el Señor me ha dado en las misiones en Umbría... Estoy seguro que para mí siempre estarán en el recuerdo como las misiones más especiales… La Misión, entonces, en algunas iglesias de campaña reunidas, se ha hecho singular por una curación milagrosa de un hombre enfermo, - que ya despachado por los médicos había recibido el Viático - , persignándolo con una imagen de San Francisco Javier…".

Todavía existe en la Iglesia parroquial una pintura del Javier, del que se indica en un memorando del párroco: “Estos Misioneros dejaron la devoción a San Francisco Javier, por lo que mandó a hacer una pintura del Santo y se dispusieron el Abad Luigi Mazzoni y Giuseppe Piermarini para ir recaudando la colecta; y han encomendado la pintura de San Francisco Javier a Filippo Angelini, un pintor de Bevagna, que costó tres escudos”.

El Merlini también depone en los procesos de canonización que el Santo dio la imagen del Javier al párroco, pidiéndole que bendijera a una mujer, grave por hemorragias, la cual sanó al instante y al día siguiente se encontraba en la plaza para escuchar el sermón. El mismo don Moncolini describe en su propia mano el episodio a confirmación del testimonio del Merlini.

Después de un breve descanso en San Felice, Gaspar fue a predicar otra Misión a Montemartano, junto con el Merlini, quién conservará siempre un recuerdo conmovedor de esta predicación hecha con su padre y maestro, “porque - escribe – finalmente el día de la Asunción, él dobló mi ánimo, asegurándome de la divina llamada, en la que, por  Divina Gracia, me sentí confirmado más y más". Esa fue la misión en que, por razón de su resolución, habría recordado más que cualquier otra, ya que determinó su futura vida como misionero de la Preciosa Sangre.

Mientras recorría Umbría, Gaspar dio repetidas vueltas a San Felice. Había tantas cosas que tramitar y, sobre todo, le atormenta la búsqueda de nuevos compañeros para la consolidación del Instituto, que fue siempre su mayor premura.

Incluso mientras estaba en San Felice, no desmentía su naturaleza de "terremoto espiritual", y por lo tanto su celo no tenía nunca descanso. ¡Aquellos días no fueron por cierto días de descanso!

De 21 a 28 agosto se fue a la parroquia en Terzo la Pieve, no tan lejos de San Felice, y reunió a su alrededor los campesinos dispersos en aldeas y poblados de aquella amplia campaña. Comprendiendo la necesidad de una unión compacta entre ellos, para hacer frente a las necesidades económicas y a la justa reivindicación de sus derechos hacia los patrones, a veces ricos e injustos, creó una especie de cooperativa religiosa-agrícola de mutua asistencia en las necesidades espirituales, sociales y económicas de la categoría. ¡Cuán bien estaba con los humildes y los pobres y cuánto disfrutó en percatarse como sus almas se habrían con sencillez y fe a la Palabra de Dios! El Cura don Aurelio Pescioli, hablando después de 30 años de esa misión, afirmaba con emoción, que aún estaba vivo el recuerdo y se veían los frutos. En el viaje de regreso a San Felice, ocurrió otro milagro del Santo, que lo relata, una vez más, el Merlini, sacando el texto de los procesos canónicos.

"Raffaele Proietti de 65 de edad y Domenica Campagna, su esposa, habitantes del castillo de Montecchio, certifican que, en la Misión dada por el Siervo de Dios en Terzo la Pieve, ellos tenían un hijo llamado Angelo, que tenía casi ocho años que por haberse pegado con un hacha en la rodilla izquierda, yacía en la cama desde algún tiempo, incapaz de moverse y ponerse de pie, diciendo los expertos que Angelo seguramente quedaría cojo. Terminada la Misión, mientras Gaspar estaba regresando a San Felice, precediéndolo un compañero suyo, a quien Raffaele y Domenica contaron su desgracia, estos manifestaron el deseo de poder presentarlo al Siervo de Dios. Domenica corrió a tomar su hijo que yacía en la cama y tomándolo en sus brazos, se lo presentó al Santo quién, sin mirarlo siquiera y si que le indicaran la rodilla enferma, - ni podía verla porque estaba cubierta – adivinó al tocarlo con la mano donde justo estaba el daño y continuó el viaje.

 La señora Domenica continuó certificando que, en el acto de devolver el hijo Angelo a la casa para tenderlo en la cama, después de subir unas cuantas escaleras, oyó decir por él esas mismas palabras: Mamá, déjame bajar. Habiéndolo Dominga bajado, Angelo subió las escaleras por sí mismo y por lo que quedó sanado y volvió a caminar libremente, como libremente caminaba todavía en 1839 (Es decir, dos años después de la muerte del Santo) cuando la Domenica dejó en constancia este hecho en los procesos canónicos. Otro testigo utiliza una expresión más vivaz: "Angelo, bajado de los brazos de la madre, empezó a saltar arriba y abajo de las escaleras como una liebre".

 Como no mencionar la Misión de Cannara, cerca de Asís, donde, como lo escribe el obispo diocesano, "el heroico celo y el gran amor de Gaspar y sus misioneros, ¿produjeron efectos prodigiosos?" Quedó viva la memoria por muchos años, y también por la Procesión interminable y conmovedora del taumatúrgico Crucifijo, venerado en la iglesia de la Buena Muerte, que durante años no había salido por las calles de la ciudad. ¿Y cómo no hablar de su amor por los presos en la fortaleza de Spoleto?

Esta hermosa y celebre ciudad, que no está muy lejos de San Felice, patria del venerable Merlini, era una paso obligatorio para cualquier persona que de Giano tenía que ir a Roma. También fue sede arzobispal, de la que dependía la Casa de San Felice.

Sabía, por experiencia, por los años pasados en las cárceles de Bologna, de Imola y Lugo, que en las prisiones no están sólo reos, sino también inocentes. Sabía lo difícil que era la vida en la cárcel; conocía el sufrimiento, la opresión, la injusticia; conocía la comida escasa y nauseabunda, los abusos de los guardias, la inmoralidad, la tortura para obtener confesiones, las blasfemias, los improperios. La ansiedad de entrar dentro de aquellas paredes para llevar una palabra de consuelo y esperanza a los presos cuando pasaba por la ciudad, lo atormentaba, se avivaba más y más. Trató de mover los más duros al arrepentimiento, golpeándose hasta la sangre con la disciplina en su presencia para "ablandar sus corazones."

Luego, cuando regresaba a San Felice, le decía a su hermanos "¿Cuánto bien, cuántos frutos logrados en la permanente misión de la cárcel!".

Conociendo el gran corazón de su protector y amigo, el cardenal Cristaldi, le dirigía continuas súplicas para que interviniera con el Papa. Quería que las leyes se caracterizasen más por la misericordia que por la justicia para los sinceramente arrepentidos; quiere que fuesen liberados los inocentes, víctimas de odios políticos o venganzas privadas; que todos fuesen tratados humanamente, aunque fueran delincuentes de la peor especie. Cuando se encontraba en Roma, iba en los distintos departamentos competentes a contar los episodios conmovedores de los prisioneros arrepentidos, obligaba a hacer investigaciones más serias y precisas para averiguar la verdad de quién se proclamaba sinceramente inocente. Se esmeró para que se utilizase más clemencia y mejorase la comida, se curasen los enfermos y sustituyesen los verdugos…

Entre otras cosas, así dice en una carta: "Mi corazón se regocija, y sigue siendo consolado por las buenas disposiciones de los presos; ¡las noticias sobre la perseverancia en el bien de aquellos pobres son de las más reconfortantes! Con mucho gusto quiero ponerlo a un lado del gran corazón paternal de Vuestra Excelencia, para que Usted también pueda hacer gran fiesta, como sin duda se hace en el cielo por el regreso a Dios de estas ovejas perdidas".

En la plaza del Convento de San Felice, frente a la hermosa iglesia románica, ahora devuelta al anterior esplendor artístico, surgió años atrás, por voluntad de los Misioneros, un hermoso monumento de bronce. San Gaspar desde el pedestal levanta el Crucifijo, como para bendecir perpetuamente los valles, las casas, los campos de la dulce Umbría. Pero el monumento más brillante se eleva perenne, de generación en generación, en el corazón de ese pueblo que tal vez después de san Francisco de Asís, nadie lo ha querido mayormente.

 

 

 

36. Prepárate para sufrir

    Si usted va a Loreto, en la Santa Casa, se puede leer en la lápida, que trae tallados los nombres de los ilustres visitantes, también el nombre de san Gaspar. Él era muy devoto de la Virgen de Loreto, y nunca dejó de ir allí a rezar, sobre todo cuando estaba en Marche. Cada vez, como él afirma, obtuvo gracias y revelaciones muy importante. En 1821, en el momento culminante de su apostolado para la conversión de los bandidos, fue allí con don Biagio Valentini y se retiraron en la oración; mejor dicho, según el Valentini, tuvo con la Virgen una "larga conversación", de la que salió ardiente en el rostro y "casi fuera de sí". Acercándose al co-hermano, exclamó suspirando: "Cruces, cruces y cruces". Y de las muchas cruces que ha tenido que sufrir inmediatamente después tuvo una confirmación durante la celebración de la Santa Misa en el altar de Santa Clara de Montefalco. Oyó una voz bien distinta que vino de arriba: "Prepárate para sufrir".

¿Hasta ese encones, su vida no fue tal vez un sufrimiento continuo físico y moral? Los santos están siempre preparados y listos para aceptar el dolor. La conversación con la Virgen y la voz misteriosa fueron el preludio de una tormenta sin precedentes e infernal, a punto de caer sobre él, y también un signo que la Virgen estaría siempre a su lado. Ella ya había revelado a un alma santa que la Congregación de Gaspar había nacido bajo su protección y siempre la habría defendido.

No fueron sin duda los sufrimientos debidos a su delicado estado de salud que podrían impresionarlo; y de hecho siempre decía: "El Ministerio me hace ligero como una pluma y no gozo de buena salud, como cuando voy en la Misión". Lo que en cambio le atravesó el corazón fue la amarga guerra, sin reparo y sin exclusión de combos, que no solo le movían los civiles y sectarios, sino también algunos miembros del clero e incluso algún superior eclesiástico. Incluso entre sus hijos hubo un Judas. La conversión de los bandidos llega a afectar los intereses de muchos, empezando por aquellos siniestros personajes que ocupaban los más altos cargos del Estado y el ejército. En lugar de reprimir, tenían todos los incentivos para alimentar el bandidaje, y terminaron aliándose secretamente con los Masones por las grandes ganancias que recibían.

Mientras que en el principio se burlaban del Santo, por la ilusión de poder obtener la conversión de gente tan feroz con sus cálidos sermones, cuando se dieron cuenta que, poco a poco, los bandidos se reducían, comenzaron a temer por los salarios dobles, y las ganancias ocultas. En consecuencia desencadenaron una lucha sutil contra él y sus compañeros, tratando, en primer lugar, hacerlos pasar a los ojos de los bandidos como espías del Gobierno y traidores. Luego, al ver que los ladrones nunca le creían, se intensificó con ferocidad sin precedentes la ya dura represión; finalmente acusaron a Gaspar frente los diversos papas, con las calumnias más viles. Pío VII, que bien conocía al Santo y que tan quería, no cayó en la trampa, en cambio, León XII y Pío VIII, si le hicieron caso. León XII llegó a prohibir el uso del título de la Preciosísima Sangre y Pío VIII, en un primer momento, a suprimir la Congregación. Tanto el primero como el segundo llegaron a reconsiderarlo.

Gaspar había hecho el propósito no sólo convertir a los bandidos, sino de promover una renovación de toda la sociedad de la época y su regreso a Dios. Por este fin, con valentía y en palabras clarísimas había presentado a León XII, por medio de Cristaldi, un Plan para la Reforma de los pueblos. En este, parte desde el culto a la Sangre de Cristo Redentor, "arma de los tiempos" para combatir las nuevas ideologías.

Los errores, de hecho, incluso se habían infiltrado en las filas del clero y no con el objetivo de destruir algún dogma, sino para luchar contra el mismo "Cristo Señor y la Iglesia". Así que hizo hincapié en la necesidad de un plan de reforma general, comenzando con el clero. “En los míseros tiempos nuestro - decía el Santo - es general la crisis de los pueblos e inexplicable la perversión de las máximas y la moral”. “El Señor no está complacido con el clero "; hoy en día los prelados se abandonan a lo placentero, juegos, baile y la moda…". Y he aquí su propuesta: Una profunda reforma del clero y en especial de la jerarquía; el llamado a los religiosos a la vida de comunidad, restaurando la antigua observancia y viviendo una profunda vida interior; los Prelados, de los cuales él denuncia la ligereza de las costumbres y la vida de disipación, regresen a una vida austera, que honre la dignidad que revisten. Los obispos observen la obligación de residencia en la diócesis, pastoreen con sabiduría y dulzura su grey y abandonen toda avaricia y anhelo a los honores. Para presidir las Delegaciones Pontificias en el Estado sean nombrados prelados dignos, maduros e imparciales. Los jóvenes antes de ser consagrados sacerdotes, observen un periodo más largo de formación espiritual e intelectual, ya que en el clero hay una gran cantidad de ignorancia. Se establezcan Casas del Clero para una vida común del clero secular. Es doloroso ver a sacerdotes y laicos, que vienen a Roma para hacer trámites en la Curia, ¡esperar días y meses antes de ser escuchados! Por lo tanto, es necesaria una reformar de la burocracia.

Gaspar, desde entonces, también sugirió lo que pondrá en acto Pablo VI, es decir, la abolición de los Guardias Nobles "compuesta por jóvenes mimados y ociosos" y la renuncia a los cargos religiosos y civiles de las personas ancianas: "Cada uno tiene que soportar el peso que puede" para no dañar a la Iglesia y al Estado. Gaspar, que conoce los grandes privilegios y la riqueza de los nobles y de los ricos terratenientes, implora al Papa escuelas públicas y la admisión gratuita en los Colegios para jóvenes de particulares habilidades e inteligencia, para dar a los pobres también la oportunidad de estudiar y acceder al público empleo. Fue con este fin que ya estaba diseñando las bases de la rama femenina de su Congregación, con el objetivo de educar e instruir de forma gratuita a los hijos del pueblo.

Juan XXIII, que conocía bien la vida de san Gaspar, en la Alocución a las delegaciones de la Acción Católica, el 10 de mayo de 1963 en Roma, dijo: "Gaspar del Búfalo, un autentico apóstol romano, puede ser considerado como uno de los precursores de su movimiento".

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37. Un plan satánico.

    Y ahora seguimos al Santo en un largo calvario, que comenzó desde la muerte de Pío VII. Ascendió al trono papal, León XII, un hombre de fuerte temple y carácter muy decidido. De cardenal había mostrado su amistad hacia Gaspar. Este último esperaba que lo secundara. En cambio, se opuso a él y no le quedó que confiar en Dios y continuar su apostolado en el martirio. Las penas tocaron el culmen cuando algunos 
bandidos, rendidos bajo promesa formal de inmunidad y perdón, fueron en cambio encadenados y sentenciados a cadena perpetua o asesinados brutalmente."Hemos sido traicionado" – gritaban tras las rejas, y antes de morir rechazaron los sacramentos de las manos de los "traidores".

Gaspar, entonces, comprendió que no sólo eran los empleados que jugaban chueco, sino también la podredumbre se encontraba en ambientes insospechables. Protestó con energía y no quiso volver a ocuparse de las negociaciones para la rendición. Los bandidos comprendieron y desde ese momento en adelante tuvieron la confianza sólo en los Misioneros y en su líder. En una famosa carta escrita a Merlini, le pidieron de encargar a don Gaspar de pedir misericordia al Santo Padre, y de su parte, se comprometían a cambiar vida. 

Quien no quería que terminara el bandidaje intentó hacer turbias las aguas. Don Gaspar fue acusado en Roma de tener sermones fríos y de no hablar nunca en contra del bandidaje, incumpliendo los compromisos que tenía con la apertura de las Casas de Misión en Ciociaria. Mediante escritos difamatorios, él y sus compañeros fueron incluso acusados ​​de favorecer y tener amistad con los bandidos. También se dijo lo mismo de Jesús y él respondió que "el médico es para los enfermos".

En el campo de las calumnias, por cuanto absurdas e infames, se suele prestar casi siempre más fe al difamador que al difamado. En la Iglesia, luego, hay una gran variedad de santos que crecieron en la santidad por los sufrimientos adquiridos por los que paradójicamente deberían apoyarlos.

Gaspar, con el proyecto de reforma, había tocado teclas demasiado ardientes, irritado personalidades y socavado los intereses de demasiadas excelencias y algunos purpurados suscitando un avispero inédito y por lo tanto, tenía que pagar dolorosamente y a precio muy alto por ser audaz.

Fue llamado a defenderse y lo hizo con una carta muy eficaz y detallada, confundiendo a los enemigos y abriendo los ojos a León XII.

Cada carta del Búfalo es una obra maestra de equilibrio, aliena de la ofensa y venganza, pero sin ningún tipo de concesión, porque pone a plena luz la verdad. A veces, en ellas, no faltaba la ironía puramente romana: "¿Cómo pueden estos a dar juicios, si nunca estaban presentes, ni siquiera a una catequesis mía?". "¿Cómo puede el gobierno redimir a la gente del bandidaje, si lucha contra el crimen comportándose peor que los bandidos?".

Con la muerte en el corazón y físicamente postrado por el dolor y el trabajo, continúa sin cesar y con ardor apostólico en los mefíticos Pantanos Pontinos, donde contrae peligrosa una fiebre perniciosa, de la cual entre otras cosas, dice que fue inmediatamente sanado por intercesión del amadísimo san Francisco Javier.

Los enemigos, siempre más despiadados, no le dan respiro. Particularmente ardiente es su doloroso cuando ve quitarse el pequeño subsidio dado por el ya fallecido Pío VII a las Casas de Misión en Ciociaria. El Instituto está ya en la pobreza extrema; los Misioneros también sufren de hambre, les falta lo esencial para cubrirse, hasta tienen un solo paraguas en casa. Sin embargo, continúan llegando cartas al Papa que acusan al jefe de los Misioneras de haberse enriquecido con elevadas compensaciones y ofrendas; ¡él que se despoja de sus ropas, y con frecuencia vuelve a casa con la sola sotana en el desnudo cuerpo, sin calcetines y zapatos, en pleno invierno ya que ha donado todo a los pobres! Él, que una vez rechazó indignado una amplia oferta en monedas de oro, por parte de quién trató sobornarlo y atraer su complicidad, respondió: "¡No oro, sino almas!"; él que rechazaba, e igualmente lo imponía a los suyos, limosnas para la celebración de Misas y donaciones al Instituto. ¿Su Congregación rica? ¡Si de vez en cuando algunos de sus seguidores, a pesar de la agonía en el corazón, se iba porque se padecía hambre!

Los enemigos no se dan por vencido e, irritados por el heroísmo del Santo, buscan socavar los cimientos de su Instituto, ¡empezando desde en el nombre de la Preciosa Sangre! "¿Cómo se atreve este sacerdote soberbio y exaltado de exponer el noble y augusto precio de nuestra Redención a la profanación, uniéndolo con el nombre de su titubeante Congregación?". Por desgracia León XII los escucha y, en audiencia pública, con su propia mano borra el título "Preciosísima Sangre" en un libro que el Misionero don Betti le presentes en homenaje y lo sustituye por "Santísimo Salvador".

Mientras que se tratara de su persona, el Santo se quedó callado y sufriente; pero ahora que se trata de la denigración de sus compañeros y en especial de la Obra deseada con claridad por Dios, escribe a Cristaldi: "Usted está obligado a dar a conocer a su Santidad que las cosas requieren ser examinadas… Aquí se trata de una cuestión muy grave, para que no se nos hagan aparecer como impostores. El Santo Padre un día conocerá lo qué todavía no ve y llorará por haber utilizado en las audiencias un método no de acuerdo con Dios. No soy ni de hierro, ni de bronce… ¡Recibir continuos regaños, sin criterio, sin juicio, es una Copa muy amarga!".

E1 Cristaldi llama inmediatamente a Gaspar en Roma, que estaba en Misión y lo presenta al Papa, después de haberlo hecho reunir con Monseñor Giovanni Soglia, su secretario privado. Gaspar, al informar sobre la entrevista con el prelado, dice: "En un momento sentí sobre mí una fuerza superior y tal que Monseñor casi lloraba. Ay si tuviera escrito en una hoja lo que he dicho sobre tal punto!..." Siguió la audiencia papal y el pontífice informó a Gaspar de todos los cargos. Gaspar, durante una hora aproximadamente, lo explicó todo, en particular el título de la Preciosísima Sangre, basado en textos bíblicos y patrísticos. Dio a conocer que ya había sido aprobado por el Papa Pío VII, habló de su Compañeros, citando nombres de personajes famosos en la Iglesia por la doctrina y la santidad. El Papa quiso ver las Reglas y quedó complacido. Entonces le preguntó cómo se comportaban sus compañeros. Gaspar dijo: "Están todos listos para llegar a sus pies y estamos dispuestos a cerrar todas las Casas del Instituto si es este el deseo de Su Santidad".

E1 Pontífice no pudo resistir a la conmoción, levantándose abrazó a Gaspar y le dijo: "Entiendo, usted tiene muchos enemigos, pero el Papa León XII está contigo". Entonces el Papa, en pública audiencia, retractó su juicio sobre el Santo y exclamó: "El Canónigo del Búfalo es un ángel, es un santo". Los enemigos derrotados en el terreno de la calumnia, intentaron la vía la alabanza exagerada, aprovechando la alta estima que el Papa había mostrado. León XII no pensó en la maldad satánica detrás de aquella alabanza fuera de lo común y cayó en la trampa. De hecho, se dispuso a confiarle alguna posición importante: por ejemplo, la nunciatura en Brasil: ¡para alguien tan imbuido de espíritu misionero sería ideal! Brasil era tierra de misión.

La salida de Gaspar significaría el fin del Instituto. El Santo recurrió una vez más al Cristaldi rogándole de capacitar al Papa, haciéndole entender que su única aspiración era terminar la misión que le fue confiada. León XII, para no decepcionar a sus consejeros y al mismo tiempo evitar que el del Búfalo se alejase de Roma, ¡lo destinó como responsable de la Congregación de Propaganda Fide!

Poner detrás de un escritorio a un "terremoto espiritual" significaba enjaular un águila hecha para el vuelo. ¿Cuánto tiempo duraría el amarre?

38. ¡Más espasmos!

 

    León XII no sólo le dio plena razón al Santo, además proclamando en 1825 el Año Santo y aceptando casi la totalidad de sus propuestas sobre el proyecto que le presentó, puso mano a la Reforma. En 1826, con su propia Bula, reconoció oficialmente el título de "Congregación de los Misioneros de la Preciosísima Sangre" a la Fundación de Gaspar. Luego volvió a abrir la jaula y Gaspar pudo reanudar con total libertad el vuelo, con el corazón inflamado por el ideal que lo dominaba.

    ¿Un triunfo completo? Sí, pero de corta duración. 

    El 15 de febrero de 1829 murió León XII y fue elegido el cardenal Castiglioni, quien asumió el nombre de Pío VIII. Sin pensarlo ni un minuto, los enemigos prepararon sus armas, decididos a abatir definitivamente el Santo que juzgaban importuno. En la mesa del nuevo Papa se iban amontonando muy pronto cartas con acusaciones muy notas. Pío VIII, impresionado, quitó todos los Subsidios para las casas de Misión y, un día que vio a Gaspar entre los fieles que fueron a la audiencia pública, empezó a reprenderlo fuertemente en la presencia de todos. – “¿Usted es el fundador de los Misioneros de Preciosísima Sangre?”

        - ¡El Instituto, Santidad, lo quiso su predecesor Pío VII!

        - ¿Tiene Usted el rescripto de nuestros predecesores?

    Gaspar, que había ido a la Audiencia General como cualquier fiel y por lo tanto no esperaba esa solicitud, no traía documento alguno. Se quedó entredicho, incluso por el sistema poco gentil del Papa, el cual, sin darle ni siquiera tiempo para responder, continuó: - ¡Su Instituto fue fundado en la soberbia! - y, como dice la crónica, golpeado por el mal humor debido a una enfermedad que tanto lo molestaba, continuó a levantar la voz con más fuerza haciéndole un buen reproche. Al final sacó al Santo gritando: "¡Siempre ha obrado de iniciativa propia! Váyase y sepa que le quito todas las facultades, así aprenderá por sí solo".

    Si un rayo le había caído encima a Gaspar, no le habría hecho más tremenda impresión.

     El cuerpo enfermo y los nervios sacudidos le procuraron un fuerte colapso, y estuvo a punto de caer al suelo desmayado. Evocando a si todos los motivos de religión, abandonó el Salón de las Audiencias titubeando y pálido en el rostro. Llegado bajo las columnas vaticanas se sintió morir y fue obligado a apoyarse en una de ellas. No faltó el chiste infernal de quién, burlesco, había visto la escena y lo había seguido: “¡He aquí el famoso Padre General de los Misioneros de la Preciosísima Sangre… que se regresa a su casa con la cola entre las piernas, como un perro maltratado! Él no reacciona, sabe que en todo está el designio de Dios, ni concibe rencor alguno en contra del Papa. A los suyos que, al regresar a la casa, lo ven “como un trapo” y entienden que el Papa lo ha mal acogido, dice, excusándolo: “No es culpa suya, está enfermo y después le han representado cosas contrarias al instituto”.

    Como en todos los momentos, corre hacia el incomparable amigo Cristaldi, depone en su corazón toda la amargura que brota en el ánimo y lo ruega para que intervenga. El Cristaldi lo calma, lo hace subir en su carruaje y lo acompaña a visitar a los varios cardinales amigos para decidir sobre el quehacer. Llegado el momento oportuno es el cardenal Odescalchi a hablar al Papa del celo, de la humildad, la santidad y sumisión de Gaspar. Pio VIII muestra al Odescalchi un enorme bulto de expuestos y dice: “¡Vea cuantos argumentos tengo yo para hablar!”. El cardenal continuo en la defensa, hace el recuento de antecedentes similares y de la malignidad y de los motivos por los cuales Gaspar es perseguido. Pone en relieve como esos recursos sean anónimos o con falsas firmas, o firmados con nombres de personas que no están al tanto de lo que ocurre, como por ejemplo las comunidades de los Ligorinos de Frosinone, que cuando supieron de una carta difamatoria con sus firmas, quedaron asombrados. Finalmente el cardenal mostró al papa el rescrito de Pio VII en el cual instituía y aprobaba la congregación de los Misioneros de la Preciosa Sangre. Pio VIII viendo la firma autografiada de aquel santo pontífice mártir de napoleón, la besó, rompió en lagrimas y dijo: “Eminencia, cuenten toda mi estima que tengo hacia el Canónigo del Búfalo, cada día bendeciré su Instituto, por lo que alzaré el Cáliz de la Sangre de Cristo en la santa misa”.

    Gaspar está con un grupo de co-hermanos cerca del Teatro Domiziano en Roma, cuando el 30 de noviembre de 1830 le anuncian la muerte de Pio VIII, después de solo veinte meses y medio de pontificado. Se queda tan amargado que se retira en oración. Luego, encendiéndose repentinamente en el rostro, tiembla por entero e iluminado por el Espíritu Santo, profetiza: “El sucesor de Pio VIII tendrá un largo pontificado y reinará bien, pero después de él bajo otro pontífice, la iglesia sufrirá grandes tribulaciones, con derramamiento de sangre”. Los tiempos, lamentablemente, le dieron la razón, acerca de las travesías de la Iglesia bajo el segundo sucesor Pio VIII, que fue Pio IX. Quizás no todos estarán de acuerdo acerca del inmediato sucesor, que fue Gregorio XVI. A juicio de muchos historiadores no reinó de modo recomendable, por la excesiva impronta conservadora.

39. En la tormenta una cándida flor

 

        La palabra de Dios es una semilla que los apóstoles, por mando de Jesús, difundieron en todo el mundo, dando inicio a un pueblo nuevo no ligado a la descendencia genética y racial, sino a la adhesión a aquella palabra. Nació un pueblo formado por personas de toda tribu, lengua y nación. Los apóstoles fueron instrumento de Dios, históricamente determinados, por todo lo que derivó de su predicación, también cuando (y fue la norma) no fueron conscientes  de las consecuencias de su predicación. Así fue, así es de los Misioneros. Ellos van por el mundo, siembran la palabra y esta fructifica por su propia virtud. ¡Cuánto bien surgió por la predicación de Gaspar del Búfalo, sin saberlo, en cada rincón de Italia!

Se incluye en esta lógica el acontecimiento de María De Mattias. Proveniente de una familia acomodada de Vallecorsa, donde nació en 1805, irreprochable por honesta práctica religiosa, ella está insegura sobre el quehacer de su vida. Gaspar y sus misioneros llegan al pueblo a predicar la misión. Predican la Sangre de Cristo, precio de todo ser humano. Insisten sobre la necesidad de devolver a los pecadores en el camino de la salvación.

María no pierde tiempo. Decide: “Seré una misionera. Yo también anunciaré las glorias de la Preciosa Sangre”.

Propósito muy atrevido, para una mujer; quizás demasiado atrevido. Las mujeres en la Iglesia siempre han sumisamente callado y muchos están convencidos que ellas deban callar por voluntad de Dios. María, está convencida de lo contrario, pero no sabe cómo realizar el propio sueño.  Encuentra a don Giovanni Merlini, seguidor de Gaspar. Bajo la dirección de este hombre, joven y sabio, se encamina y lleva a cumplimiento el propio carisma de apóstola.

La gente dice de María: “Habla mejor que un cura”. Y no pierde la ocasión para sembrar la palabra de Dios. Predica en las iglesias y en las plazas. Los obispos, después de alguna perplejidad, no pueden no reconocerle la autenticidad de la vocación. Después de los apóstoles y los misioneros, nacen las apóstolas y las misioneras, porque María funda una congregación de mujeres dedicadas -  como lo había   escrito don Francesco Albertini – “a hacer que la Sangre de Jesús no haya sido derramado en vano, y que cada uno saque provecho de esta”.

María fascina, entusiasma, atrae, convierte. Muchas jóvenes la siguen. No hay que asombrarse si los pueblos piden continuamente la presencia de sus Hermanas, que, formadas por ella, imitan la espiritualidad y, a la vez, como ella, se vuelven apóstolas y maestras.

Antes de su muerte se contaban ya sesenta Casas en Italia y al extranjero.

Las malignidades más crueles sobre su virtud la hacen sufrir, pero no la derrumban. La Sangre de Cristo es para ella la única fuente de alegría y de fortaleza; el Señor la enriquece de dones sobrenaturales: escudriñamiento de corazones, éxtasis, sanaciones, prodigios inexplicables.

En el lecho de muerte, a la edad de 61 años, entre indescriptibles sufrimientos, habla una hora entera de la Pasión de Jesús. ¡Es su último canto terrenal al Divino Cordero! Una úlcera en la lengua le quita la palabra; entonces hace ademán a sus Hermanas, que en lágrimas rodean la cama, cantan con alegría un himno a la Preciosísima Sangre.

El 18 de mayo de 2003 el Papa Juan Pablo II proclamó María De Mattias  Santa y sus hijas están hoy difundidas en todas partes del mundo.

¡Cómo sería más pobre la historia, hoy, si Gaspar del Búfalo aquél día no hubiese ido a Vallecorsa! ¡Cómo sería más pobre la historia si don Giovanni Merlini no hubiese tenido confianza en una joven tímida y retraída, privada de la cultura, nacida en un pueblo de bandidos! ¡Cómo sería más pobre la historia si María de Mattias se hubiese dejado desanimar por las dificultades de la vocación que Dios le reveló, gracias al apostolado de los Misioneros que fundaron una Casa de Misión en su pueblo!

 

 40. Ay de mí si no predicara el Evangelio

Así decía san Pablo. De la predicación del Evangelio depende la salvación de los hermanos. “Ay de mí si no predicara, yo que he recibido la vocación de apóstol”.

En la bellísima vida del Santo compilada por el Merlini con la deposición a los procesos canónicos, encontramos escrito: “En diciembre de 1822 el Siervo de Dios fue a Montorio. Caía mucha nieve y tenía que pasar por caminos muy peligrosas por aproximadamente catorce millas a pie, entre copos de nieve y sin otro reparo que el solo solideo. Tratando de disuadirlo, él me dijo que, como los rigores de las temporadas no detienen a los soldados, los cazadores y los pescadores en atender sus trabajos, y con mayor razón, no deben detener a los anunciadores evangélicos”. Pero la frase más bella que solía decir a los co-hermanos cuando se quejaban de las inconveniencias del apostolado, era la siguiente: “Si Jesús se hubiese preocupado del hambre y del frío y muchas más inconveniencias, nunca habría venido sobre la tierra”.

¿Puede quedarse quieto un apóstol, un misionero? ¡Sería un contrasentido! ¿Habría podido quedarse inmóvil un apóstol y misionero como Gaspar? ¡Más absurdo todavía! El Valentini, compañero de muchas misiones, dice: “Aunque con fiebre continuaba su ministerio, diciendo que después tomaría los medicamentos”. ¡Un después que nunca llegaba! Cuando le aconsejaba de cambiar clima para curarse, respondía: “Encuéntrenme un clima donde no se muere y allí iré”.

“Para el bien de las almas emprendía viajes desastrosos, enfrentando intemperies, especialmente de nuestras difíciles montañas, sin fijarse en fatigas. Él mismo confesaba que, tratándose del bien de las almas, no conocía temor, ni fatiga, ni peligro, y confiando en Dios todo lo superaba”. Sus viajes nunca eran cortos y cómodos, a menudo sobre carruajes, muy a menudo sobre carros pocos seguros, a veces a cabalgadura, que casi siempre lo remecían. “La mayoría de las veces recorría a pie largas millas de caminos barrosos entre lluvia nieve, con fiebre y tos convulsa; y mientras quería que los compañeros descansasen y se curasen, él inamovible no conocía descanso, ni curaciones”. “durante los largos y angostos caminos, entorpecido por el frío y sofocado

por el calor, solía repetir a los compañeros: ¡Esperamos al llegar poder dar muchas almas a Cristo!”.

“Pasaba casa por casa, de pueblo en pueblo, de región en región, sacrificándose en el sufrimiento”. Aunque vencido por el cansancio, de fiebre y enfermedades, nunca quería descansar. “Ahora el Señor lo quiere todo de mi – decía – descansaré en el paraíso”. no lo gastaban la mala salud, la pobreza, las moradas incomodas, los percances, la indigencia, la comida escasa o disgustosa, el frío, el calor, el pantano insalubre, las oposiciones, los peligros. He aquí una frase suya celebre, muchas veces repetida: “Aunque se desencadena todo el infierno, yo, para salvar las almas, nada temo: Dios está conmigo, Dios así lo quiere”.

El Merlini cuenta más: “un día, predicando al aire libre, bajo una tormenta de nieve, la sotana quedó tan cubierta, que parecía tener una manta de un blanco lienzo. Un hermano trató cubrirlo con un paraguas, pero él lo rechazó enérgicamente y enseñándole el pueblo, que lo escuchaba inmóvil, blanqueado como él, dijo: - ¡Aprendamos de ellos! – con esas palabras, los sacerdotes que estaban cerca de él con el paragua abierto, lo cerraron inmediatamente”.

De Roccagorga a Prossedi “sorprendido por lluvia intensas, dio el único paragua a los compañeros y se echó encima toda el agua”. Llegados a Frosinone, entró goteante en la casa. Se acercaron todos para ayudarlo a secarse, pero también para reprenderlo afectuosamente. Él como siempre, contestó sonriendo: “Se hace solo y todo por el amor de Dios”.

Más seguido, como lo hemos ya dicho y como nos tocará decirlo más todavía, Dios confirmaba la predicación con asombrosos milagros. Eran la recompensa celestial a las tantas fatigas enfrentadas.

En 1825, en la famosa misión de Gaeta, se verificaron en un solo día diversos eventos portentosos. Después de su oración, en todos los pozos y los tanques brotó agua, después de largos meses de sequía. Una pública pecadora que se burlaba de él, mientras predicaba en Piazza del Mare, murió en la noche y el cuerpo fue encontrado la mañana siguiente horriblemente transformado. En la misma plaza, mientras predicaba, se rompió la rama de un árbol repleta de gente y él con un gesto la paró y todos pudieron ponerse a salvo. En aquella misma predicación, mientras hablaba con grande ardor de la Sangre de

Jesús, fue investido por un halo de luz y fue visto levantarse desde el escenario por más de tres palmas. Estaba presente también un Regimiento de soldados situados en la ciudad.

Un día el Hno. Falcione preguntó a un campesino que miraba encantado al Santo y lloraba como todos los demás fieles: - ¿Tú logras entender lo que dice el Misionero?

- lo que dice – contestó – no sabría explicarlo, pero lo entiendo. Y sobre todo entiendo como lo dice. ¡Él nos hace llorar a todos!

Es el testimonio de vida, lo que da fuerza a la palabra anunciada.

Datos del autor

Don Raffaele Carmine Bernardo


Nació en Colledanchise (Cb) el 24 de Abril de 1909. Se convirtió en un sacerdote de los Misioneros de la Preciosa Sangre, el día 19 de septiembre de 1931. Después de una breve experienciapastoral en Patrica (Fr) fue llamado a Roma, a la “Pía Unión”,por su interés en la Espiritualidad de la Preciosa Sangreespecialmente a través de la prensa.

 

Inmediatamente se reveló su talento en este campo, no tanto porlo puramente literario, sino por la capacidad de hacer contacto con la gente. Posteriormente promovió el Santuario de “Nuestra Señora de la Misericordia” en la ciudad de Rimini, Los orfanatosde Cesena y Ancona. El factor decisivo fue su encuentro editorialcon la figura de Gaspar del Búfalo, del cual escribió una vida muy sencilla, pero obviamente incendiaria. Lo había visto hasta entonces solo como el fundador del Instituto; se convirtió en elsanto patrón de su vida, un protagonista taumatúrgico.

 

En Enero de 1953 fundó el nuevo periódico: lo llamó “Primavera Misionera”. Fue su obra maestra. Centrándose en la figura de San Gaspar y dedicado a las vocaciones, a pesar de lapobreza de la investidura y los medios, ha jugado y sigue jugandoun papel importante para el conocimiento de la Espiritualidad dela Preciosa Sangre, para la atención pastoral de los hijos de San Gaspar, para el apoyo a la labor en el Tercer Mundo, y consuelopara muchos lectores mediante la correspondencia que cuidabapersonalmente.

 

Murió el 7 de Marzo de 1993 en la India, a él está dedicada laleprosería “Sumana Halli”.

Presentación del libro por Michele Colagiovanni cpps.

Premisa

 


En 2003 se agotó la segunda edición de “Las Florecillas de Gaspar”, texto escrito por el honorable fundador de “Primavera Misionera” P. Raffaele Bernardo, a quién corresponde nuestro agradecido recuerdo. El vertió en su libro muchas páginas que había publicado en capítulos ,en un boletín y las fusionó con intervenciones de redacción, sin una cuidadosa preocupación unitaria. 

En el momento en que se tenía que proceder a la tercera edición, surgió el problema si el trabajo debía reproducirse como tal, o si se debía intervenir sobre el texto y hasta que punto. Resulta siempre desagradable intervenir en el trabajo de otros: parece
violar los derechos de la persona, especialmente cuando el otro no puede dar consentimiento, o incluso negarlo y luego expresar su opinión sobre el trabajo
acabado. Por estas razones hemos decidido reducir al mínimo la revisión del texto, con la intención de hacerlo más fluido. En algunos raros casos trasladamos los episodios, para respetar tanto como fuera posible la cronología de los relatos.

El trabajo, por lo tanto, se ha transformado en comparación del  texto original, lo màs posible, excepto en los casos de repetición y de imprecisiones, que han sido removidas.

Esto no quiere decir que “Las Florecillas” se han convertido en un libro científico. Don Bernardo mismo señala con gran franqueza, la naturaleza predominantemente popular de sus fuentes y declara su intención de tener una mirada acrítica, convencido de que no emerge de sus páginas la historia, sino el personaje y su alma. Todo esto es muy honesto y ha permitido proceder sin que el revisor debiera tomar distancia, o disociarse, porque todo lo que aquí se dice es la verdad que el Espíritu Santo despertó en las almas.

Si Gaspar apareció como un ángel volando en los cielos de las primeras décadas del siglo XIX, mientras luchaba en los caminos ásperos, mientras se servía de medios ruinosos; si se destacó por su magna estatura espiritual, a pesar de la baja estatura física; si resultó una fuerza de la naturaleza, a pesar de la salud inestable: No hay evidencia indudable que tuvo una gran alma y verdad que anunciar mayor de la que estamos acostumbrados. Por primera vez era evocada – y entonces vertida – una Sangre que gritaba paz, justicia, perdón, fraternidad.

 

 

Michele Colagiovanni cpps.

 





 NOTA PARA LOS DEVOTOS

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